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Los nicaragüenses perseguidos en Costa Rica

Extraños asaltos, un crimen y la versión de la prensa costarricense de infiltración de paramilitares en Costa Rica han disparado la alarma. Quienes huyeron de la represión en Nicaragua, se sienten ahora perseguidos en el país que se exiliaron

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El día que el nicaragüense Michael Geovany Fonseca cruzó la frontera entre su país y Costa Rica creyó que se encontraba a salvo. Atrás habían quedado las noches oscuras en casas de seguridad y los días de incertidumbre esperando que lo llegaran a matar. Estaba convencido de que había escapado de los paramilitares que disparaban sin piedad a los manifestantes en su país, el brazo represivo del régimen de Daniel Ortega junto a la Policía. Hoy es parte de quienes se sienten perseguidos en un país ajeno.

La sensación de seguridad de Fonseca duró poco hasta que en una calle de San José, a 321 kilómetros al sur de su natal Rivas, se topó cara a cara con dos hombres con el rostro cubierto que le apuntaron con un arma en un supuesto intento de robo que él asocia con lo que ocurrió en Nicaragua.

Antes del 19 de abril de 2018, cuando empezó la crisis provocada por la represión estatal, Michael era un trabajador con criterio apolítico. Aunque no estaba de acuerdo con las políticas que ejecutaba el régimen de Daniel Ortega como miles en Nicaragua, tampoco las expresaba públicamente.

Pero ese día, después de ver como las turbas del régimen golpearon a centenares de ancianos, que reclamaban por una reforma inconsulta del ejecutivo al sistema de pensiones, “decidí ir por primera vez a un plantón en uno de los parques de mi ciudad”, relata el joven.

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Michael era el barbero del pueblo, por lo que los paramilitares de su ciudad lo identificaron fácilmente en las marchas y plantones en los que participó. Asegura que cuando empezó la operación limpieza, en julio del año pasado, lo buscaban para matarlo, por lo que permaneció clandestino durante tres meses pero estaba en hacinamiento, comía algunas veces y la incertidumbre era muy grande. Fue así que decidió buscar refugio en Costa Rica.

Contrario a la mayoría de los nicaragüenses que huyen del país, Michael decidió cruzar la frontera de forma legal, tenía miedo, pero “ellos (los paramilitares) me buscaban con un nombre y ese no es mi nombre real, entonces salí legal”, recuerda. En Costa Rica buscaría cómo ejercer su oficio.

“Me sentía bien porque sabía que estaba seguro, pero actualmente no, no estoy seguro porque casualmente –hace unos 20 días o un mes aproximadamente (un dos de febrero)– cerca de la zona donde yo vivo (en San José) me interceptaron en una moto dos personas bien cubiertas, se me pusieron enfrente, sacaron un arma y me apuntaron, y me dijeron: ‘viste que no fue difícil encontrarte Michael’, solo las personas que me conocen saben que me llamo así”, reflexiona.

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Durante el percance, el barbero “no sabía qué hacer… ellos se quedaron así, sin hacer nada y yo les dije: ‘si van a disparar, dispara’. En ese momento uno de ellos falseó, se escapó de caer de la moto, entonces yo salí corriendo y me puse las manos en la cabeza, yo solo decía ‘si me dan que me den en otro lado’, en ese momento ellos iban a seguirme pero salió un camión y comenzaron a gritar ladrones, ladrones, yo también gritaba ladrones pero en mi interior sabía que esos no eran ladrones”.

¿Infiltración de paramilitares?

Michael no es el único exiliado en Costa Rica que ha sido víctima de persecución y amenazas. Ni tampoco es la primera denuncia de la posible infiltración de paramilitares ligados al régimen de Ortega en ese país. En agosto de 2018, el diario Extra describió una serie de operativos cuya misión tenía como objetivo retener a los refugiados y “los devuelven a Nicaragua”.

“Un grupo de hombres arribó a nuestro país y se infiltró entre los cientos de refugiados nicaragüenses que permanecen todo el día en el parque La Merced en San José, donde los engañan para llevarlos nuevamente hasta la frontera norte y los ponen en manos de la Policía Nacional. Los sujetos que se presumen son paramilitares”, explicó el diario costarricense.

Meses más tarde, y aunque hasta ahora oficialmente las autoridades costarricenses no se han pronunciado sobre estos casos individualmente, están claros de la situación vulnerabilidad de los nicaragüenses.

Viceministro: traumas físicos y psicológicos

El viceministro de gobernación y policía, Víctor Barrantes Marín, afirmó que, además de ser perseguidos, las personas que solicitan refugio en Costa Rica sufren traumas físicos y psicológicos como consecuencia de la violencia que vivieron en  Nicaragua, temores que son una de las principales razones por las que abandonaron su nación

“Para el refugio hay que cumplir una cantidad de requisitos, una de ellas es tener temor fundado de que su vida corre peligro, la posibilidad de demostrarlo”, explicó el viceministro.

Son varios los casos de nicaragüenses que dicen ser perseguidos. En el Dormitorio Municipal de San José, hay un joven moreno, de rasgos indígenas, que asegura ser originario de Masaya. Él salió huyendo de su tierra durante la operación limpieza y señala que los paramilitares lo andan buscando en Costa Rica por lo que se niega a revelarnos su identidad. “Aquí me dicen Colita”, dice.

