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El obispo auxiliar y vicario general de la Arquidiócesis de Managua, monseñor Silvio José Báez Ortega, se ha ganado la admiración de los nicaragüenses, aun de quienes son críticos de la Iglesia católica. LA RPENSA/ ARCHIVO

Los caminos de monseñor Silvio Báez

Exegeta, políglota y estudioso, monseñor Silvio José Báez nunca fue monaguillo ni “iglesiero”. Cocina, lava sus trastes y a veces no tiene para la gasolina. A pesar de solo tener cuatro años de su regreso a Nicaragua, es uno de los obispos más reconocidos del país

La primera vez que monseñor Silvio José Báez Ortega apareció en la portada de un periódico fue en el año 1969. Tenía 11 años de edad y como representante de Masaya el 9 de septiembre hizo un examen para competir para mejor alumno de primaria de todo el país.

El Ministerio de Educación Pública dio como ganador al estudiante de Managua Roberto Antonio Ramírez Corea, de 12 años, quien obtuvo un puntaje final de 201. Báez tenía una calificación de 198, pero su familia y los profesores del Colegio Salesiano notaron unos “borrones” en el examen y en los mismos se podía apreciar que inicialmente Báez había obtenido 206 puntos. El reclamo fue tan fuerte que el Diario LA PRENSA le dedicó la nota principal de su portada en la edición del 11 de septiembre.

El 10 de septiembre el niño Báez dijo que inicialmente había aceptado la derrota, pero después analizando la situación “vi que me estaban robando”. Hoy, a sus 55 años y convertido en el obispo auxiliar y vicario general de la Arquidiócesis de Managua, Báez recuerda con claridad aquel episodio. “Noté algunas irregularidades”, dice.

Aunque al final el Ministerio de Educación ratificó como mejor alumno de primaria del país a Ramírez Corea, y a Báez como el segundo, el premio sería un aviso de todo lo que el sacerdote ha logrado en su vida académica y profesional.

El obispo Silvio José Báez cuando era un niño de 11 años de edad y compitió para mejor alumno de primaria de todo el país. En la imagen, su madre Vilma Ortega le acomoda el cuello de la camisa. LA PRENSA/ ARCHIVO

Un exégeta

Monseñor Báez es exégeta y actualmente coordina la traducción de una edición de la Biblia para América Latina, encargada por ediciones Paulinas. El trabajo de un exégeta de la Biblia es descubrir el sentido original que tuvo el texto para sus lectores primeros y presentarlo con el lenguaje y los problemas de hoy, explica Báez.

Para ser exégeta, Báez tuvo primero que ser graduado en Teología y Filosofía, estudiar una licenciatura de cuatro años en Escrituras Sagradas (él la sacó en tres años) y luego un doctorado de cuatro años también en Escrituras Sagradas. “Yo lo que quería era estudiar la Biblia, no para escribir libros, sino para explicársela de manera sencilla a la gente sencilla, fundar una escuela bíblica popular”, dice.

Báez domina el italiano como el español, habla inglés y francés y lee el alemán. Aunque para ser exégeta tuvo que aprender otros cuatro idiomas, antiguos y de los cuales tres ya no se hablan: arameo, hebreo antiguo, griego antiguo y una lengua oriental de la cual solo queda la forma escrita, pero se perdió la pronunciación: el ugarítico.

El hebreo todavía se habla pero con algunas variaciones, mientras que el ugarítico, que era una lengua semítica, debe su importancia actual a que muchos de los textos encontrados han ayudado a comprender mejor el Antiguo Testamento. El ugarítico posee unas características gramaticales muy similares a las del árabe antiguo y el acadio, es como una escritura cuneiforme.

“Yo sigo estudiando, practicando esos idiomas, leyéndolos”, afirma monseñor Báez, quien reconoce que el italiano es el que más se le viene a la mente. “A veces pienso italiano y se me salen algunas palabras”, agrega.

El amor por el estudio pudo crecer en Báez tal vez porque su madre, Vilma Ortega Ramírez, era una maestra de primaria. “La figura de mi madre influyó mucho”, dice Báez, aunque admite que quien le enseñó a leer fue su papá, Silvio Báez Tablada, hermano de los hermanos Luis y Adolfo Báez Bone, asesinados durante la dictadura de Anastasio Somoza García.

En la casa, la progenitora de monseñor Báez creaba un ambiente de estudio, porque ella necesitaba preparar las clases para sus alumnos. “Yo me dediqué al estudio con seriedad”, expresa el sacerdote.

Doña Vilma Ortega con su hijo, el obispo Silvio José Báez. LA PRENSA/ REPRODUCCIÓN/ U. MOLINA

“Solo quiero ser un pastor”

La juventud de monseñor Báez estuvo marcada por dos hechos, el abandono de su padre cuando él tenía 16 años de edad y su llamado al sacerdocio.

