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María, mujer creyente

El inicio de la vida pública de Jesús está en Caná de Galilea. San Juan nos narra el bello pasaje de las Bodas de Caná de Galilea en las que estuvieron presentes María, Jesús y sus discípulos (Jn. 2, 1-2).

En el caso de las bodas de Caná, María aparece como una auténtica madre enriquecida de unos bellos sentimientos humanos y con los grandes valores de la fe-confianza. María siente el dolor de unos novios que ven cómo su fiesta matrimonial, la fiesta del amor, se va a transformar en una gran pena y dolor: “No tenían vino” (Jn. 2, 3).

María se une al dolor de los novios y busca cómo echarles una mano. María, mujer sencilla, ve que no puede remediar su angustia y se acerca a Jesús para transmitirle el dolor de los novios que se hace también dolor suyo y pedirle su ayuda.

No se sabe, si María buscaba la ayuda de Jesús pidiéndole el milagro. La verdad es que Jesús, como siempre, está allí donde el dolor se hace presente para aliviar a quien lo soporta y dice a los sirvientes de la boda: “Llenen las tinajas de agua” (Jn. 2, 7), y convierte el agua en vino y en un vino mejor que el primero (Jn. 2, 9-10).

Las palabras de María a los sirvientes tuvieron su resultado positivo: “Hagan lo que Él les diga” (Jn. 2, 5). La fe y confianza de los sirvientes hizo posible el milagro: “Llenaron las tinajas hasta arriba”, como les dijo Jesús, y probaron “el agua convertida en vino” (Jn. 2, 7-8), ¡y en un “vino bueno”! (Jn. 2, 10).

La fe y confianza de María hizo que los reveses en la vida de unos recién casados se convirtieran en momentos de ilusión gozosa, en una vida nueva con vino nuevo. ¡Qué bien nos haría a todos hacer vida en nuestra vida las palabras que María dijo a los sirvientes de las bodas de Caná: “Haced lo que Él los diga”! (Jn. 2, 5).

Los valores de la fe y los valores humanos van siempre de la mano en María. Así la vemos siempre en lo poco que nos dice el evangelio de ella: María, la mujer creyente y humana, está siempre allí: donde falta el vino (Jn. 2, 1-3); donde se necesita su presencia (Hch. 1, 14); donde aparece el dolor del otro (Jn. 19, 25-27).

Por eso, María se ha ganado a pulso el título de “Santa María de la solidaridad”. María, como mujer creyente, siempre dice: “He aquí la esclava del Señor” (Lc. 1, 38); pero, como mujer humana, María también dice: ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (Lc. 1, 34).

María, como mujer creyente, es testigo viviente de la fe ante su prima Isabel y por ello dice: “Alaba mi alma la grandeza del Señor” (Lc. 1, 46); pero, como mujer humana, María es la que se pone en camino para ayudar a su prima y se “quedó con ella unos tres meses” (Lc. 1, 39-40.56).

María, como mujer creyente, acepta con toda fidelidad y responsabilidad las palabras de Jesús en la cruz: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn. 19, 26); pero como mujer y madre humana está allí junto a la cruz, sufriendo con su hijo y brindándole la fuerza de su amor (Jn. 19, 25).

El autor es sacerdote católico.

Opinión María Mujer creyente archivo
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