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La hora de los hornos

“Es la hora de los hornos”. La frase es de José Martí. De su autenticidad habló su vida y también su forma tan cubana de morir. Otras veces he comentado el lugar del suicidio en la historia política de la Isla. Como en cualquier país, puede tomar dos formas. Una, el disparo intencional contra la propia humanidad, como el de Eduardo Chibás en agosto de 1951 y el del desmoralizado Osvaldo Dorticós en junio de 1983. La otra forma es arrojarse a una temeraria operación de la que no saldrá con vida, destino del que se esté perfectamente consciente.

Así murió Martí en mayo de 1895. Martí era un héroe civil, no apto para la guerra. Al desembarcar en Cuba, Máximo Gómez y Antonio Maceo, verdaderos jefes militares de la guerra emancipadora, quisieron mantenerlo alejado del combate directo. Lo pusieron bajo el cuidado de un soldado curiosamente llamado Ángel de la Guardia (solo una “i” impidió que este ángel flotara en el éter) y cargaron ellos contra la tropa española. No imaginaron que el valiente habanero jamás aceptaría tratos preferenciales. Adelantó su caballo, casi con el pecho descubierto, y ahí mismo, en la batalla de Dos Ríos, cayó el prócer. Morir a lo Martí o morir a lo Chibás. ¿Cómo hubiera preferido Fidel? ¿Fidel? Ninguna. De hecho, muy pocas veces expuso su cuerpo como lo hicieron varios de sus subalternos. Se consideraba insustituible en las aventuras que promovió y, ya se sabe, el mando no puede perecer.

En una confrontación trascendental como la de Venezuela, la Asamblea Nacional coronó una primera victoria sin necesidad de suicidios. Se había librado una absurda campaña infamando a los diputados que pactaron la rotación interanual de la directiva de la Asamblea Nacional. Aseguraron disponer de pruebas ciertas de violación del acuerdo pero la nueva directiva se instaló pacíficamente en el histórico 5 de enero del nuevo año. Como no dudo de la buena fe de los autores de la campaña, espero que comprendan mejor la necesidad de rodear de afecto a la Asamblea Nacional, ahora presidida por el lúcido diputado Juan Guaidó, quien de hecho es el nuevo presidente de Venezuela.

El estado de la crisis es de desenlace improrrogable. El gobierno empeora su situación. Las variables económicas y sociales empeoran, el PSUV se fracciona y disuelve en costosas deserciones y la diáspora asombra al mundo. El Grupo de Lima exige al gobierno de Nicolás Maduro que negocie en serio, con agenda pertinente y supervisión internacional. La eficacia de cualquier negociación depende de la fuerza de las partes. La del cambio democrático se incrementa con respaldo planetario. El marco es Constitución y elecciones libres.

El autor es periodista venezolano. [©FIRMAS PRESS]
*@AmericoMartin

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