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Dios es de todos y para todos

Los Magos o Reyes Magos —como les llamamos— nos dan grandes enseñanzas: Dios es de todos y para todos. Con Jesús ya no hay pueblos elegidos. Dios quiere dar su gracia a todos los hombres del mundo entero. El mismo Jesús se lo dirá muy claro a sus discípulos antes de partir al Padre: “Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Nueva a toda la creación” (Mc. 16, 15).

Dios no es propiedad privada de nadie, ni de ninguna institución civil o religiosa, ni de partido político alguno, ni de raza, ni pueblo alguno. Por eso, decía San Pablo: “Ya no hay judío, ni griego, ni esclavo, ni libre, ni hombre, ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal 3, 28).

De hecho, el cristianismo es un bello canto a la universalidad de la fe. Isaías, nos dice: “Acudirán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora” (Is. 60, 3)… “Los gentiles son coherederos.. partícipes de la misma promesa de Cristo” (Ef. 3, 6).

La figura de los magos, venidos de Oriente y adorando a Jesús, es el símbolo de la universalidad de la salvación de la que Dios a nadie quiere excluir (Mt. 2, 1-12). Con Jesús se rompen todas las fronteras y todos los muros, todos los particularismos y todos los monopolios, todas las distinciones de razas y colores, todos los fundamentalismos.

Con Jesús toda la humanidad puede llamar a Dios “Abba, Papito suyo”. Con Jesús se rompen las fronteras, los muros que los hombres egoístamente construimos. El egoísmo que todos llevamos por dentro solo consigue separarnos en vez de unirnos. Construimos fronteras entre los pueblos, fronteras sociales, políticas y económicas, fronteras de sexo, color y raza, fronteras religiosas y dogmáticas.

En la figura de los magos, Jesús nos está diciendo que lo nuestro no es construir muros sino construir puentes para que todos seamos “uno” (Jn. 17, 21). Con Jesús se abren las puertas y ventanas para todos los hombres sin distinción alguna. Jesús, ese Niño de Belén, es de todos y para todos. Dios no es excluyente sino universal, y quien quiera, seguro que lo busca, como pasó con los Magos. Los magos se empecinaron en buscarlo y lo encontraron.

La figura de los Magos es el símbolo de la gente que hoy necesitamos para construir ese nuevo mundo sin fronteras y sin muros que nos separan. Los Magos son gente inquieta: no se contentan con lo que son, ni con lo que saben. No son indiferentes, ni conformistas. No son apáticos, ni instalados en sus cómodas posiciones. Quieren saber, sienten curiosidad. Han visto una estrella, una nueva luz y van en su búsqueda (Mt. 2, 2).

Tienen una meta y caminan hacia ella: están claros en lo que quieren y lo persiguen. No les importa la dureza del camino, ni el cansancio. No se echan atrás en las dificultades, ni en las contradicciones.

Los Magos son consecuentes con lo que desean conseguir: buscan a Jesús y lo encuentran (Mt. 2, 11).

El autor es sacerdote católico.

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