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Álvaro Gómez, Sara López, Nelson Lorío y Socorro Corrales.

“Este gobierno mata a nuestros hijos y nos obliga a irnos al exilio”. El drama de los padres que huyeron de Nicaragua después de perder a sus hijos

LA PRENSA habló con cuatro padres nicaragüenses, cuyos hijos fueron asesinados por las fuerzas del régimen orteguista, y se vieron forzados a huir del país por las amenazas y persecución

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Primero enfrentaron el dolor de perder a sus hijos durante las protestas contra el régimen dictatorial de Daniel Ortega en 2018. En busca de justicia, solo encontraron amenazas, hostigamiento y persecución. Ahora lloran a sus deudos, asesinados por exigir democracia en Nicaragua, desde el exilio.

LA PRENSA habló con cuatro padres nicaragüenses, cuyos hijos fueron asesinados por las fuerzas del régimen orteguista, y se vieron forzados a huir del país por las amenazas y persecución. Estas son sus historias.

Álvaro Gómez, perdió una pierna en los 80 y a su hijo en 2018

Profesor de física y matemáticas, Álvaro Gómez, de 48 años, es el padre del joven de 23 años que lleva su mismo nombre, quien fue asesinado el pasado 21 de abril en una barricada del barrio Monimbó.

“El mayor traidor de la revolución se llama Daniel Ortega Saavedra”, así se refiere el profesor monimboseño sobre el dictador nicaragüense, a quien de joven apoyó para derrocar al también dictador, Anastasio Somoza, en 1979. Además participó en la guerra entre sandinistas y contrarrevolucionarios. En esta última perdió su pierna derecha producto del impacto de un cohete RPG-7. En ese entonces formaba parte del batallón de lucha irregular Miguel Ángel Ortez, en Juigalpa.

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Casi cuarenta años después, Gómez lucha contra otra dictadura pero esta vez desde la trinchera del exilio.

A raíz de la pérdida de su hijo, “el profesor Álvaro”, como popularmente lo conocen, se unió a las marchas y plantones que se realizaron en Monimbó en contra de Ortega, acción que le costó amenazas y hostigamientos de grupos afines al régimen orteguista.

Álvaro Gómez Montalván, hijo del profesor de Monimbó, Álvaro Gómez. LAPRENSA/CORTESÍA

El 17 de julio de 2018, la Policía Orteguista junto a paramilitares atacaron Monimbó con la denominada “operación limpieza”. Don Álvaro relata que ese día salió de su casa después de que sujetos desconocidos llegaron a buscarlo. “Tocaron tres veces. Yo pensé salir pero mi esposa me dijo que no, que los dejara y nos encomendamos a Dios y pues, pasaron. En cuanto pudimos salimos de nuestra casa”, cuenta el profesor, quien junto a su esposa e hija se ocultó donde algunos parientes que vivían en la periferia de Masaya para evadir la persecución que se había desatado. Ahí permanecieron hasta el 4 de agosto.

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Ese día, don Álvaro estableció contacto con Bernardo Silva, un exconcejal de Masaya exiliado en Costa Rica, quien lo ayudó a salir de Nicaragua. “Salimos por el lado de Cárdenas, tuvimos que caminar buen trecho y luego dormimos en las montañas de Costa Rica”, aseguró don Álvaro, quien pisó suelo tico el 5 de agosto de 2018. Silva murió dos meses después producto de una pulmonía.

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“Me da rabia saber que después de que apoyamos a este gobierno déspota, hoy viene a matar a los nietos, a los hijos de la revolución. Después de matar a mi hijo, me tengo que venir al exilio a denunciar”, lamentó don Álvaro, actualmente en condición de refugiado en Costa Rica y quien sobrevive de donaciones y del apoyo de nicaragüenses residentes. El profesor Álvaro imparte clases cuatro horas en la semana, y asegura que con el dinero que gana, “me ayudo con el transporte”.

