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Año Nuevo

Hoy termina un período de tiempo y mañana empezará otro. Doce meses equivalentes a 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos, que llamamos año.

Este año que termina pasará a la historia del país como el “Año del Llanto y del Dolor”, la voz del profeta Jeremías resuena en nuestros corazones: “En Ramá se oyeron gritos, grandes sollozos y lamentos. Es Raquel que no quiere consolarse porque llora a sus hijos muertos”.

El año que se inicia debe de ser “el Año de la Esperanza”. Una esperanza que tiene como necesidad imperiosa el diálogo. El diálogo como necesidad vital para resolver nuestros problemas. El diálogo como cultura de paz para salvar al país de la debacle. El diálogo como instrumento de convivencia y de respeto hacia el otro, que es nuestro hermano.

Diálogo que implica el tener que sentarse a escuchar el otro, por muy terribles que hayan sido las ofensas, que se han recibido. Diálogo que requiere necesariamente estar dispuesto a ceder en nuestras posiciones que, aunque justas, tienen que ser apartadas por el momento para encontrar el camino del consenso.

Recientemente, el obispo Báez nos acaba de recordar ese himno tan bello de Juan cuando nos dice en su evangelio: “En el principio era El Verbo y El Verbo estaba frente a Dios y El Verbo era Dios”. En otra palabra, Dios es diálogo. Desde el principio, el diálogo —la palabra— estaba frente a Dios, era Dios.

Debemos estar claro que dialogar no implica renunciar a nuestras convicciones, de lo contrario sería una sumisión. Ni implica renunciar a nuestros compromisos, con los pobres, con los más necesitados, con los débiles, pero sobre todo con los: “Felices los que tienen hambre y sed de justicia, por que serán saciados”. (Mateo 5-6). Porque dejaríamos de ser hijos de la luz.

Hoy más que nunca nuestro compromiso y nuestro trabajo debe de ser alcanzar la paz. Una paz que nos permita ir construyendo una sociedad más humana, más abierta, más justa. Pero estemos claros que este proceso implica involucramiento de todos, teniendo que aceptar al otro tal como es, sin tratar de imponerle nuestras posiciones o nuestros requerimientos.

Debemos de estar claros de lo profundo de la crisis que vivimos, y de las enormes repercusiones que esta conlleva. En el pasado más reciente, una situación semejante fue la crisis de 1979. La resolvimos por medio de la violencia y esa violencia engendró la guerra civil. Hoy estamos ante una situación similar. Nuestro reto es resolver todo esto a través del diálogo, a través de la persuasión, del civismo y del amor.

Si hacemos nuestra esta convicción, Nicaragua tendrá futuro, será un país viable, habrá paz.

El autor es abogado.

Opinión año nuevo archivo
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