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El ex big leaguer Porfirio Altamirano considera exitosa su corta carrera profesional gracias a su buen comportamiento.

Seis “monstruos” en la historia del beisbol nicaragüense

¿Quién es el mejor pelotero de los campeonatos nacionales de los últimos cincuenta años? Porfirio Altamirano, Pedro Selva, Nemesio Porras, Ernesto López y Henry Roa parecen ser buenas apuestas.

¿Quién es el mejor pelotero de los campeonatos nacionales de los últimos cincuenta años? Porfirio Altamirano, Pedro Selva, Nemesio Porras, Ernesto López y Henry Roa parecen ser buenas apuestas.

1. Porfirio Altamirano

Porfirio sabía que tenía para más. Jugaba beisbol campesino, pero algo le decía que se trataba de alguien especial y un buen día decidió empacar maletas y dejar la comarca matagalpina de Wiscanal, para probarse como lanzador en un equipo repleto de estrellas y el más popular del país, el Bóer. Se quería medir con los mejores. Iba por todo o nada.

Con botas en lugar de spikes, el Guajiro, de 20 años de edad, impresionó al mánager Calvin Byron e instantáneamente comenzó a escribir una de las carreras más espectaculares del beisbol nicaragüense.

Altamirano, quien luego se dio cuenta que tenía para más allá del beisbol nacional y logró llegar a las Grandes Ligas, aún saltando al beisbol profesional a la inapropiada edad de los 28,  fue el terror de los bateadores en los campeonatos nacionales de Nicaragua, desde su aparición en 1972 hasta su salto al profesionalismo en 1979.

Su grandeza no estaba limitada como lanzador, al mismo tiempo se distinguió en el cajón de bateo, demostrando que era un pelotero de todas dimensiones.

Ganó dos triples coronas de picheo, nunca lanzó encima de 1.80 en la era del bate de madera y de 1974 a 1978 tuvo el sorprendente promedio de 19.4 victorias por año. Sus 97 victorias en este período de cinco años superan abrumadoramente a sus más cercanos perseguidores: Julio Espinoza, quien logró setenta éxitos (promedio de 14 por año) y Sergio Lacayo, que registró 69 triunfos.

Fue cinco veces líder en triunfos, cinco veces el máximo ponchador y obtuvo dos títulos en efectividad.  Tuvo cuatro lideratos en juegos completos, tres de innings lanzados y dos de blanqueadas. Es el número uno de los campeonatos con 1.77 de efectividad con más de mil innings recorridos.

Siempre tuvo la reputación de ser un buen bateador, pero en 1977 y 1978, mientras conquistaba sus dos triples coronas de picheo, su swing se elevó al nivel de los mejores con temporadas de .344, 17 jonrones y 56 remolques, y después .329, 16 vuelacercas y 33 empujadas.

Porfirio impuso en 1977 un récord difícil de igualar, al ganar la triple corona de picheo con balance de 21-4, 143 ponches y 1.47 de efectividad, mientras que como bateador fue el máximo jonronero de la liga con 17. Agreguemos sus lideratos de veinte juegos completos de 21 aperturas, con seis lechadas, y tenemos un paquete repleto de hazañas en una misma temporada casi imposibles de imitar.

A otros les gusta más los numeritos del Guajiro en 1974, con la salvedad que los consiguió lanzando en dos circuitos: tuvo acción en 35 juegos en la Liga Esperanza y Reconstrucción con el Bóer y jugó siete partidos en la Liga Roberto Clemente con el Estelí. Su esfuerzo combinado le produjo 22 victorias, 1.62 de efectividad y 233 bateadores abanicados en 295 entradas. Esta cifra de ponches supera el récord nacional de 230 que alcanzó Diego Raudez en 1983, pero no es reconocida porque no lo hizo en una sola liga.