Sara López: “Mi hijo pedía que no lo dejaran morir”

Sara Amelia López, de 42 años, cuidaba a un anciano de 87 años en Costa Rica cuando le informaron, el 30 de mayo de 2018, que su hijo, Cruz Alberto Obregón, de 23 años, fue asesinado en Estelí durante una marcha en conmermoración del día las madres y en repudio a Ortega.

“A Cruz Alberto le pegaron cinco disparos, la mayoría en su espalda, el tórax y uno en la mano. A él lo llevaron vivo (al hospital), decía que no lo dejaran morir”, relata conmocionada la mamá de Obregón, quien a la vez asegura que “mientras ese gobierno asesino esté (en Nicaragua), nunca habrá justicia”.

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Doña Sara López junto a su hijo, Cruz Alberto Obregón. LAPRENSA/CORTESÍA

El 31 de mayo por la madrugada, López viajó a Nicaragua para ver a su hijo y preparar sus funerales. “Pasé como cuatro tranques”, afirma. Además asegura que en los cuatro tranques tuvo que bajarse del bus en el que viajaba para explicar a los manifestantes de su situación y persuadirlos para que les permitieran pasar. Lo logró.

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López llegó a su casa, en la ciudad de Estelí, a las 12:00 p.m. A su hijo le practicaban una autopsia en un hospital privado, misma que reveló que Obregón murió por una hemorragia masiva intratorácica provocada por proyectiles de escopeta calibre 12. Horas más tarde trasladó el cuerpo de Obregón a la comunidad El Regadío, ubicada al suroeste de la ciudad, donde fue enterrado.

“Hubo mucho asedio, uno no pudo estar tranquilo velando a su hijo, porque aparte de que somos víctimas nos asedian, no quieren que nosotros hablemos”, asegura López, quien regresó a Costa Rica el 26 de julio después de haber denunciado, en plantones y marchas en las calles de Estelí, el crimen ocurrido contra su hijo.

Acta de defunción de Cruz Alberto Obregón. LAPRENSA/CORTESÍA

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López explica que antes de la muerte de Obregón ella viajaba cada tres meses a Nicaragua para renovar su visa que le permitía estar en Costa Rica. Sin embargo, afirma que la persecución y amenazas contra sus familiares aumentó después de denunciar el crimen contra su hijo, y considera que regresar a Nicaragua significa exponerlos más, pues asegura que “los paramilitares del barrio se toman a la tarea de informar qué personas llegan a la casa”. Por esa razón, López manifiesta que pidió refugio en Costa Rica, donde tiene un trabajo de medio tiempo como doméstica con lo que asegura, sobrevive.

Nelson Lorío: “Ando huyendo como que yo fui el que asesinó a mi hijo”

“Un 23 de junio de 2018 se fue de mis brazos mi hijo”, cuenta, con la voz entrecortada, Nelson Lorío, de 33 años, padre de Teyler Leonardo Lorío Navarrete, el bebé de 14 meses asesinado de un certero disparo en la parte derecha de la cabeza disparadas por fuerzas del régimen que se encontraban en un sector ubicado entre el barrio 8 de Marzo y Las Américas Uno, en Managua. El menor murió en los brazos de su padre.

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“Yo digo que fue un francotirador”, asegura, mientras explica que su hipótesis se basa en que los disparos “eran pausados” y no en ráfagas como lo suelen hacer los paramilitares de Ortega. “El que nos disparó me estaba apuntando a mí o al niño, pero desgraciadamente impactó a mi hijo”, relata Nelson, quien contó que después del disparo tuvo que entrar a la casa de una habitante del sector para resguardarse.


Afirma que unos jóvenes del barrio lo ayudaron a trasladar al bebé a un hospital, pero este ya había muerto. De manera insólita, el dictamen médico emitido por las autoridades del Hospital Alemán Nicaragüense, donde fue llevado el niño, arrojaron que hubo “sospechas de suicidio” en la muerte del menor. La Policía Orteguista nunca investigó el incidente.

