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La negociación de un secuestro

Siempre es difícil negociar con un secuestrador. Por circunstancias de trabajo, me vi envuelto ocasionalmente en la gestión de la liberación de algunos compañeros retenidos contra su voluntad. Y recuerdo el consejo de un periodista, que había sufrido un secuestro peligroso anteriormente: “Si la víctima es un familiar o un compañero, no negocien ustedes directamente; que no negocie la familia ni sus allegados. Déjenlo en manos de gente no vinculada directamente a los rehenes. Lo importante es que ellos salgan con vida”.

Y lo recuerdo ahora, porque cada vez parece más evidente que lo que ocurre en Nicaragua no es la tentativa de un diálogo sino la negociación con un secuestrador de una gran mayoría del pueblo.

Es comprensible que no se evite la tentación de comentar en redes sociales, elevar la voz o indignarse ante lo que se piensa desde fuera de la mesa del diálogo. Pero cualquier comentario, crítica sin demasiada información, o difusión de lo no acordado beneficia principalmente al secuestrador y es parte de su interés. Porque, en realidad, no es un diálogo.

Hasta ahora, los interlocutores frente al gobierno habían sido seleccionados por personas a las que se les concedió la facultad de nombrarlos como representantes de amplios sectores de la sociedad. En un principio fueron llamados desde la jerarquía de la Iglesia. Se aceptó esa anomalía como consecuencia de la grave distorsión de una democracia que ya no existe en un país bajo dictadura. Y se han aceptado en representación de todos esos sectores (a pesar de una presencia preponderante de hombres).

La dictadura, al fin y al cabo, necesita con quién dialogar. Hasta las peores dictaduras se han empeñado en lavarse la cara con el disfraz de una legalidad en la que ampararse. Casi todas han puesto en marcha elecciones vigiladas, por ejemplo, para que el macabro carnaval continuase. Ni Somoza ni los Ortega-Murillo han dejado de convocar elecciones para disfrazarse de demócratas, de cara más a la comunidad internacional que al propio país.

Pero los presos que abrieron un techo en la cárcel y ondearon la bandera de todos nos recordaron el pesado y sofocante dolor bajo el que se negocia. La seriedad, el compromiso que implica con todos aquellos que ya no están.

El secuestro no podrá prolongarse mucho más. Tarde o temprano quienes tienen los fusiles empiezan a agotarse. Y sus compinches les traicionan. Pueden matar a algunos. Pero no pueden quedarse sin rehenes. Los necesitan. Y para los que negocian con ellos, el objetivo primero es salvar la vida de las víctimas y que salgan libres. En cuanto a los secuestradores, solo sabemos que no acaban bien. La mayoría, en el olvido.

El autor es periodista.

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