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El orador suicida

Demóstenes es el principal modelo de la oratoria antigua. Es la mirada expresiva de la historia cuyos ojos tienen el privilegio de ser penetrantes. Su palabra tiene la vigencia de hogaño. No obstante, desde esos tiempos existe una relación antípoda entre el discurso y los hechos. Oradores magistrales han sido muchos, pero es seguro que la aplicación en la realidad ha sido escasa. Sus voces han dejado a la rúbrica en el ridículo.

En relación a los buenos oradores resulta imposible omitir el nombre de Alan García, el expresidente del Perú que haciendo uso de su soberanía corporal y mental ha puesto en invierno a los ojos. Un himno luctuoso rodeó al féretro cuyo rostro tuvo la disciplina de estar oculto a pesar de la tentación de los besos de despedida sobre la mejilla desflorada. Los ríos lacrimosos se han desbordado principalmente en el Apra fundado por Víctor Haya de la Torre.

Durante asistí al quinto curso del Centro Internacional de Periodismo para América Latina (Ciespal), celebrado en Quito Ecuador, conocí a quien era un joven en la concavidad lechosa de la primavera, Alan García, con veinte años de edad. Era el retoño más vibrante del Apra, la promesa que podía olfatear el sentido común de un visionario. Lo conocí en Lima debido a que había condenado el golpe de Estado que había encabezado el general Ramón Castro Guijón contra el presidente constitucional de la época. Al pasar por Lima invitado por el colega ciespalino Fernando Prada, estaba caliente el atraco militar. Se me invitó a una conferencia de prensa promovida por la juventud. No era el muchacho la estrella verbal del evento mediático, pero ya sus opiniones preludiaban al excelente orador que fue finalmente no solo para ser el pomposo común, sino el expositor concomitante con el cumplimento de la palabra, lo cual quedó comprobado en los períodos que le correspondió ejercer. La juventud estaba indignada contra la continuidad epidémica de los golpes que el militarismo había infringido contra el civilismo institucional. La contaminación había roto las venas de la paz en Panamá, Colombia, Venezuela, Argentina, Perú, etc. No podía tampoco estar de acuerdo con ningún tipo de imperialismo. A partir de ahí intuí al vocativo orador. Hombre de izquierda con algunas extralimitaciones en el primer periodo con el manejo de la zurda.

Nunca presentí al suicida. Sentir la tragedia urdida por una disposición personal como destrozarse a sí mismo por la vía fulminante del plomo promueve diversidad de opiniones oscilantes entre la cobardía y la valentía. El dejó la carta como el legado suyo ante la historia. Eso le bastó para definirse. Lo demás que vaya al mundillo de las conjeturas.

El autor es periodista.

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