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El duelo del barrio Fátima de Masaya

Además de Monimbó, uno de los barrios de Masaya más golpeados por la represión fue Fátima. En cada callejón hay al menos un muerto, heridos y exiliados

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Cuatro calles. Cuatro muertos. El barrio Fátima, al norte de Masaya, tiene apenas 24 casas apiñadas que se conectan entre sí por los patios o callejones. Pero desde hace más de nueve meses, cuando iniciaron las protestas, este espacio además está unido en el dolor y en el miedo.

Eso es lo que se respira a inicios de enero. Estamos en un andén angosto que serpentea las callecitas. Hay algunos niños en las afueras atentos a los carros que entran al barrio. Hablan entre sí. Desconfiados. Caras duras. “No quiero hablar de eso ahorita. Llámeme por teléfono”, dicen sus habitantes, cuando los periodistas les hacen preguntas.

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“En esta acera que ve aquí, cayó la Viuda”, dice un vecino que no quiere dar su nombre. “Estaba en el suelo pero por las balas que tiraban no podíamos levantarlo”, agrega.

Andrea López sostiene el cuadro de su hijo, Carlos Sandino López, apodado La Viuda. LAPRENSA/O.Navarrete

Ya han pasado casi nueve meses desde los primeros ataques a los pobladores de este barrio, que al igual que Monimbó, se levantó desde el 18 abril. Aquí se llama barrio Fátima pero es considerado el Monimbó del norte de Masaya. Sus habitantes dividen el norte y el sur a partir del Mercado de Artesanías.

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De modo que en los días más cruentos de la lucha, los rebeldes de Monimbó custodiaban la parte sur de Masaya, mientras que los del barrio Fátima resguardaban el norte de esta ciudad, por donde entraban los antimotines y parapolicías.

Hay en este barrio una calle entera donde por ahora solo viven mujeres con sus hijos. Según datos de los mismos pobladores de este barrio, aproximadamente un 80 por ciento de los hombres huyó por la represión y las capturas masivas que la Policía Orteguista junto con los paramilitares realizaron tras haber quitado los tranques y haber impuesto el terror en Masaya.

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“Ahorita no le puedo hablar porque desde ese carro blanco lo están vigilando”, dice otra muchacha desde su casa. “Usted cree que es exagerado pero así de vigilados estamos”, agrega. Verdad o temor, así se vive en uno de los barrios que hoy solo cuenta historias de muertos, heridos, perseguidos y exiliados.

Masaya se sublevó al menos en tres ocasiones diferentes en estos nueve meses. LAPRENSA/Archivo

La Viuda

Para criar a sus ocho hijos, Andrea López ha trabajado de casi todo en esta vida. Desde siempre ha lavado y planchado ropa ajena, ha sido empleada doméstica permanente o por semana. Vendió frutas, elotes cocidos, trazos de tela. “No le digo que de todo”, dice Andrea, desde una mecedora de su casa en el barrio Fátima.

A los 80 años de edad, Andrea López todavía coge un canasto todos los domingos para vender zapatos en los Pueblos Blancos. Se interna en las haciendas de San Marcos, en medio de los caminos, mientras va regando botas, sandalias y zapatos de cuero que ocupan los niños para ir al colegio.

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No vende mucho, pero a veces logra regresarse con 800 o mil córdobas para al menos, dice, comer algunos días. “Fue por esta pobreza que mi hijo no estudió”, dice Andrea López.

Para ver a su hijo, Andrea López cuelga un retrato en la pared más alta de su casa. Carlos Sandino, asesinado a los 42 años de edad, aparece de perfil, casi sonriendo, la mano en el mentón, una gorra de los Yankees, un reloj, una camisa a rayas. Andrea dice que su hijo se tomó esa foto tres semanas antes del 21 de abril, el día que lo mataron.

Aquella noche Andrea se había ido a acostar. Carlos había llegado como todos los días por la tarde. En el barrio había algunas barricadas que habían puesto desde el 19 de abril. El hombre fue a buscar una venta de comida, pero como el ambiente estaba tenso, no encontró por ningún lugar. Ella se durmió. No supo nada. Hasta que entraron gritando a su cuarto: “Mataron a la Viuda”.