Un día, cuando acababa de ocurrir el terremoto de 1972, el progenitor de Báez decidió irse de la casa. Su madre tuvo que trabajar hasta en dos empleos para mantener el hogar. A Báez y a uno de sus hermanos, doña Vilma Ortega les consiguió trabajo en escuelas de primaria, como ayudante de los maestros.

“Eso (abandono del papá) me marcó hasta cierto punto. Una cosa buena de mi madre es que nunca inculcó que le guardáramos rencor a nuestro padre”, recuerda monseñor Báez.

Más de 35 años después, monseñor Báez tuvo la oportunidad de reencontrarse con su padre, quien se había ido del país. “Nosotros queríamos a nuestro padre. Él vino para cuando me ordenaron obispo. Yo lo voy a ver, él llora cuando me mira y siempre me pide que me cuide. Yo le regalé una refrigeradora que me dieron por haber dado una charla en una empresa, y como yo ya tengo una, se la di a él”, explica Báez.

A finales de los años setenta Báez era un joven que estudiaba Ingeniería Eléctrica en la UCA. Eran los tiempos de la insurrección contra Somoza y los jóvenes eran perseguidos por ser jóvenes. “Yo no apoyé el somocismo, ni tampoco tuve contacto con el FSLN. Me mantuve al margen”, explica Báez.

Báez nunca fue “iglesiero”, asegura. “No fui monaguillo y ni me acuerdo si iba a misa”, añade. Su conversión al Evangelio tuvo lugar aproximadamente en 1977, cuando obligado por su madre fue con su hermano a una charla que brindó en Masaya un miembro del Movimiento de Renovación Carismática, Enrique Mejía, apodado el “Chino Mejía”. “Sentí un llamado. Ese día me sentí amado por Dios”, recuerda Báez.

Aunque no se metía en política, Báez recuerda que la guerra civil de ese momento le hacía pensar que en Nicaragua se necesitaban más sacerdotes. ¿Por qué no yo?, se preguntó una vez, y en enero de 1979 se decidió por estudiar para sacerdote con los padres carmelitas.

Se fue a Costa Rica, en contra de la voluntad de su madre y de la mayoría de su familia. Dejó a su novia, con la cual tenía “un amor muy bonito y sano”, pero pudo más su amor por el Evangelio de Jesucristo. “Ella se resintió mucho que hasta creo que se cambió de religión”, dice Báez.

Báez estaba en su primer año de estudio sacerdotal en Costa Rica, cuando en julio de 1979 triunfó la revolución sandinista y recuerda que salió con muchos nicaragüenses para celebrar en las calles. “Me alegré muchísimo. Pensé que era el inicio de algo más justo”, dice ahora.

Esa imagen de Báez con lo que hoy conocen los nicaragüenses es contrastante. Especialmente por sus críticas a los desmanes del Gobierno. “Yo no soy opositor al Gobierno. Yo no tengo nada en contra de los sandinistas. Pero sí estoy en contra de la mentira, la ilegalidad, del enriquecimiento ilícito”, indica monseñor Báez, quien dice nunca haber visto en persona al presidente inconstitucional Daniel Ortega y que solo en una ocasión habló por celular con la primera dama Rosario Murillo, quien lo trató amablemente y lo halagó diciéndole que se ve bien por televisión.

La última imagen pública de monseñor Báez fue cuando acompañó a monseñor Leopoldo Brenes a visitar a los adultos mayores que pedían la pensión reducida en una protesta frente al edificio central del INSS. Y después, en una misa dominical y siempre en el contexto de la lucha de los adultos mayores, Báez pronunció un discurso que levantó los aplausos hasta de personas críticas a la Iglesia católica.

Báez recuerda que ese domingo iba nervioso a la misa pero ya sabía que debía hablar solo del Evangelio. “Cuando me dijeron que las cámaras del Canal 2 no iban a estar presentes, sentí un alivio”, dice, mientras suelta una sonrisa. Pero había otras cámaras filmándolo y el vídeo se regó por internet y las redes sociales.

Consultado por qué antes no tenía conciencia política y ahora sí, Báez indica que sus estudios de la Biblia y de Filosofía lo hicieron reflexionar. Aún así, asegura que nunca se verá involucrado en alguna actividad partidaria, como ser candidato. “Yo solo quiero ser un pastor”, asegura.

El obispo Báez cocina, limpia y hace todos los quehaceres en su casa. LA PRENSA/ URIEL MOLINA

“A veces paso necesidades”

Monseñor Silvio Báez estuvo fuera del país desde enero de 1979 hasta abril del 2009. Fue ordenado sacerdote en 1985. Luego lo enviaron a estudiar las Sagradas Escrituras a Roma. Lo regresaron a Guatemala. Lo enviaron de nuevo a Roma, para ser docente. Y cuando estaba en lo mejor de su carrera académica e intelectual recibió una llamada del Vaticano. El papa Benedicto XVI había decidido nombrarlo obispo en Managua.

