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Lo que importa es el ser humano

Los seres humanos somos una maravilla creada por Dios, quien dijo al crearnos: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra… Creó, pues Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó” (Gen. 1, 26-27).

Y el salmista, al ver lo que Dios hizo por el hombre, no podía sino decir aquellas bellas palabras: “Señor, Dios nuestro… Al ver tu cielo, hechura de tus dedos, la luna y las estrellas que pusiste, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el hijo de Adán para que de él te cuides? Apenas inferior a un Dios lo hiciste, coronándolo de gloria y esplendor; Señor lo hiciste de las obras de tus manos, todo lo pusiste bajo sus pies” (Sal. 8, 2-7).

Después nos diría también Jesús: “En verdad les digo que cuanto hagan a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hacen” (Mt. 25, 40). Y San Pablo nos dice: “¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu habita en ustedes? El templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo” (1 Cor. 3, 16-17).

Pero el ser humano, desde el primer momento, rompe su relación con Dios, pretende hacer su propia vida prescindiendo de los grandes valores que le sostienen y empieza a degenerarse y deteriorarse cada vez más: Es decir, el ser humano que tenía imagen divina, ahora ha roto su propia dignidad y ha caído gravemente herido.

Y Dios, al ver la obra de sus manos (Sal. 8, 2), caída por los suelos, envía a los profetas para que zarandeen la conciencia de los hombres y se den cuenta del mar tormentoso en el que han caído y cambien su proceder.

Por último, mandó a su Hijo con la finalidad de rescatar al hombre, sacarle de ese mar borrascoso en el que estaba sumido y hacer de él un hombre nuevo. Con razón decía Jesús: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en Él no perezca” (Jn. 3, 16).

Jesús se convirtió así en el gran pescador de hombres con su palabra y con su vida: Predicó y sembró libertad, allí donde estaba presente la esclavitud (Mc. 2, 27). Abrió los ojos a quienes estaban ciegos (Jn. 9). Proclamó felices a quienes no adoran el dinero (Mt. 5, 3) ni el poder (Mc. 10, 41-45).

Y esta misión que Jesús llevó a cabo en esta tierra nuestra, la ha puesto también en manos de todos cuantos en Él creemos, como le dijo a Pedro: “Desde ahora serás pescador de hombres” (Lc. 5, 10) y a los demás apóstoles por igual. (Mt. 4, 19; Mc. 1, 17). Esta es la gran misión y la labor que tiene en sus manos la Iglesia: Rescatar al hombre que ha olvidado los valores que enriquecen su dignidad.

A Dios lo que le importa es todo ser humano; somos sus hijos. Para Jesús lo que le importa es todo ser humano; somos sus hermanos. Para todos cuantos creemos en Jesús, lo que tiene que importarnos, por encima de todo, es cada uno de los hombres, nuestros hermanos.

El autor es sacerdote católico.

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