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El diálogo

El diálogo debe ser la reafirmación de la libertad de los interlocutores, todo lo contrario de “un monólogo por turnos” y más aún de un ejercicio en el que uno habla y los demás escuchan, en el que se pretende imponer la voluntad del más fuerte por encima de las razones y argumentos que se le opongan.

El diálogo debe buscar la unidad desde perspectivas diferentes. Lo que une es lo que integra las diferencias, la unidad en la diversidad, pues lo que uniforma no une: somete. A través de él deben buscarse las soluciones a los problemas inmediatos, y sobre todo, sentar las bases de lo que puede ser un proyecto de nación. El objetivo fundamental del diálogo es alcanzar la unidad sin disolver las características esenciales que identifican a cada uno de los diferentes sectores, políticos, económicos y sociales que participan en él.

En la situación actual de Nicaragua, el diálogo debe darse, con mucha mayor razón, a partir de condiciones humanamente necesarias, lo que exige la liberación de los presos políticos injustamente encarcelados, el cese de la represión gubernamental, el respeto al derecho de reunión y manifestación, a la libertad de opinión, a la diferencia de criterios ante el poder, y esencialmente el respeto integral a los Derechos Humanos, condición indispensable para su realización. Pero además, el diálogo debe conducir, más allá de lo inmediato, aunque la atención de esto es absolutamente necesaria, a la consolidación de valores y principios que identifican la condición humana, y a la realización de las acciones requeridas para construir una sociedad digna en la que todos podamos convivir.

La Nicaragua Posible no es una vana ilusión, un sueño irrealizable, una utopía, pues si bien la utopía es el lugar que no existe, no existe porque no ha sido construido todavía.

Es necesario el pensamiento crítico, la educación racional y la nueva cultura política para romper el círculo vicioso que ha hecho de nuestra historia un escenario en el que el futuro es el pasado que regresa. Ni la bicicleta estacionaria que gira pero no avanza, ni el péndulo fatídico que oscila entre el pacto y el facto, entre la confabulación y la confrontación, sino la nueva realidad en la que se reafirme el debate de las ideas, la libertad, la justicia, el reconocimiento de la dignidad de la persona y el respeto a los Derechos Humanos.

La libertad es una condición fundamental de los Derechos Humanos y la democracia. No es libre quien obligado hace lo que no quiere, ni quien por voluntad propia hace lo que quiere, sin consideración a los derechos de los demás, sino que es libre quien hace lo que debe, quien tiene conciencia de los límites dentro de los que puede actuar y actúa en conformidad con ellos, quien es consciente no solo de sus derechos sino también de sus deberes. La razón es la fuente de la libertad. Quien violenta la libertad de los demás, pierde su propia libertad.

El diálogo debe tener, al menos, esas características constitutivas y responder, entre otros, a esos objetivos y propósitos, pues de lo contrario se deformaría en un mecanismo falso, utilizado para ganar tiempo y eludir así las responsabilidades del poder ante la ciudadanía. El respeto a los Derechos Humanos y demás valores y principios señalados como condiciones esenciales al diálogo, trascienden a este pues tienen un valor universal que los hace necesariamente aplicables a toda situación política, económica, social o cultural, pues de ellos depende la condición de la persona y la sociedad, basada en el respeto a la dignidad, libertad y justicia, inherentes a su condición histórica, social y moral.

El autor es filósofo y académico.

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