Aunque debutó con el Bóer y su último año lo lanzó con los Búfalos, también de Managua, Porfirio jugó la mayor parte de su carrera con el Estelí. Sin embargo, a pesar de sus grandiosas cifras en temporada regular, no pudo ganar un campeonato con los estelianos. En 1974 fue vencido 1-0 por Julio Espinoza en el juego decisivo de la Serie Final y en 1978 no pudo impedir que Granada viniera desde atrás para arrebatarle la serie después que estaban arriba 3-1.

2. Pedro Selva

La época de oro del picheo nicaragüense, en la primera mitad de los años 70 con Sergio Lacayo, Julio Juárez, Juan Oviedo, Aubrey Taylor, Antonio Chévez, Porfirio Altamirano, Dennis Martínez y compañía imponiendo respeto desde la colina, no fue obstáculo para que el Bambino de Jinotepe, Pedro Selva, construyera una de las carreras más deslumbrantes para un bateador en los campeonatos nacionales de beisbol.

Selva es por encima de Ernesto López y Nemesio Porras, el bateador más dominante y consistente de nuestro beisbol, aunque su carrera no fue tan larga como la de ellos.

Ernesto ha sido el jonronero más feroz que se recuerde, mientras que nadie le pone un pie adelante a la fineza como bateador de Nemesio. Sin embargo, Selva tuvo una mejor mezcla de ambas cosas. Cuatro triples coronas de bateo son su carta de presentación.

En un periodo de cinco años, de 1971 a 1975, Selva conquistó sus cuatro triples coronas y en 1976 llego al último día de temporada con posibilidades de ganar la quinta.

Selva es dueño de cuatro de las cinco triples coronas de bateo de la historia. Ernesto tiene la otra y después nadie ha podido repetir esta hazaña, que consiste en ser el mejor al mismo tiempo en promedio de bateo, jonrones y carreras empujadas.

Selva comenzó en 1969 con el San Marcos y un año después pasó al equipo de su ciudad de origen, Carazo, en donde jugó el resto de su carrera, aunque en la segunda parte de la temporada de 1976 fue a parar a Rivas como refuerzo. En 1977 no jugó porque sufrió un grave accidente, pero volvió con la ferocidad intacta para las siguientes dos campañas, completando una carrera de diez años en el beisbol superior nicaragüense.

Fue el bateador más dominante de los 70, con cinco títulos de jonrones, cinco coronas de carreras producidas y cuatro campeonatos de bateo.

Selva se retiró con el récord de cuadrangulares con bate de madera con 16, el cual permaneció vigente hasta el 2008, cuando Justo Rivas, de los Indígenas del Matagalpa, depositó 17 pelotas en las tribunas.

El estudioso e historiador Tito Rondón afirma que Selva no utilizó el bate de aluminio en la temporada de 1975, de modo que de ser así, aún sería el rey del jonrón con bate de madera porque ese año envió 28 pelotas a las graderías. La prueba que tiene Rondón es que en ningún periódico de la época el Bambino aparece con un aluminio en sus manos.

De lo que no hay dudas es que nadie ha podido superar al Bambino en su frecuencia de jonrones. Conectó un cuadrangular cada 13.8 turnos a lo largo de su carrera y tuvo un gigantesco promedio de slugging de .618; son cifras que lo sitúan como uno de los bateadores más destructivos en la historia de nuestro beisbol.

En 1982 emigró a Honduras para trabajar como entrenador de beisbol infantil. Más tarde regresó a Nicaragua y murió en 1998, a la edad de 54 años. Los que lo recuerdan resaltan de Selva su disciplina, respeto y amabilidad, lo que junto a su actuación en el terreno de juego, lo convirtieron en un legítimo Bambino.

3. Nemesio Porras

Ted Williams, uno de los bateadores más orgullosos del beisbol de las Grandes Ligas, alargó el día de su retiro hasta encontrarse con un jonrón.

Nemesio Porras, uno de los artilleros más humildes de nuestro medio, ni siquiera tomó turno al bate el día de su despedida, pero al igual que Williams marcó una época.

Nemesio ha sido el último gran ídolo del beisbol nicaragüense. En los años ochenta y la primera parte de los noventa, cuando los estadios se atiborraban de fanáticos, el fino bateador zurdo era el centro del espectáculo y a paso firme fue construyéndose la leyenda.

