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La Iglesia por la paz con justicia

La Iglesia católica canceló la procesión de fieles que debía realizarse ayer en Managua, la que tradicionalmente se hace el primero de enero de todos los años. La Iglesia decidió solo celebrar la misa campal en los predios de la Catedral.

Es obvio que la procesión fue cancelada por prudencia de la jefatura eclesiástica. Dadas las circunstancias que imperan en el país —con las garantías constitucionales suspendidas de hecho y el Estado de Nicaragua colocado prácticamente al margen de la ley internacional—, no se debe facilitar a la dictadura la perpetración de otra masacre como la del Día de las Madres del año recién pasado.

El régimen orteguista ha criminalizado a la Iglesia católica de Nicaragua al calificar a sus obispos como “golpistas” y “cómplices de los terroristas”, como irresponsablemente llama a las personas que se rebelaron en abril pasado contra la represión y en demanda de democracia. Pero los obispos y sacerdotes son pastores religiosos y morales, no adversarios que deban enfrentarse con el régimen dictatorial. La Iglesia no puede arriesgar la vida de las personas que solo han querido ejercer su derecho de manifestar su fe y su opción por una paz con justicia, libertad y respeto a los derechos humanos.

La Jornada Mundial de Oración por la Paz realizada este martes 1 de enero por la Iglesia católica fue convocada por el papa Francisco con un mensaje titulado “La buena política está al servicio de la paz”. Pero en Nicaragua no gobierna la buena política y en consecuencia la paz que se quiere imponer es la paz de la servidumbre, una paz sin libertad y sin los derechos que constituyen la condición de la dignidad humana.

“Sabemos bien que la búsqueda de poder a cualquier precio lleva al abuso y a la injusticia”, dice el papa Francisco en su convocatoria a la Jornada Mundial por la Paz del primero de enero de 2019. “La política —agrega— es un vehículo fundamental para edificar la ciudadanía y la actividad del hombre, pero cuando aquellos que se dedican a ella no la viven como un servicio a la comunidad humana, puede convertirse en un instrumento de opresión, marginación e incluso de destrucción”.

Esto que ha dicho el papa Francisco, ¿no es acaso lo que ocurre en Nicaragua?

“Cada renovación de las funciones electivas, cada cita electoral, cada etapa de la vida pública es una oportunidad para volver a la fuente y a los puntos de referencia que inspiran la justicia y el derecho”, señala el sumo pontífice católico. Y tal es, precisamente, la justa demanda del pueblo nicaragüense que sostiene la Conferencia Episcopal de Nicaragua.

Pero el pueblo y la Iglesia católica de Nicaragua están indefensos ante la dictadura, que es el poder de la mala política desmedidamente armado y cruelmente represivo. El pueblo nicaragüense necesita desesperadamente la defensa eficaz de la comunidad democrática internacional.

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