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Juventud y transición democrática

La elección de Nayib Bukele, de 37 años, como presidente de El Salvador y Carlos Alvarado, quien también fue electo a los 37 años como presidente de Costa Rica, son signos de movilidad generacional en la clase política de la región, una movilidad generacional que por el cierre de espacios de participación política no hemos visto en Nicaragua. Lo anterior nos debe llevar a la reflexión sobre ¿qué se puede hacer diferente en una transición democrática para llegar a esa movilidad generacional en la clase política?

En alguna oportunidad, intercambiando impresiones con uno de los jóvenes más entusiastas por la participación de la juventud en la política nicaragüense o al menos de la suya, mostró interés en el sistema de cuotas de participación, a lo cual, orillado por las circunstancias y con ironía, repliqué que la única restricción legítima era la de participar en política con la cabeza vacía. Es fácil pensar en el establecimiento de cuotas de representación a los partidos políticos, pero es más complejo que el número. Desde la experiencia de paridad o cuotas de género, el Comité CEDAW ha observado lo deseable que la participación política de la mujer sea sustancial o sustantiva, que la incidencia sea real e integral y no supeditada a las estructuras del poder fáctico.

Para que los partidos políticos sean auténticos espacios de participación política, el financiamiento público es una herramienta que evita que quien pone el dinero, tome las decisiones o con su influencia acomode las decisiones partidarias a su conveniencia. Dejar de tener instituciones partidarias de campañas electorales, para convertirlas en generadoras de debate público, espacios de participación y auditoras de la gestión pública es la meta. Estas condiciones serán atractivas para jóvenes, permitiendo la anhelada movilidad generacional. Es un error apostarle a los jóvenes por ser jóvenes, promover un relevo generacional puede implicar caras nuevas, pero viejas mañas.

Una de las grandes paradojas de la juventud actual y particularmente de la generación “millennials” es que hoy más que nunca ha habido acceso a educación, incluso a educación superior de primer mundo. Personalmente conozco muchos compatriotas que han realizado posgrados en universidades extranjeras de prestigio mundial, pero ¿por qué nuestros mejores cerebros no están al servicio de una mejor Nicaragua? Simple, la falta de oportunidad.

Es bonito soñar con una persona joven a cargo de la presidencia en Nicaragua, pero más que un hombre o una mujer joven a cargo de la presidencia, yo invitaría a ocuparnos en políticas públicas orientadas a recuperar la institucionalidad y moral en los partidos políticos, para que renazca la vocación de servicio público, más que en los jóvenes, en los más capaces.

El autor es maestro en Derechos Humanos.

Opinión juventud transición democrática archivo
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