Porras fue el jugador símbolo del Bóer a lo largo de 21 años desde 1985, cuando llegó de los Industriales de la Coip,  hasta el 2006. Actualmente es el presidente de la Federación Nicaragüense de Beisbol Asociado (Feniba) y su enfoque está dirigido a las ligas menores.

Nemesio es hasta el día de hoy el bateador más exitoso de los campeonatos nacionales de beisbol. Una racha de 19 temporadas cruzando la barrera de los .300, incluyendo cinco años de .400, más seis coronas de bateo y el mejor promedio de bateo vitalicio (.354) lo dicen todo.

Agazapado en el cajón de bateo, con el aluminio en posición totalmente horizontal, listo para atacar un picheo, o erguido con el madero apuntando al cielo en busca de pegarle con más contundencia a la pelota, Nemesio siempre fue una fuerza destructiva en el plato y aunque los altos porcentajes de bateo son lo que más lo identifican, también ganó otra serie de lideratos.

“Los trofeos que más aprecio son los tres de carreras empujadas porque son los que ayudan a ganar los juegos”, dijo en su momento Porras. Y justamente fue un título de remolques el primer liderato ofensivo importante que obtuvo, allá por 1986.

También capturó un liderato en dobles en 1992 y tuvo tres rachas de veinte o más juegos conectando de hit.

La temporada de 1993 fue una de sus más espectaculares, al registrar .402 de promedio, con 29 jonrones, 148 hits y 111 remolques.

Así que quedó a la orilla de los 30 proyectiles, cifra que solo ha sido posible por Ernesto López, Ramón Padilla, Vicente López y Francisco Miranda. Y en cuanto a empujadas, quedó a seis del récord del Tiburón López.  En ambos rubros tiene el récord para un bateador zurdo.

Si se trata de cifras redondas, cómo olvidar la temporada de 1995 cuando llegó a mil hits y cien jonrones, o la campaña del 2004, cuando se convirtió en el primero de la historia con mil anotadas y mil remolques al mismo tiempo, además de saltar los 1,700 imparables en su ilustre carrera.

A pesar de la montaña de éxitos de Nemesio, hubo algo que no pudo conseguir: una corona de cuadrangulares. Tres veces fue sublíder jonronero y por ejemplo en 2001 quedó a uno de los nueve del puntero,  Raúl Hernández. Lo mismo le pasó en 2002, persiguiendo a Próspero González.  En 1993 sus 29 truenos le sirvieron para escoltar los 36 de Ramón Padilla.

4. Ernesto López

Durante más de veinte años, Ernesto López fue la principal atracción diaria de nuestro beisbol, al golpear la pelota con la fuerza de un bateador de otra galaxia. Cada turno al bate del Tiburón merecía la atención de toda la clientela en el estadio, ante la posibilidad de disfrutar de un cuadrangular.

Ernesto parecía ser un hombre jugando con niños. Cuando se convirtió en el primero —y único— bateador de 300 cuadrangulares en nuestro beisbol en 1993, su más cercano perseguidor, Juan Cabrera, iba por 161.

Su cifra de 319 jonrones en su carrera es considerada uno de los récords inalcanzables de nuestro beisbol.

El bateo de poder no es una característica del artillero nicaragüense, pero el Tiburón fue la excepción de la regla con temporadas consecutivas de 40 proyectiles en 1977 y 1978. Fue siete veces campeón jonronero y en 1993, a los 41 años de edad, fue capaz de enviar 28 pelotas encima de la verja.

Es el último ganador de una triple corona de bateo. En 1977 registró promedio de .363, con 41 vuelacercas y 111 carreras impulsadas. El 6 de febrero de ese año conectó cuatro jonrones en un juego ante los Campesinos y tuvo dos de sus tres partidos de tres cuadrangulares en su carrera, incluyendo uno en la Serie Final ante los Mets en el viejo Estadio Nacional.

