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México y Taiwán, tarde y mal

Un tirano no es problema de un solo pueblo. Un tirano nos incumbe a todos. Las causas y problemas de la democracia de ese pueblo donde se erigió el tirano no son excusas para desampararlo y quitarle la esperanza de recuperar la paz y la libertad.

Estoy seguro de que falta poco para que acabe la última tiranía familiar en Latinoamérica: la de los Ortega-Murillo.

La estrategia de la familia en el poder representa un capítulo más en las amenazas a la libertad y la cordura de nuestros pueblos. No podemos desligar el estado de terror y opresión que producen de la decadencia global en la elección de líderes y representantes políticos como hemos visto en Estados Unidos, Brasil, Filipinas, Italia, o más recientemente, el sur de España. Y si el ideal o la opción de la izquierda la sostienen Rusia, China, Venezuela o Cuba, comprenderemos que el panorama no es muy halagüeño. Pero todos ellos tienen algo en común: una peligrosa tendencia al totalitarismo que se cuela por las puertas de la democracia y utiliza el cansancio de sus pueblos para instalarse sobre las ruinas de la democracia.

Asistimos a un tiempo donde es más necesaria que nunca la diplomacia internacional y la firmeza en la defensa de los valores de la justicia social acompañados del respeto a la libertad y a los derechos humanos más básicos.

Las tiranías que se gestan y se enquistan en el mundo no pueden consentirse y tratarse como asunto menor. No lo son, como no lo son los cientos de muertos, detenidos y exiliados, miles de heridos y de traumatizados que el delirio de una familia ha generado en la sufrida Nicaragua.

El nuevo gobierno mexicano ha emitido señales con el objetivo de liderar el diálogo con las dictaduras de Venezuela y Nicaragua. México ha perdido hace mucho su imagen de referente regional (entre otras cosas por la oscuridad y el desgarro interno a causa de la ilimitada violencia). Pero sus representantes comienzan por dar oxígeno y esperanzas de volver a entablar una farsa dialogada con Maduro y Ortega. México llega tarde y mal. En la situación actual de Nicaragua, el diálogo está imposibilitado por la propia dictadura que solo quiere dialogar consigo misma.

¿Es necesario que se le imponga al pueblo nicaragüense una espera insufrible hasta que, como Pinochet, el dictador decida aflojar la mano por su senectud, o hasta que, como Franco, se muera de viejo sin que nada haya cambiado antes?

Por su parte, el embajador de Taiwán, Jaime Wu, parece haberse entregado a la tarea de que le retraten junto a los cabecillas del régimen de Ortega. No son criticables los programas de cooperación que benefician a la población más necesitada. Pero, ¿es necesario sonreír junto a los criminales y utilizar incluso a la vicedictadora Rosario Murillo para anunciar telenovelas taiwanesas en uno de los canales de su familia? Taiwán debería aclarar si ha existido beneficio directo de la familia dictatorial en estos extraños acuerdos.

Nicaragua, posiblemente, no representa para Taiwán más que un pequeño apoyo en sus estrategias por el reconocimiento internacional. Más allá de la legitimidad de su aspiración, es lamentable que les salga tan barato ganarse la lealtad de un régimen criminal. ¿En qué se diferencia entonces de la China continental?

Que los tiranos cedan y no causen más daño a sus pueblos es una prioridad global, por encima de intereses comerciales, políticos o intentos de reivindicar liderazgos perdidos. La soberanía reside en los pueblos; los tiranos son un problema de todos.

El autor es periodista.
@sancho_mas

Opinión Crisis en Nicaragua México Taiwán archivo
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