Carlos Sandino, la Viuda. LAPRENSA/Cortesía

Carlos Sandino, mejor conocido como la Viuda, tenía una pareja con la que vivía en el barrio 12 de Mayo. “Era un hombre bueno, muy amable, pero sobre todo trabajador”, dice su madre.

Trabajaba casi de cualquier cosa. Por mucho tiempo fue cobrador de buses, pero en sus últimos días estaba en un taller de telas. Cuando mataron a Carlos, su único hijo tenía 17 años de edad, pero el muchacho no llegó a la vela de su padre por temor a que le hicieran daño.

En un costado de la casa, Bernardo Sandino cose unas botas de cuero. Enrolla el alambre e introduce la aguja. Ensambla más de 30 botas a diario, que en el mercado cuestan unos 800 córdobas. “Yo me llevaba bien con mi hermano”, dice Bernardo, el mayor de todos los hijos de Andrea.

“El balazo le entró por aquí”, dice Bernardo, señalando la parte trasera de su hombro derecho. “Y después la bala se le internó en el costado izquierdo pero no salió”, describe. La trayectoria de la bala, de arriba hacia abajo y de derecha a izquierda, hace suponer que desde esos primeros días de protestas hubo paramilitares con mucha destreza al momento de disparar.

“A mí la Policía no me ha amenazado porque soy viejita”, dice López. “Los únicos que han venido son del centro de salud para querer darme atención psicológica, pero yo les he dicho que no la necesito porque yo estoy sana, y sé que fue un paramilitar el que mató a mi hijo”.

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Redadas

En los últimos días se han registrado redadas en varios barrios de Masaya para capturar a personas. Al barrio Fátima no han llegado, pero sus pobladores se mantienen atentos y vigilantes por cualquier movimiento de la Policía.

Las capturas en los barrios de Masaya incrementaron desde hace unos meses, cuando se empezaron a registrar acciones rebeldes en distintos puntos de la ciudad. Primero fueron detonaciones aisladas, luego simultáneas, y se dice que han hecho quemas en las carreteras o explosiones más fuertes.

El barrio Fátima fue uno de los más reprimidos desde abril. LAPRENSA/Archivo

No se sabe con certeza quién está detrás de estos ataques ni qué persiguen con los mismos. Sin embargo, la Policía sigue capturando ciudadanos y los presentan como “terroristas” o “conspiradores”. Entre los capturados en estas redadas se encuentra Lázaro García, mejor conocido como Julián el Monimboseño, y Ruth Matute, quien en esta última semana se ha agravado de su problema cardíaco.

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Tanto García como Matute fueron capturados desde el siete de octubre en sus casas en Monimbó, luego de que días antes se escucharan unas 15 explosiones simultáneas en distintos puntos de Masaya.

“Yo no le puedo hablar porque no sé si usted es de ellos”, dice una muchacha desde la puerta de su casa. Le dice “ellos” a los policías o infiltrados en los barrios que ordenan las capturas. La muchacha está dentro de una casa mitad bloque y tabloncillo que dona el gobierno de Daniel Ortega a las familias sandinistas de escasos recursos en los barrios.

“La mayoría de familias de este barrio eran conocidas por ser sandinistas, pero a partir de abril han cambiado. Es por eso que no quieren hablar porque sabe que con ellos hay mayor represalias”, dice un baqueano del barrio.


Taxista caído

Marvin de los Santos López tenía 49 años de edad. Al momento de su muerte trabajaba conduciendo un taxi. Sus familiares dijeron que siempre fue conocido por sandinista y desmovilizado del Servicio Militar Patriótico (SMP).

Fue asesinado el 19 de junio de un disparo en el cuello, lo que le provocó una hemorragia interna. Masaya permanecía atrincherada, bajo ataque de la Policía Orteguista y paramilitares. López era del barrio Fox y cayó en el barrio Fátima cuando Nicaragua cumplía dos meses de crisis.

“Él se cansó de ver tanto derramamiento de sangre y las injusticias de este gobierno, porque le ha quitado la vida a muchos jóvenes, mujeres y niños, entonces decidió apoyar a los muchachos de las barricadas”, dijo su hermana Patricia López. La muerte de López fue en una de las barricadas ubicadas en la entrada de la ciudad, “donde le dispararon en la nuca”.

