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En la barca de San Juan de la Cruz

Hay una foto recreada por Sandra Eleta para el libro Sueño de Solentiname, que se publicó con motivo de una exposición en el museo Jumex de México, el año pasado. La foto está fechada en 1974 y en ella se ve a Ernesto Cardenal recogiendo unas redes sobre una barquilla que lleva pintado el nombre de San Juan de la Cruz.

En nuestra última conversación larga en el Centro Nicaragüense de Escritores, hablamos de su libro Telescopio en la noche oscura, y de la pasión compartida por la lectura del poeta del amor más grande de la literatura en español: San Juan de la Cruz. Un místico, que como Ernesto, a su manera, removió algunas conciencias dentro de la cultura y de la iglesia.

Cuando recelamos todos de la llamada “literatura de compromiso”, convencidos de que las palabras dichas en forma artística no tienen por qué servir de algo, pienso en algunos versos de San Juan de la Cruz o del propio Cardenal, y en el fondo me compadezco por caer en la tentación de no creer en el inmenso y mágico poder de las palabras.

El asunto es que dan sus frutos cuando ellas quieren, como diría Francisco Ruiz Udiel: “Las palabras volverán a ser hombres…, y túneles hacia la libertad”. Y cuando digo esto, veo al propio Francisco en la Universidad de León, en 2005, recogiendo el premio de poesía de manos de Ernesto Cardenal. Son imágenes, son palabras que no derrumba el tiempo, como tampoco las de aquel poeta castellano que, en el siglo XVI, se escapó de una celdita en la que tendría que haber muerto si no hubiera tenido una aventura erótica con Dios, “en una noche oscura con ansias en amores inflamada”.

En noches oscuras como esta, esa barquilla de nombre abreviado y el poeta Cardenal me recuerdan que hay palabras que se vuelven hombres, como este de barba blanca y cotona blanca. Cardenal no renunció a su palabra, ni siquiera arrodillado frente al poder de la Iglesia, como lo estuvo San Juan de la Cruz en medio de sus hermanos carmelitas de Toledo.

Puede que se olvide el Cardenal de los versos a Claudia, o el de los poemas comprometidos con la revolución. Pero quedará ese hombre de blanco que entraba junto a Claribel Alegría en la sala oncológica del hospital pediátrico a encontrarse con niños poetas.

Y quedará el enamorado de la ciencia y el universo. Y quedará sin duda, el Cardenal de los versos místicos del único amor que puede hacer que las palabras se vuelvan hombres. El que como Teresa de Lisieux, en sus últimos momentos, resistirá la tentación de no creer, con ese verso: “Aunque no existas, yo te amo”.

El autor es periodista.
@sancho_ma

Opinión
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