Ernesto hizo trizas el registro de 28 cuadrangulares que Pedro Selva estableció en 1975 y lo más impresionante fue que después de sus 41 jonrones en 1977, disparó 42 en 1978.  El Tiburón tuvo una asombrosa frecuencia de un jonrón cada ocho turnos en estos años.

En 1984 estuvo a punto de ganar su segunda triple corona. Fue líder en jonrones con 10 y remolques con 34, pero su promedio de bateo .333 quedó a la orilla del .335 que presentó Danilo Sotelo padre.

En total ganó siete coronas de jonrones, dos de bateo y cuatro de carreras empujadas.

Casi toda su carrera la jugó con el equipo de su ciudad, Granada. Debutó con ellos en 1969 y en sus primeras dos temporadas y 153 turnos al bate, de su madero no saltó un solo jonrón. Sin embargo, mostró su fuerza en 1972 con ocho vuelacercas, un año más tarde subió a 13 para escoltar a Selva en el liderato y  en 1974 consiguió su primer título de cuadrangulares con 14.

En 1980 conectó 10 jonrones en 45 turnos al bate, antes de moverse a Guatemala. El irse a jugar a otro país sin el permiso de la Federación Nicaragüense de Beisbol le trajo como consecuencia un año de castigo, perdiéndose la temporada de 1981.  Tampoco jugó en las campañas de 1989 y 1990, cuando estuvo en Costa Rica. De modo que ahí perdió una cifra significativa de jonrones que debió engrosar aún más su prolífica carrera.

Se retiró en 1997 con el uniforme del San Fernando, con quien dio el último de sus 319 bombazos.

5. Epifanio Pérez

A los 30 años, el brazo de lanzar de Epifanio Pérez comenzó a sufrir, sin embargo ya había hecho lo suficiente para colocarse en ruta a la inmortalidad en el beisbol nicaragüense.

Epifanio fue un lanzador de poder, dominio y sobre todo durabilidad, tanto así que el 8 de mayo de 1990 caminó 16 entradas para vencer 4-3 a los Dantos en el sexto juego de una inolvidable Serie Final, en la que León perdió los tres primeros encuentros, pero no se rindió y se coronó ganando los siguientes cuatro desafíos.

Chepanón fue el reemplazó de Julio Moya como líder del staff felino y no le quedó grande la responsabilidad, al finalizar su carrera con 133 juegos ganados por 71 perdidos, con 18 juegos salvados y una consistente efectividad de 2.43 en la época que el bate de aluminio comenzaba a hacer estragos.

Al igual que Moya, se le cuestionó su disciplina, pero cuando estaba en el terreno de juego era una fiera en el box.

Epifanio es el único lanzador con dos temporadas de 20 victorias en la historia de los campeonatos nacional y tiene el récord de 23 éxitos en la temporada de 1990, en la cual también capturó el liderato en efectividad con 1.78.  En 1991 logró 21 triunfos.

Otro récord impresionante del derecho de Palo de Lapa son sus 143 juegos completos, lo mismo que sus 39 blanqueadas. Dos veces completó 20 o más juegos en una temporada y otras dos veces llegó a 19.  Siete veces fue líder en recorridos completos y cuatro veces en blanqueadas.

Eso de los juegos completos es un arte en extinción en cualquier beisbol del mundo, debido a la importancia que han adquirido los relevistas. Sin embargo, Epifanio escapó a esta transición, completando toda la ruta 7 veces de cada 10 juegos que inició en su carrera. Sin dudas, fue el último roble del pitcheo nicaragüense.

También es de los pocos con más de un juego sin hit ni carrera. El 28 de octubre de 1989 y el 11 de noviembre de 1990 pintó de doble cero a los Indios del Bóer. El segundo trabajo pudo haber sido un juego perfecto, pero lo impidió un error del torpedero Arnoldo Muñoz en la séptima entrada.

No fue un gran ponchador. Lo suyo era obligar a los bateadores a conectar muchos roletazos con su pesada bola rápida de mucho movimiento en la zona baja de strike. No obstante, ganó un liderato de ponches con 124 en 1993.