El cuerpo fue rescatado por sus amigos, quienes también pasaron apuros al momento de llevar la caja fúnebre bajo la balacera.

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Aserrío

Antes de que hubiera el primer muerto, los heridos y las familias despidiéndose, el barrio Fátima era un aserradero. Luego se fueron construyendo casas improvisadas o champas, pero a partir de que el gobierno de Ortega tomó el poder se levantaron 24 “casas para el pueblo”.

Ahora las matemáticas en este barrio se hacen desde otro punto de vista. En esta cuadra, al menos, murieron dos personas; en la anterior cayó uno que no era de este barrio, y una cuadra más adelante murió abatido la Viuda, a pocos metros de su casa.

Esta es la imagen de cuando un grupo de mujeres trasladaban el cuerpo de Elías Josué Sánchez. LAPRENSA/Archivo

Varios de los hombres que fueron heridos en este barrio huyeron a Costa Rica. Hay algunos que por incapacidad o por falta de dinero todavía quedan. Platicamos con uno de los heridos de Fátima que no quiso dar su nombre por temor. Solo nos enseñó un balazo que le destrozó parte del pie derecho.

“Hicieron una masacre en el barrio”, dice el hombre herido. “Algunas barricadas las quitaron de un solo disparo poderoso que hacía explotar los adoquines”, agrega.

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A pocos metros de esta casa se encuentra el recuerdo de José Bismark Martínez, quien murió el 16 de septiembre tras dos meses de agonía. Martínez, mejor conocido como Chinola, estuvo dos meses con el hueco de un balazo en la garganta que también le atravesó el pulmón. De nuevo, fue un disparo certero, de arriba hacia abajo y de derecha a izquierda, similar al disparo que mató a Carlos Sandino, la Viuda.

Chinola era artesano del calzado, pero desde el 19 de abril se involucró en la lucha de la defensa de Masaya. “Es otro de los héroes de este barrio”, dice el herido.

Elías Josué Sanchez Cuestas murió asesinados a los 17 años de edad.
LAPRENSA/Cortesía

Adolescente

Zeneyda Cuestas prefiere recordar a su hijo en el día del cumpleaños de su esposo, cuando llegó con bolsas de compras para celebrar esa fecha. Ese día no había ni siquiera un centavo para comprar una gaseosa, pero al caer la noche Elías Josué Sánchez Cuestas llegó con un pastel para compartirlo con sus padres.

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A Zeneyda, ya dijimos, le gusta contar eso. Porque las personas que no conocieron a Elías Sánchez, de 17 años de edad, solamente lo recuerdan por una imagen que se viralizó en redes sociales, donde un grupo de mujeres traslada su cuerpo en un carretón.

La imagen es similar a una foto de la insurrección de 1979, donde una señora también traslada un cuerpo en una carreta. Sin embargo, la imagen actual es tan fuerte porque esbozaba la realidad que se vivía en esos días, donde era imposible trasladarse en vehículos.

A Elías Sánchez le gustaba jugar futbol: en su casa hay algunos trofeos y medallas que ganó como miembro del equipo Salesiano Don Bosco. Trabajaba como carretillero en el mercado de Masaya. Estudiaba secundaria en el turno nocturno, pero decidió salirse porque su papá enfermó y su mamá no podía mantener el hogar económicamente con lo que ganaba.

“Era mi mano derecha, mi apoyo, mi pilar”, dice Zeneyda, su madre.

Uno de los recuerdo que le queda a Zeneyda Cuestas, madre de Elías Josué.
LAPRENSA/Cortesía

Elías Sánchez Cuestas fue herido de un balazo en el abdomen a las una de la mañana del tres de junio, mientras custodiaba una de las barricadas del barrio Fátima. Cuando llegó al hospital fue demasiado tarde. “Yo quiero que ya cese esta matancina de seres humanos”, dijo Zeneyda Cuestas, madre del joven, horas después de que lo asesinaran.

En esas horas de la madrugada los ataques al barrio no cesaban. Fue por esa razón que un grupo de mujeres acompañaron a Zeneyda Cuestas a recoger el cuerpo, envuelto en un trapo blanco, encima de una carreta. Desde el hospital hasta su casa en el barrio Fátima, atravesando barricadas, en medio de morteros, bombas y balas vivas, por fin descansó el cuerpo de Elías Sánchez.

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