Citatorias policiales para intimidar

Cuenta Nelson Lorío que a partir del asesinato de su hijo, él y su esposa optaron por unirse a marchas y plantones para exigir justicia. Sin embargo, asegura que empezaron a llegarle citatorias policiales, una patrón usado “como una forma de intimidación para que uno se calle”.

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Fue el 29 de agosto que Nelson huyó solo de Nicaragua. Su esposa, Karina Navarrete, junto a su hija tuvieron que huir el 1 de noviembre porque también le empezaron a llegar citatorias policiales.

Antes de partir hacia Costa Rica, Nelson trabajaba surtiendo productos en los estantes de un supermercado de la capital. Ahora vive en Costa Rica en calidad de refugiado y sobrevive, al igual que muchos nicaragüenses exiliados en ese país, con el apoyo de ONGs y las donaciones de compatriotas residentes.

Documento emitido por las autoridades del Hospital Alemán Nicaragüense. LAPRENSA/CORTESÍA

“Este gobierno nos mata a nuestros hijos y todavía nos obliga a irnos al exilio”, lamenta Nelson quien afirma no sentirse conforme porque “cada 23 quisiera estar en la tumba de mi hijo, pero no puedo”.

Socorro Corrales: “Lo que más quisiera es estar en Estelí para poder visitar la tumba de mi hijo”

La profesora Socorro Corrales, madre del joven universitario Orlando Francisco Pérez Corrales, de 23 años, asesinado de dos disparos el pasado 20 de abril en el parque central de Estelí, se encuentra refugiada en Estados Unidos junto a su hija y su nieta desde el 21 de agosto del 2018.

Ese día, doña Socorro, su hija y su nieta, de siete años se entregaron a las autoridades fronterizas de los Estados Unidos para pedir asilo y seguir denunciando, desde el exilio, el crimen contra su hijo. “Aquí estoy luchando por la vida en este exilio, que lo que más quisiera es estar en Estelí para poder visitar la tumba de mi hijo”, lamenta doña Socorro.

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Orlando Corrales, junto a su mamá (centro) y hermana (derecha), carga a su sobrina de siete años. LAPRENSA/CORTESÍA

Después del asesinato de Orlando, doña Socorro logró conseguir que exhumaran sus restos para practicarle una autopsia. Esto lo consiguió después de haber presionado en varias ocasiones a la Policía y Medicina Legal. Aunque no sirvió de mucho, pues asegura doña Socorro que hasta la fecha “el caso de mi hijo está engavetado”.

A partir de ese momento, doña Socorro afirma que empezó el hostigamiento y las amenazas. “Yo organicé marchas en Estelí, estuve en los tranque de Estelí, y según ellos (régimen) tengo un sinnúmero de delitos. Luego que limpiaron los tranques, los asesinos ya me mantenían vigilada en mi casa, no podía salir ya y se mantenían paramilitares y policías frente a mi casa”, cuenta.

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El 12 de julio, cuando intentó llegar a su casa, policías la estaban esperando para apresarla, por lo que partió hacia Honduras, donde tenían programada una cita para solicitar una visa estadounidense, misma que les fue negada. Continuaron su rumbo, en autobús, pasando por Guatemala hasta llegar a la frontera con México, donde la hija de doña Socorro fue operada de la vesícula.

Posteriormente, la mamá de Orlando pagó nueve mil dólares para que un “coyote” las pasara a Nuevo Laredo, frontera con Estados Unidos, y entregarse. “Tuve que hipotecar mi casa para poder pagar 3 mil dólares por cada uno”, asegura.

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Doña Socorro Corrales sostiene un banner con el rostro de su hijo, Orlando Corrales. LAPRENSA/CORTESÍA

Actualmente trabaja junto a su hija, quien está embarazada, como obrera de la construcción en Estados Unidos para poder sobrevivir, aunque asegura que no es un trabajo estable. “Tenemos que andar buscando ahí que nos den trabajo”, culmina.

Los cuatro padres exiliados que perdieron a sus hijos coincidieron en algo: volverían a Nicaragua, sólo cuando el dictador Daniel Ortega deje el poder.

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