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Una mujer, un hombre y la voz del padre

Todos los años por diciembre, al llegar el día 3, no lo puedo evitar, me despierta todavía la voz de mi padre. Es una frase que me decía el día de mi santo, tomada de una obrilla de teatro, El divino impaciente, que trataba sobre San Francisco Javier.

Eran unas palabras que le decía Ignacio de Loyola, el fundador de los jesuitas, y que mi padre recitaba en su voz de fumador profunda y ronca, como hecha para el recuerdo en mañanas frías: “Javier,/ no hay virtud más eminente/ que el hacer sencillamente/ lo que tenemos que hacer”.

Vuelvo a escucharla mientras veo lo sucedido con varias ONG y medios de comunicación en Nicaragua. A Vilma Núñez y Carlos Fernando Chamorro se les respeta, incluso entre quienes dudan o evitan emitir sus opiniones dentro del Frente Sandinista de Daniel y Rosario. Una de las razones por las que se han ganado ese respeto ha sido por la seriedad y la educación con que hacían su trabajo, sencillamente. Sin altisonancias ni ofensas, frente a todas las barreras del poder gubernamental.

Pero creo que el reconocimiento se debe a algo aún más difícil y valiente. Ambos vienen del sandinismo. Y sobre este asunto he tenido la ocasión de conversar con ellos.

En el caso de Carlos Fernando, que dirigió Barricada, el diario oficial del sandinismo gubernamental de los años ochenta, llevar el apellido Chamorro Barrios podría haberle ayudado a abrir muchísimas puertas en otros sectores, pero no en el de la confianza del pueblo ante su forma de hacer periodismo independiente, aunque crítico. Y ese compromiso no lo ha escatimado ni cuando se enfrentaba al poder político ni cuando lo hacía con otros poderes económicos. Yo mismo he podido publicar en su medio escrito algunos artículos en los que reflejaba aspectos negativos de los negocios de un destacado magnate del país, cuando en otros medios me ha sido imposible.

Recuerdo que en una entrevista manifestó que al dejar Barricada perdió su militancia política pero ganó volver a ser periodista, con todas sus consecuencias. Y las consecuencias pudimos observarlas esta semana cuando ante una pregunta (un periodista siempre pregunta) en las puertas de la Policía, la respuesta del régimen fue echarle encima los antimotines.

Con Vilma Núñez, en otra conversación reciente, ella misma se preguntaba por qué todavía no le habían atacado o amenazado seriamente, a pesar de que el Centro Nicaragüense de Derechos Humanos que preside es el único lugar seguro que quedaba para que una víctima pudiera dejar constancia de las violaciones que había sufrido. El registro de los abusos cometidos por este régimen que están en los archivos del Cenidh quedará reflejado en la historia de la infamia, y estoy seguro que servirá algún día no muy lejano, no solo para los investigadores de esa historia, sino para la búsqueda de una mínima reparación por justicia.

Rosario Murillo dijo recientemente que sus huestes “habían combatido con amor a los traidores a la patria”. ¿El amor de francotiradores, paramilitares, antimotines. ¿El amor de las cárceles, el exilio, el golpe y la coacción a empleados públicos?

Frente a todo lo que ella representa, y a su delirio multicolor para tapar manchas de sangre, nos queda el recurso y el recuerdo de la ética, del compromiso con la propia vocación, como han demostrado tantas mujeres y hombres como Vilma y Carlos Fernando. Nos queda el refugio de la voz de un viejo padre recordándonos, una mañana de diciembre, lo que tenemos que hacer.

El autor es periodista.
@sancho_mas

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