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Daniel Ortega, reformas

Lo bueno, lo malo y lo feo del primer día de negociación

En la negociación, Daniel Ortega busca tiempo, legitimidad, impunidad y dinero. Del otro lado, básicamente todo lo contrario

Día de negociación

Camino a mi trabajo, paso por Metrocentro y la gasolinera en la que antes, a veces, me detenía para comprar algún café, está cercada por una cinta amarilla. La cerraron. Se la quitaron a su dueño. Es día de negociación y no está el canal 100 por ciento Noticias trasmitiendo lo que ocurre. Ahí estaría Lucía Pineda, posiblemente en el terreno, micrófono en mano, y tal vez Miguel Mora, desde el estudio haciendo un análisis con un panel. Pero no están. Su canal está tomado. Mientras Nicaragua está pendiente de lo que suceda este día en que se juega su suerte, el canal desde el que transmitía 100 por ciento Noticias, pasa un documental extranjero sobre implantes molares. Miguel y Lucia esta presos. Aislados.

Don Alex

Una de las primeras imágenes del día es la de don Alex Vanegas, el maratonista azul y blanco. Incansable. Asoma su cara por una ventanilla del microbús que lo llega a entregar a su casa. Don Alex no para. Agita una calzoneta azul y blanco. Brinca y reclama. “Yo estaba en “Jelepate City”, dice burlesco y se quita la camisa para mostrar su espalda picoteada por los bichos de la cárcel. Los guardias que lo custodian no hallan qué hacer con él. Quieren que se calle, que entre a la casa y se esconda de los periodistas. Pero don Alex es indomable. “No sean cara de barro”, reclama. “Dicen que estoy libre pero no me dejan”. Cuánta admiración y respeto despierta este señor que encarna lo mejor del espíritu nicaragüense.

Mesa redonda

Mientras eso pasa, en el INCAE arrancan las negociaciones. Las primeras fotografías llaman la atención por dos cosas, principalmente: uno, la ausencia total de mujeres en la mesa redonda, y dos, que la composición de la delegación gubernamental parece decir “estamos aquí para no ir a ningún lado”. Daniel Ortega se tomó todo su tiempo. Esperó que el agua le llegara al cuello para sentarse a negociar y su apuesta es simular que negocia sin soltar nada. Pone negociadores sin capacidad de negociar. Quiere ganar tiempo mientras se calman las amenazas que lo acechan y lo acorralan.

Secuestro

Más que una negociación política parece la negociación de un secuestro. Es como si alguien de afuera pide desde un megáfono que libere a algunos de los rehenes en un gesto de buena voluntad para que puedan negociar. Libera cien. Pero se deja 600. No quiere soltar sus fichas de un solo. Arrinconado piensa que si cede, se juega la vida o su libertad. Y está dispuesto a escapar así, con la pistola en la sien de sus rehenes, y, si se puede, llevándose el botín robado.

Castillo de naipes

En las redes sociales, los simpatizantes del régimen lucen desconcertados. Están los que ven esta negociación como una victoria de su comandante, otros que no lo entienden, siempre les dijeron que los presos eran los peores terroristas de mundo y lo están liberando. Unos más piden que confíen en sus dirigentes, que ellos saben lo que hacen, que como siempre “esperen las orientaciones”. Y, por supuesto, están los que temen que esto pueda ser el principio del fin, y que a la hora que el castillo de naipes se venga abajo nadie esté para darles la protección prometida.

Fichas de negociación

Lo presos siguen llegando a sus casas. Prefirieron ir a dejarlos casa por casa para evitar la celebración de todos juntos. No son libres, les aclaran. Ortega no quiere soltar la cuerda. Entre los liberados, sin embargo, faltan Miguel, Lucía, Edwin, Medardo, Pedro, Irlanda, Amaya y 600 más. Personas, la mayoría muchachos e incluso niños, que solo buscaban una mejor Nicaragua para todos y están ahí, presos, algunos en mazmorras inhumanas, porque el dictador necesitaba fichas para canjear cuando llegara el momento de una negociación.

Expectativas

En la redacción de LA PRENSA hay agitación. Una colega me pregunta qué pienso de esta negociación. Lamentablemente, le digo, no pongo muchas esperanzas. Ortega busca tiempo, legitimidad, impunidad y dinero. Del otro lado el gran propósito madre debería ser elecciones libres y anticipadas que permitan reconstruir Nicaragua, con justicia y libertad, o que Ortega demuestre en ellas que la mayoría de los ciudadanos quiere una dictadura como la suya. Los dos propósitos, por ahora, lucen irreconciliables. Pero la historia nos dice que, en asuntos de negociaciones, una vez que comienzan pueden terminar con la triste gloria de un cachinflín o convertirse en la explosión nuclear que lo cambie todo. Démosle el voto de confianza y estemos atentos.

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