Cuando llegó a Nicaragua, en la Semana Santa de abril del 2009, no conocía casi a nadie, más que a sus familiares, monseñor Leopoldo Brenes y a los padres carmelitas. Antes de 2009, Báez era un total desconocido en Nicaragua. “Me propuse ser amigo de los sacerdotes”, dice Báez, quien hoy, apenas cuatro años después, no puede salir a la calle sin que la gente lo reconozca fácilmente.

“Hay dos frases que la gente siempre me dice en la calle: Gracias monseñor Báez por lo que está haciendo por Nicaragua y cuídese”, revela monseñor Báez, quien no considera que esté haciendo algo extraordinario para que le den agradecimientos y tampoco que deba tener miedo porque “no le hago daño a nadie”.

En su casa, en el Seminario La Purísima, Báez es quien realiza las labores domésticas. Cocina, limpia, hace las compras. No tiene doméstica, solamente un conductor que lo acompaña en sus trabajos pastorales.

Lo primero que hace al levantarse es rezar. “Pido muchísimo por Nicaragua. Siento un llamado profundo a orar por Nicaragua. Pido por el que más sufre, por el que está sin trabajo. Cuando voy a una parroquia siempre prometo orar por la gente. Y lo cumplo”, dice Báez, quien cuenta con una capilla privada donde tiene el Santísimo.

Báez trata de comer sano por la mañana, frutas y yogurt. Sale a correr antes que los seminaristas se levanten. “No quiero que digan, ahí va monseñor corriendo”, expresa.

“Yo voy al mercado. No tengo miedo, me muevo con mucha libertad. Yo limpio. Yo cocino. Cuando fui fraile yo era el que lavaba los platos porque no me gustaba cocinar, pero aquí he tenido que aprender”, agrega Báez.

Mientras vivió fuera de Nicaragua, monseñor Báez llevó barba por casi 20 años. Vivía encerrado en las bibliotecas donde nadie lo veía. Pero ahora se afeita todos los días. “Todos los días tengo que hablar con la gente, hablar en público. Además, las canas no me gustan en la barba”, señala.

En el plano económico, monseñor Báez dice que no tiene sueldo y que sus ingresos provienen de la generosidad que tienen para con él los feligreses. Pero, principalmente, obtiene ingresos de trabajos que realiza en el extranjero.

“A veces paso necesidades. A veces no tengo para la gasolina ni para la comida. Yo no he sido de acumular dinero. Vivo viendo cómo consigo”, asegura monseñor Báez, quien dice que entre sus principales obligaciones está comprarle las medicinas a su mamá, quien sufre de Parkinson.

“Eso sí, yo no le pido a nadie. No me gusta tener compromisos con ninguna persona pudiente del país”, dice Báez.

Monseñor Báez dice que el 80 por ciento de su tiempo lo dedica al trabajo pastoral. La traducción de la Biblia está retrasada porque él no tiene tiempo para trabajar en ella, pero espera terminarla en el año 2015. En cuatro años que tiene de estar en Nicaragua, se ha ganado la admiración de muchos. Él dice que nunca se ha propuesto cobrar notoriedad, pues lo único que quiere es ser un pastor.


Cinco cosas sobre monseñor Báez

01 Nunca practicó deportes pero le llamaba la atención el beisbol. Era fan del San Fernando.

02 Si escribiera su autobiografía, la titularía “Caminos insospechados”.

03 Es devoto de Santa Teresa de Jesús.

04 En dos meses que tiene de tener Facebook, le siguen más de seis mil personas. Ahora también tiene Twitter.

05 No tiene contacto con el cardenal Miguel Obando y Bravo. Solo conversó con él una vez que se lo encontró en el aeropuerto de San José, Costa Rica.


Un defecto de Báez

“A veces soy impaciente”, dice monseñor Silvio José Báez. Esa impaciencia lo puede llevar a la ansiedad, pero no le alcanza para llegar a la ofensa. “Tal vez puedo alzar la voz, pero no ofendo”, dice Báez.

Monseñor Báez dice que tampoco peca de “sabelotodo”, porque considera que la persona entre más estudia, más se da cuenta de que no sabe nada.

De joven su mayor “pecado” pudo ser haberse tomado una cerveza. “Aún tomo una cerveza, un whisky”, dice monseñor Báez, quien siempre le recuerda a los demás que en la escritura hay un pasaje que dice: “El vino alegra el corazón del hombre”. “Todas las cosas que Dios ha creado pueden ser para el bien”, expresa Báez, quien considera que el problema no está en el licor, sino en la actitud de las personas al caer en la adicción.

Reportajes Iglesia Católica Silvio Báez archivo

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