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San José

Isamar Javiera Molina Medrano, de 24 años, cuando participaba en las marchas en contra del régimen orteguista en abril del 2018 LA PRENSA/CORTESÍA

La estudiante que se convirtió en enfermera por accidente en el tranque San José, en Carazo

"Para nosotros que los niños nacieran ahí era como un milagro, una esperanza, porque el gobierno quería quitarnos la vida y nosotros ayudábamos a que otros vinieran a este mundo", dijo Isamar Javiera Molina Medrano

Isamar Javiera Molina Medrano, de 24 años, quería ser mercadóloga, pero la represión orteguista desatada desde el 18 de abril del 2018, terminó con su sueño. Molina cursaba el segundo año de la carrera, sin embargo, tras las fallidas reformas al Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (Inss) decidió salir a las calles a manifestarse. Alzar la voz en contra de la dictadura le costó el exilio en Costa Rica.

“He estado en contra de las injusticias sociales y además mi padre es jubilado y sabía que eso le iba a afectar, así que me uní a las manifestaciones el 19 de abril”, cuenta.

Lea También: Al menos nueve muertos y 200 secuestrados en ataque orteguista a Carazo

Al inicio de las protestas cargaba la bandera de Nicaragua y una pancarta para expresar su repudio hacia el régimen, pero a finales de abril se armó de un mortero. “No podíamos andar sin nada, porque siempre los sandinistas estaban buscando como reprimirnos desde que salíamos de nuestras casas. A muchos los golpearon”, dice.

En junio la universitaria abandonó por completo su casa y se instaló en el tranque del colegio San José, que fue como su segundo hogar. Cuenta que sus padres nunca estuvieron de acuerdo que ella se pronunciara en contra de la dictadura, porque temían lo peor. Molina es madre de una niña de cuatro años.

“Me pedían que no siguiera en las protestas por mi hija, porque si me pasaba algo, ella iba a quedar sola, pero realmente yo decidí continuar para que ella creciera en un país libre y también por mi futuro. No podemos seguir así”, lamenta.

Médico por accidente

Molina cuenta que no tenía conocimientos de medicina, mucho menos de como atender un parto. Sin embargo, debido a los múltiples ataques de los que fueron víctima por los paramilitares del régimen orteguista en el puesto médico del colegio San José  le tocó atender a muchos manifestantes que resultaron heridos y además, colaboró en tres de los cuatro partos de bebés que se dieron en el tranque San José.

“Ayudaba a limpiar a las mujeres en los partos y a pasar material de primeros auxilios, además vestía a las niñas que ahí nacieron”, relata.

Lea: La historia del cuarto nacimiento en un tranque de Jinotepe, Carazo. 

“Eso la verdad me impresionó bastante, porque no he estudiado nada de medicina. Siento que al final ayudé a salvar vidas. Para nosotros que los niños nacieran ahí era como un milagro, una esperanza, porque el gobierno quería quitarnos la vida y nosotros ayudábamos a que otros vinieran a este mundo. Era como una señal divina”, dice.

Cuatro horas de ataque

Molina recuerda que el pasado 12 de junio en uno de los ataques armados, se fue a descansar a la casa de seguridad que se situaba en la salida de Jinotepe, buscando Dolores. En el tranque los manifestantes dormían en el piso o en colchonetas.

A eso de las 4:00 de la mañana recibió varios mensajes de textos en los que le avisaban que las barricadas estaban siendo atacadas. “Agarré mi mortero, me puse los zapatos y alguien que llevaba a la Masha en una motocicleta me dio raid”, dice .El ataque duró al menos cuatro horas.

En ese enfrentamiento fallecieron los paramilitares Guillermo Méndez y Marcos Gutiérrez. Extraoficialmente se conoció que Méndez trabajaba en la Alcaldía de Dolores y que Gutiérrez pertenecía a la Asociación de Militares Retirados (AMIR). Varios autoconvocados resultaron heridos por el ataque.

El escape a Costa Rica

El pasado 9 de julio, Molina se encontraba en Jinotepe. Las calles estaban rodeadas de policías. Aún así pudo escapar junto a otra mujer a bordo de un taxi hasta Granada. Cuatro días después, en compañía de otros manifestantes cruzó por vereda la frontera costarricense. Su hija quedó al cuidado de sus padres y de su expareja.

Además: La historia de la niña que nació en un tranque en Jinotepe

En las oficinas de Migración y Extranjería de la frontera costarricense solicitaron asilo.  Durmió tres días en el piso.  Estuvo en albergues por al menos dos semanas, pero luego con su actual pareja decidió rentar un cuarto.

Ahora cuenta con un permiso de trabajo. En Costa Rica sobrevive de la venta de atolillo y de arroz de leche, pero además se gana la vida haciendo manualidades. Su cónyuge trabaja en una ferretería.

Abandonar el país y a su familia, particularmente a su hija, manifiesta que fue una decisión muy difícil de tomar.

“Esté cerca o lejos, uno nunca deja de ser mamá y cada momento pienso en mi hija y en mi familia.  Por mi seguridad sabía que tenía que salir del país”, dice.  Su sueño es poder regresar a Nicaragua y reencontrarse con su familia. También anhela volver a estudiar.

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