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La creciente tendencia al hedonismo y la desinhibición sexual de los berlineses en los años veinte del siglo pasado coincide con el temor a que la Alemania de hoy se parezca demasiado a la inestable República de Weimar.

La capital de Alemania en los años 20: un paseo por el Berlín de “Cabaret”

El irlandés Brendan Nash consigue que los turistas se sumerjan en la "Sodoma" de los años veinte

En una fría mañana berlinesa, un pequeño grupo de estudiantes extranjeros de la Universidad Humboldt se ha reunido a pocos pasos de la estación de metro Nollendorfplatz. Todos escuchan atentos a un hombre que cita un texto de memoria; sus palabras aluden a la capital alemana, pero describen una versión muy diferente de ella: mucho más pobre, probablemente más salvaje, una urbe cosmopolita que aún no se había lanzado a los brazos al fascismo.

Sin embargo, algunas partes de la historia suenan desconcertantemente familiares… Brendan Nash, un irlandés nacido en Londres hace 54 años, está leyendo un segmento de uno de los libros que Christopher Isherwood escribió sobre Berlín a finales de los años veinte y principios de los treinta.

La primera voz inglesa del submundo berlinés

Isherwood se mudó a Berlín en 1929, cuando tenía 25 años de edad. Lo que sus ojos vieron allí y la gente que conoció inspiraron algunas de sus obras de ficción más populares, y buena parte de sus relatos autobiográficos. La digestión literaria que hizo de su entorno y su tiempo fue la de un observador, la de un outsider, la de un mero testigo.

“Yo soy una cámara”, escribió en la novela Adiós a Berlín, publicada en 1939. Casi treinta años más tarde, en 1966, Broadway dio a luz la adaptación musical de esa obra: Adiós a Berlín se transformó en Cabaret, una exitosa producción teatral cuya descripción de la vida nocturna berlinesa desde el sórdido Kit Kat Klub fue llevada al cine en 1972. Protagonizada por Liza Minnelli, Cabaret, la película, terminó recibiendo un Oscar.

No obstante, la influencia de lo que Isherwood escribió sobre Berlín fue más allá de ese fenómeno cultural conocido como Cabaret. “Él no era la única persona documentando lo que ocurría en la ciudad en aquella época, pero era el único que lo hacía en inglés. De ahí que su trabajo haya alcanzado a una audiencia mucho más amplia”, explica Nash, en entrevista con DW.

La era de la experimentación

Sus lectores estaban fascinados con el espíritu que había poseído a la capital alemana en la década de los veinte o, mejor dicho, estaban fascinados por la manera en que Isherwood lo describía. Berlín no era una ciudad cualquiera en Europa; según Joseph Pearson, un historiador cultural canadiense radicado allí, los de la República de Weimar “eran tiempos de ansiedad y, al mismo tiempo, de hedonismo, de libertades sexuales y de experimentación artística”.

Sus circunstancias propiciaron la ruptura de las convenciones sociales vigentes y el cuestionamiento tanto de los roles de género como de las tradiciones patriarcales, por ejemplo. Muchas mujeres lo hicieron independizándose económicamente y muchos hombres lo hicieron zafándose de las expectativas familiares.

La cultura del cabaret creó espacios que las minorías sexuales aprovecharon para expresarse con mayor libertad que en décadas anteriores. Y, aunque el artículo 175 criminalizaba las relaciones homosexuales, numerosos sitios de encuentro para gays, lesbianas y personas transgénero abrieron sus puertas en los años que Isherwood pasó en Berlín.

Antes de que los nacionalsocialistas destruyeran este oasis de modernidad, el escritor inmortalizó a la ciudad y a sus criaturas en sus libros. Ahora, Nash intenta mantener ese espíritu vivo sirviendo como guía en un paseo turístico por el barrio de Schöneberg, que hoy es el bastión queer de Berlín.

