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Alianza no debe romper el diálogo

La participación de la Alianza Cívica en la negociación política con la dictadura pasa por una situación muy difícil. Lo cual es preocupante, porque la Alianza representa la esperanza del pueblo de Nicaragua que se ha pronunciado por la opción de la vía cívica para recuperar la libertad y la democracia.

La crisis de la Alianza se debe, por una parte, a que la Conferencia Episcopal de Nicaragua rechazó la invitación de las dos partes para participar en el proceso de negociación política como testigo de calidad. Con esa decisión los obispos han dejado a la Alianza sin un respaldo moral importante para legitimar ante la opinión pública la negociación con la dictadura. Por otra parte, el diálogo con el régimen es rechazado ampliamente en las redes sociales y los medios de comunicación tradicional no oficialistas. De manera que la Alianza Cívica está sometida a la presión fuerte y simultánea de la dictadura y el rechazo mediático de mucha gente perteneciente a distintos sectores sociales y políticos.

Pero la verdad es que nadie prometió que la negociación con el orteguismo para buscar soluciones democráticas de la crisis sería placentera. Y no es cierto, además, que es mejor el recurso de la fuerza para derrocar a la dictadura. Como ha demostrado la experiencia de Nicaragua, la violencia ni es más fácil ni garantiza que después del derrocamiento de un régimen dictatorial no se imponga otra dictadura.

En estas circunstancias, la Alianza Cívica ha hecho bien al darse unos días para consultar a diversos sectores de la sociedad y reflexionar si debe continuar las negociaciones con el régimen aunque no haya condiciones óptimas para dialogar. O si sería mejor romperlas y esperar que la dictadura caiga por su propio peso, y que la crisis se resuelva por inercia o por las presiones internacionales. Lo cual, sobra decirlo, no va a suceder.

Pero en sus consultas y reflexiones la Alianza Cívica debe identificar y corregir los errores que seguramente ha cometido en el proceso del diálogo, mejorar la representación de los sectores y tener una comunicación más abierta con los medios de prensa y la sociedad.

Lo que no debe hacer la Alianza es romper las negociaciones políticas con el régimen, porque son más difíciles de lo que se esperaba, o porque los obispos decidieron no participar en el diálogo en condición de testigos de calidad, ni porque Ortega con su propuesta de agenda no muestra interés en una solución verdaderamente democrática.

La búsqueda de una salida pacífica y cívica de la crisis, y evitar la catástrofe que se avecina si no se encuentra, es un imperativo político y moral que la Alianza Cívica no debe eludir, salvo que la pasión política termine imponiéndose sobre la racionalidad y no quede más remedio que abandonar la mesa del diálogo, ya sea por un tiempo o de manera definitiva.

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