Le dicen “Colita”. Este exiliado quiso que su nombre se mantuviera en el anonimato. LA PRENSA/Jader Flores

“No crea. Aquí nosotros andamos con miedo, dormimos con un ojo abierto y el otro cerrado, porque nos han mandado personas de Nicaragua a querer hacernos daño. Ya nos persiguieron pero aquí les dimos duro. Le voy a contar: un sujeto, nosotros estábamos dormidos en la calle y él fue a ver cara por cara a ver quiénes estábamos ahí, lo agarramos y le dimos (golpes)”, relata el joven.

En Masaya, Colita trabajaba como obrero en un parque industrial y en Costa Rica vive como indigente. Para él, la vida en el exilio no ha sido fácil, pide limosnas para poder sobrevivir y siente la incertidumbre de que lo pueden secuestrar, deportar a Nicaragua o en el peor de los escenarios que lo desaparezcan tal como pasó con Juan Gabriel Mairena, hermano del líder anticanal Medardo Mairena.

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La dura vida del hermano de Medardo

Al hermano de Medardo lo creyeron muerto. Estuvo herido de gravedad producto de dos balazos de los que fue víctima en Nicaragua y apareció después en Costa Rica.

 

Juan Gabriel Mairena, hermano del preso político y líder anticanal, Medardo Mairena. LA PRENSA/J. Flores

Para Mairena –al igual que a los 42,207 nicaragüenses solicitantes de refugio en Costa Rica– “es muy duro venir a pedir (a otro país) después de vivir en una finca (en Punta Gorda, en el caribe sur de Nicaragua) donde no te hace falta nada. A parte de esto, tenemos que andarnos cuidando del régimen porque él no tiene fronteras. Aquí han herido a varias personas y se han desaparecido algunos que las han mandado a asesinar e incluso se ha escuchado decir que se han llevado desde aquí para allá presos a algunos”.

La vida de Mairena es en sí un testimonio de los abusos del régimen de Daniel Ortega, en su cuerpo tiene muchas cicatrices. Aún recuerda las balas que los paramilitares dispararon a la población indefensa. Y guarda enorme resentimiento.

 

“Hace algunos 15 días, me andaba psicosiando (acechando) en Migración y Extranjería un muchacho. En otra ocasión en San Pedro también me siguió otro, tuve que correrme y hasta mi cédula se me perdió. Aquí es muy duro para nosotros porque es como estar presos porque tenemos que andar escondiéndonos de todo extraño, porque nos andan buscando para matarnos solo por exigir que se respete el derecho a la vida de los civiles (en Nicaragua)”, asegura.

 

A raíz de la crisis sociopolítica en Nicaragua, la ola migratoria hacia Costa Rica aumentó considerablemente, miles de nicaragüenses llegaron al país del sur huyendo de la represión del régimen, pero con ellos también llegó el miedo a que fanáticos del orteguismo realizaran labores de inteligencia en aquel país.

Uno de los casos más destacados por los exiliados ocurrió hace siete meses. El 18 de agosto de 2018, dos sujetos a bordo de una motocicleta ejecutaron a balazos a Giancarlo Díaz Sevilla, de 26 años de edad, quien llevaba tres semanas viviendo como refugiado en ese país. El crimen ocurrió a las 4: 30 p.m. en la plaza de fútbol situada en el barrio antiguo IMAS en Río Azul de La Unión de Cartago, al momento en que unas 10 personas jugaban fútbol, dijeron testigos que prefirieron no identificarse.

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Sin certeza, dicen autoridades costarricenses

Sobre este caso, el viceministro de gobernación, Víctor Barrantes, dijo que están informados de las sospechas que se vierten sobre este caso, pero explicó que no tienen certeza de ello. “Hemos escuchado historias, relatos relacionado con eso (presencia de paramilitares), se han hecho las investigaciones pero no se tiene certeza de que eso sea así. Es decir, hay personas que efectivamente han manifestado que han visto a personas o que sospechan de algo, o de alguna acción pero no hemos identificado ningún acto sobre esa naturaleza por el momento”, sostuvo.

Las historias entre exiliados de Nicaragua son variadas. Además de ser acechados por gente extraña en San José, ser víctimas de dudosos asaltos –en una ciudad relativamente segura–, otros refugiados han sido agredidos físicamente y sin razón alguna. Uno de ellos fue Harold Cruz, sobrino del preso político Max Cruz, un comerciante víctima de la represión y originario de la isla de Ometepe.

Harold Jesús Cruz es hermano de un comerciante víctima de la represión en Ometepe. LA PRENSA / Jader Flores

Cruz llegó a la capital costarricense huyendo de los paramilitares, pero siguió sintiéndose perseguido. “Cuando yo venía bajando del bus, venía a San José, llegaron dos personas en una moto con casco, con pasamontaña, y la verdad es que solo me metieron la mano y me pusieron un cuchillo y me dijeron soltá todo, soltá todo, que ya sabemos quién sos. Yo les dije tranquilo: llevate lo que querrás, pero ideay, en lo que yo les digo esas palabras ellos me golpearon con un casco y quedé inconsciente. Aquí ando la herida todavía”, relata Cruz mientras muestra la herida que aún no cicatriza.

A pesar de que Cruz estaba inconsciente, los supuestos asaltantes sólo le quitaron la billetera con sus documentos y únicamente recuerda que en el instante en que recobró la conciencia un grupo de personas que lo estaban socorriendo. Para él la vida en el exilio además de difícil es insegura, su pasado lo persigue adónde va y su mayor anhelo es que en “Nicaragua haya justicia y los exiliados puedan volver”.

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