Los dorados años veinte regresan a la cultura pop

Resulta tentador decir que el Zeitgeist de la República de Weimar nunca ha estado más presente que ahora. De hecho, el interés público en ese período de la historia alemana está creciendo, gracias a las diferentes obras que se desarrollan en el Berlín turbulento y socialmente transgresor que le sirvió de musa a Isherwood.

Las novelas negras de Volker Kutscher, ambientadas en los dorados años veinte, han tenido éxito en el mercado editorial germano y han sido traducidas a muchos otros idiomas, incluido el español. Babyblon Berlin, una serie de televisión alemana basada en el trabajo de Kutscher, ha sido tan bien recibida en Alemania que Netflix optó por comprar sus primeras dos temporadas y llevar la República de Weimar a millones de hogares alrededor del mundo.

El lado oscuro del hedonismo

Pero el Berlín de hace casi un siglo tiene también facetas dramáticas. La fragilidad de la democracia en Alemania tras la Primera Guerra Mundial hizo posible que la inestabilidad política, la precariedad económica y la violencia se tornaran experiencias cotidianas. Eso abonó el terreno para el ascenso de los nazis al poder.

Hasta Isherwood estaba consciente del malestar social prevalente: “Isherwood escribió que la liberación sexual de la época era atribuible al hecho de que mucha gente estaba desempleada y no tenía nada más que vender aparte de sus cuerpos”, subraya Pearson. La prostitución, tanto heterosexual como homosexual, y practicada con frecuencia por menores, no era una rareza en aquellos días.

¿Espejo de nuestra era?

¿Por qué es la República de Weimar tan fascinante a los ojos contemporáneos? Pearson, autor de varios ensayos sobre el pasado y el presente de la capital alemana, cree firmemente que “la forma en que contamos la historia, lo pasado, tiene más que ver con quién somos hoy”.

Ansiedad, desesperanza, miedo al futuro: muchas de las sensaciones que los berlineses compartían en aquel momento nos embargan a nosotros ahora, sostiene Pearson. Y, a pesar de eso –o precisamente por eso–, “nosotros lo que queremos es divertirnos, reírnos todo el tiempo”, agrega el historiador.

La opinión según la cual existen paralelismos entre aquel período tormentoso y el nuestro está ganando terreno en el discurso público. “Muchas de las cosas que están pasando ahora realmente traen a la mente los sucesos de la República de Weimar”, arguye Pearson, trayendo a colación, por un lado, el intento parcialmente exitoso de los partidos de extrema derecha de abrirse espacio en los medios para monopolizar los debates y, por otra parte, la división de las fuerzas de izquierda.

“Aquellos cuya apariencia no se alinea con las normas tradicionales” son blanco de discriminación, mientras la desigualdad está creciendo. “Pero no podemos comparar la situación actual de los habitantes de Alemania con el grado de miseria y desesperación que vivieron los de los años veinte”, advierte Pearson.

Martin Sabrow, director del Centro de Historia Contemporánea de Potsdam, coincide con Pearson. “Quienes vivían en la República de Weimar tuvieron que lidiar con muchos problemas que hoy día no tenemos”, señala, enfatizando que, por sí solas, la buena situación económica de la Alemania actual y la robustez de su institucionalidad democrática bastan para desalentar cualquier comparación.

Pearson observa, eso sí, que las producciones culturales ambientadas en los años veinte del siglo XX pueden contribuir a informar a sus espectadores contemporáneos sobre lo que realmente ocurrió antes de que los nazis llegaran al poder; y esa es una buena razón para evitar “envolver la historia en un empaque sexy”.

Nash se cuida de no hacerlo: aunque sus paseos turísticos por el Berlín de Isherwood retratan a la ciudad como un lugar de bailes, fiestas y cabaret, él también les da relieve a las luchas cotidianas de sus habitantes por sobrevivir.

“Es posible que mientras más personas lean a Isherwood, más se interesarán por lo que aconteció durante los años de la República de Weimar y por encontrar información histórica al respecto”, dice Pearson, acotando que aunque la historia no se repite, a veces rima.

(erc/jov)

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