Debutó en 1986 y de inmediato se instaló como un estelar lanzador del León, al conseguir 12 victorias por dos derrotas.

En sus primeras siete campañas jamás lanzó encima del 3.00 de efectividad, hasta que en 1993, uno de los años más explosivos del bateo en el beisbol nacional, su promedio saltó a 3.74.

Casi toda su carrera la jugó con León, excepto en 1994 y 1997, cuando se movió al San Fernando en Masaya, y se retiró en 1998 con un uniforme del Norte (Matagalpa).

En 1995, a los 30 años de edad, ganó 17 y perdió 11 con León, pero en el siguiente año dio señales de desgaste al ser reducido a tres éxitos y 57 innings de recorrido. Luego, en sus últimos dos años no pasó de las 22 entradas lanzadas, dejando el beisbol superior a la edad de 33 años.

6. Henry Roa

El silencioso Rey León no tuvo necesidad de levantar la voz para ser escuchado. No pidió ser el líder de una exitosa generación de felinos, pero sus hechos lo hicieron trascender hasta transformarse en uno de los bateadores derechos más completos de nuestro beisbol.

Después del campeonato del 2007, Henry Roa se despidió de su madero de 34 onzas de peso y su viejo guante marca Mizuno, aun siendo el corazón de los Leones, para iniciar una carrera como entrenador.

Roa fue un señor bateador en cualquier terreno. Defensivamente mejoró con el fogueo diario y aunque no disponía de un gran brazo, tenía un tiro certero. Su swing refinado recibió múltiples elogios. “Tiene un swing de big leaguer”, dijo en su momento el scout de los Gigantes de San Francisco, Rick Ragazzo.

Solo así se explica su hilera de 39 juegos bateando de hit en la temporada 1998-99, para establecer un récord nacional, o bien ser el primer  bateador de este planeta que ha sido capaz de tumbar tres veces la cerca en el mismo partido en el kilométrico estadio de León, antes que lo igualara Justo Rivas.

Roa fue un estudioso del bateo con los pocos recursos que tuvo a mano.  Mientras estuvo en su fantasiosa racha de bateo, deseaba grabar en video sus ejecutorias porque se sentía en la mejor forma deportiva y todo le estaba saliendo bien. Sin embargo, no fue posible, pero nunca perdió la motivación, aunque queda la duda si su desarrollo pudo haber sido mayor.

Otra de las grandes rachas del Colorado es una de 138 turnos al bate sin poncharse. En toda su carrera abanicó la brisa una vez cada 21.8 viajes al plato y solamente es superado por Julio Medina, quien se tragaba un chocolate cada 31.5 turnos.

Naturalmente es un bateador de mil hits y cien jonrones en nuestro beisbol.

Arribó a los mil cohetes el 17 de enero de 1999 y se lo dedicó a su amigo Sandor Guido, quien se recuperaba de una grave lesión. Las 10 campañas que utilizó para llegar a la cifra por excelencia de los hiteadores, es el más rápido que se ha visto en nuestro beisbol, empatado con Nemesio Porras. Su jonrón 100, llegó un mes después en León.

Su promedio vitalicio de 337 puntos era el tercero más alto en la historia de nuestro béisbol a la hora de su retiro. Tuvo 15 temporadas de .300 puntos y ganó un título de bateo con aluminio en 1995 (.387) y otro con madera en el 2001 (.370).

En 1993, empató el récord de ese momento de dobletes en una temporada con 31, el que fue roto años después, y ese mismo año coleccionó 150 imparables, que representan la tercera cifra más alta, quedando a seis de la marca de David Green.

Coleccionó 1,586 imparables, para ser uno de los 10 mejores y también está en el Top 10 en dobles, anotadas y producidas. Participó en siete series finales y ganó seis de ellas, cinco con León y una con el Bóer. Fue el jugador más valioso de la Final en 1990 con los felinos y el 2005 con la tribu capitalina.

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