Entre el 19 de abril y el 30 de mayo de 2018, Daniel Ortega dio cuatro discursos oficiales, mientras que su esposa y vicepresidente, Rosario Murillo, pronunció 33. Como voces oficiales de su régimen, tanto Ortega como Murillo pretendían descalificar la protesta ciudadana y construir “un enemigo”, destaca el informe final del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI).
El régimen que hoy está persiguiendo al gremio periodístico, acusando a hombres y mujeres de prensa de “incitación al odio” por haber denunciado la represión a las protestas, pasó meses atacando en su discurso a los manifestantes.
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Para acusar al periodista Miguel Mora, el régimen orteguista se ha valido del artículo 32 del Código Penal de Nicaragua. Este establece que hay provocación “cuando directa o indirectamente, pero por medios adecuados para su eficacia, se incita a la realización de un delito” y que hay apología cuando alguien “ante una concurrencia de personas”, ensalza el crimen o enaltece a su autor y partícipes.
Asimismo, para acusar a Mora y a la periodista Lucía Pineda Ubau, el orteguismo ha recurrido al artículo 398, en el que se establece el delito de provocación, proposición y conspiración para cometer actos terroristas.
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Sin embargo, de acuerdo con el análisis del GIEI, quienes sí parecen haber incitado al odio y al castigo son, precisamente, Ortega y Murillo.
La brutal represión a las manifestaciones ciudadanas, las detenciones arbitrarias y las torturas estuvieron acompañadas de “un discurso oficial de descalificación de las protestas”. Es decir, observa el GIEI, “básicamente el Estado sostuvo un discurso público de construcción de un enemigo y en ningún momento cuestionó el uso de la fuerza letal contra protestantes. Por el contrario, el accionar de las fuerzas represivas fue avalado por las autoridades políticas y varios de los responsables fueron ascendidos”.
La voz oficial
Debido a que Ortega y Murillo son las voces oficiales del poder, “sus declaraciones o discursos tienen un rol determinante en la construcción de los imaginarios sociales, positivos o negativos”, señala el informe. En otras palabras, sus opiniones tienen el poder de incidir directa y grandemente en las de sus grupos simpatizantes.
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Desde su posición de vicepresidente, el 19 de abril Murillo se refirió a los ciudadanos que protestaban contra el Gobierno como “minúsculos, de almas pequeñas y tóxicas”. Daniel Ortega apareció un par de días después y en su discurso “validó los criterios difundidos por Murillo”, sostiene el GIEI.
“El objetivo de los que están dirigiendo estos planes criminales, es destruir la imagen de Nicaragua y que ya a Nicaragua se le vuelva a ver como un país en guerra nada más”, afirmó el dictador el sábado 21 de abril pasado.
Paso a paso
A partir de estos primeros discursos, se incrementó “el proceso de generación de la imagen de la ciudadanía negativa, la destructora”, analiza el GIEI. Para ello, el régimen utilizó términos que comenzaron por “minimizar la figura adversa”, con adjetivos como minúsculos, mediocres, pequeñitos.
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Luego se pasó a construir una imagen negativa: los ciudadanos antigobierno eran perversos, destructores, tóxicos, envenenados, sádicos. Y una vez “definidos con la carga de negatividad”, los manifestantes fueron “responsabilizados de los hechos trágicos y criminalizados”. En el discurso del régimen eran “delincuentes, criminales, mareros, miembros del crimen organizado y la narcoactividad”. También traidores, aliados del imperialismo, anticristos, enviados de la oscuridad.
Según el GIEI, a base de repetición (con dos mensajes diarios como mínimo), “la acción gubernamental en contra de la oposición social y política”, adquirió “el carácter de acción sagrada”.
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Cuando los calificativos de “profunda connotación negativa” empleados por Murillo fueron reproducidos en sus medios de comunicación, esto amplificó su difusión y alcance y el discurso de odio acabó generando “el espacio social de aceptación de acciones ‘correctivas’ desde el poder en contra de la disidencia”; además de establecer dos clases de ciudadanía: la buena y la mala, la que respalda al régimen y la que no.
“¡Nunca más! ¡Nunca más! Nosotros los nicaragüenses queremos justicia para las víctimas de los crímenes de odio”, exclamó Murillo el pasado 1 de agosto.
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