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El “Leviatán” se construyó en el terreno del Conde Rosse en Birr, en el centro de Irlanda, que entonces se llamaba Parsonstown. Getty Images

El “Leviatán de Parsonstown”, el enorme telescopio del siglo XIX que allanó el camino de Charles Darwin

Décadas antes de que publicara su famosa obra, algunos científicos trataron de entender no solo cómo se desarrollaron las especies biológicas sino cómo se desarrolló todo el Universo

Cuando pensamos en el evolucionismo automáticamente lo asociamos con Charles Darwin, cuyo “Origen de las especies”, publicado en 1859, sentó las bases de la ciencia evolutiva.

Pero Darwin no fue el primero que se preguntó sobre la evolución.

Décadas antes de que publicara su famosa obra, algunos científicos trataron de entender no solo cómo se desarrollaron las especies biológicas sino cómo se desarrolló todo el Universo.

Para determinar si el Universo se creó repentinamente gracias a un acto divino, como se creía en la época, o si existía la evolución cósmica, astrónomos en Irlanda construyeron un enorme telescopio en 1845.

Fue el más grande del mundo hasta comienzos del siglo XX.

Para entender la historia primero hay que remontarse a la época del gran telescopio reflector.

Este aparato, creado por el astrónomo germanobritánico William Herschel, estaba compuesto de grandes tubos que contenían enormes espejos, suspendidos de una manera que hacía que fueran bastante difíciles de manejar, entre grandes pórticos de madera y metal.

No obstante, este aparatoso telescopio le permitió a Herschel descubrir lo que en esa época se llamó el planeta George, que hoy llamamos Urano.

La nebulosa de América del Norte

Getty Images
Herschel fue el primero en proponer que las nebulosas eran vastos campos de gas en los que se formaban nuevas estrellas y planetas.

Otro legado importante de Herschel fue su trabajo sobre las nebulosas, esas manchas que parecen nubes y son tan difíciles de describir, medir e incluso de ver.

Herschel creía que esas nebulosas eran vastos campos de gas en los que se formaban nuevas estrellas, planetas y sistemas solares, como el nuestro.

La “hipótesis nebular”, que propuso junto con su hijo John, planteaba que observar una nebulosa era como ver la creación en acción.

De ser cierto, había evolución en el cosmos, una idea aún más amenazadora a los pensamientos religiosos de la época que la posibilidad de la evolución en la Tierra.

Pero tras su muerte, nadie más -salvo John y la hermana de Herschel- sabían como construir un gran telescopio como el que él fabricó y por eso otros científicos no pudieron reproducir sus hallazgos.

Otros que observaban las nebulosas con telescopios de buena calidad detectaban estrellas individuales, sugiriendo que no se trataba de un campo de gas sino simplemente de un grupo compacto de estrellas muy lejanas.

William Parsons, más conocido en Reino Unido como el Conde Rosse, un noble angloirlandés de gran riqueza, y con una capacidad astronómica y matemática no despreciable, decidió resolver la cuestión, construyendo el telescopio más grande del mundo.

El de Herschel medía 1,25 metros de ancho. Parsons se propuso construir instrumentos astronómicos aún más grandes.

El gran telescopio de Herschel

Getty Images
El gran telescopio de Herschel no pudo ser reproducido porque el astrónomo mantuvo su construcción en secreto.

Fue un gran desafío técnico construir los vastos espejos y el inmenso tubo que requería el plan de Parsons.

Casi nadie tenía la experiencia ni para diseñar ni para gestionar dicha construcción. Los espejos del telescopio eran de metal, no de vidrio.

El telescopio fue construido en el terreno del Conde Rosse en Birr, en el centro de Irlanda, que entonces se llamaba Parsonstown, por el apellido familiar del acaudalado noble.

Parsons reclutó a trabajadores locales y ayudó a entrenarlos en las complejidades del trabajo en metal y la ingeniería estructural.

Parte del ingenio del irlandés fue diseñar potentes máquinas impulsadas a vapor para pulir y mantener la calidad de los espejos.

A diferencia de Herschel, quien había mantenido en secreto los detalles de cómo construyó su telescopio, Parsons publicó documentos explicando la técnica que utilizó.

Para 1839 su equipo había logrado crear un telescopio con un espejo dividido en secciones de 91,4 cm de diámetro.

No satisfecho, inmediatamente lanzó un nuevo proyecto para una máquina aún más grande: un telescopio de más de 15 metros de altura con un espejo de 1,82 metros de diámetro. Esto iba más allá de cualquier intento anterior.

Dibujo del "Leviatán de Parsonstown".

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El “Leviatán de Parsonstown”, construido en 1845, fue el telescopio más grande del mundo hasta comienzos del siglo XX.

Era un monstruo, y la prensa lo bautizó el “Leviatán de Parsonstown”.

Cuando se completó el gran telescopio, en 1845, parecía prometer revelaciones sin paralelo del cosmos.

Y, efectivamente, de inmediato reveló la existencia de nebulosas espirales, de apariencia increíblemente dramática, en lo profundo del espacio.

Pero aunque el “Leviatán” atrajo muchísima atención, aún faltaba realizar el difícil trabajo de observar las nebulosas para determinar si eran o no una señal de evolución cósmica.

Parsons y sus colegas observaron detalladamente las nebulosas y dibujaron sus observaciones. Finalmente determinaron que las nebulosas no eran nubes de gas, sino vastas series de estrellas.

El más agresivo y ambicioso de los astrónomos que trabajó con el “Leviatán” fue Thomas Romney Robinson, un eclesiástico del norte de Irlanda, que además de astrónomo era un pugnaz predicador.

“Ninguna nebulosa real parecía existir entre tantos objetos elegidos sin sesgo; todos parecían ser cúmulos de estrellas y cada uno (…) será un argumento adicional contra la existencia de tales”, escribió Robinson en 1845.

Es decir que, al final, el “Leviatán de Parsonstown” sirvió para desestimar la idea de una evolución cósmica, teoría que recién sería confirmada años más tarde por el astrónomo británico William Huggins.

Huggins utilizó un espectógrafo para determinar que la nebulosa de Orión realmente estaba hecha de gas y era un lugar donde se formaban estrellas, confirmando la teoría de Herschel.

William Parsons, el Conde Rosse, mirando por un telescopio con su hijo.

Getty Images
Parsons (visto aquí junto a su hijo) no logró confirmar la evolución cósmica pero sí descubrió las nebulosas espirales.

¿Por qué no sirvió el gran “Leviatán de Parsonstown” para determinar lo mismo?

El problema no fue el aparato mismo sino las personas que lo utilizaron.

Lo que buscaban algunos de los usuarios era demostrar que este Universo no está evolucionando, no es dinámico, que lo que vemos cuando miramos hacia el espacio profundo es una estructura diseñada por un todo poderoso y sabio Dios.

Sin embargo, irónicamente, el telescopio de Parsons sí aportó algo importante a la astronomía: esas espirales de apariencia increíblemente dramática que detectaron terminaron siendo lo que hoy conocemos como galaxias, o islas de universos.

Así que si bien los astrónomos que no querían ver evidencia de evolución cósmica no lograron determinar que las estrellas surgen del gas, sin saberlo descubrieron que el Universo es mucho mucho más grande de lo que cualquiera suponía.

Puedes escuchar el programa original de “Science Stories” de BBC Radio 4 (en inglés) aquí


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