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En Letra Pequeña, Silvio Báez

Una novela Ortega Murillo en la ONU

Hay más verdades en una novela que en las 36 páginas que leyó Valdrack Jaenschke. Ficción pura

Novela

El gobierno de Daniel Ortega no solo será recordado como el que masacró a los ciudadanos cuando salieron a reclamar sus derechos, sino también como el más mentiroso de la historia. La exposición ayer ante el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas es un monumento al cinismo. Hay más verdades en una novela que en las 36 páginas que leyó Valdrack Jaenschke. Ficción pura. Tal vez daría risa oírlo de no ser porque esa novela se levanta sobre más de 300 cadáveres de verdad, la agonía de unos 600 ciudadanos que guardan prisión por sus ideas, el exilio obligado de unos 50 mil nicaragüenses, una economía destruida y un grupo que ha secuestrado un país.

Cien años de Soledad

Algo parecido había leído. El 6 de diciembre de 1928 el ejército colombiano desbarató a balazos una huelga bananera en el municipio de la Ciénaga, cerca de Santa Marta, Colombia. Nunca se supo de las cifras reales de obreros asesinados. Se habla desde nueve hasta miles. Gabriel García Márquez incorporó este episodio en su novela Cien Años de Soledad. Claro, con mucha más maestría que la versión del gobierno nicaragüense.

Verosimilitud

Es que ni siquiera cuidan la verosimilitud. Hay mentiras verosímiles. O sea, que parecen verdades. Que alguien se las puede creer. Pero las del gobierno Ortega Murillo son mentiras de una inverosimilitud tal, que alguien debió orientarles en Ginebra: “No señores, aquí es el Examen Periódico Universal (EPU), el concurso de la mentira más grande está allá, al fondo, doblando a la derecha…”

Un sueño

En la novela de Gabriel García Márquez, José Arcadio Segundo Buendía despierta ensangrentado la noche de la masacre en un vagón del tren que lleva los cuerpos de los obreros asesinados para tirarlos al mar. Es el único sobreviviente en ese tren de 200 vagones llenos de muertos. Escapa y regresa a Macondo, donde para su sorpresa la vida sigue igual. Es más, nadie sabe de los muertos. Como si no ocurrió. Como si todo fue un sueño.

Periodistas

El informe del gobierno de Nicaragua dice que entre abril y junio del año pasado lo que hubo fue un ataque violento contra “el proceso de desarrollo, bienestar, de crecimiento y de restitución de los derechos”. Asegura que aquí se respeta el derecho a movilización y reunión, tal cual lo dicen las leyes, y que no existen periodistas presos por informar. Quieren convencernos que fue un sueño que hubo un par de periodistas valientes que se llamaban Miguel Mora y Lucía Pineda, que nos hemos imaginado a la policía patrullando desaforada por las calles y carreteras, y que no sabemos cómo fue que se inició el chiste de que aquí hasta por portar una bandera patria lo echaban preso a uno. O por cantar el himno. O regar chimbombas. Fue un sueño, casi dice Valdrack Jaenschke.

No hubo muertos

“La versión oficial, mil veces repetida y machacada en todo el país por cuanto medio de divulgación encontró el gobierno a su alcance, terminó por imponerse: no hubo muertos, los trabajadores satisfechos habían vuelto con sus familias, y la compañía bananera suspendía actividades mientras pasaba la lluvia. La ley marcial continuaba, en previsión de que fuera necesario aplicar medidas de emergencia para la calamidad pública del aguacero interminable, pero la tropa estaba acuartelada. Durante el día los militares andaban por los torrentes de las calles, con los pantalones enrollados a media pierna, jugando a los naufragios con los niños”. Aclaración: este fragmento corresponde a Cien años de Soledad y no al informe que leyó Valdrack Jaenschke.

Yo no fui

Lo que tenemos en la narrativa oficial es la típica versión del principal sospechoso. El “yo no fui”, indignado del atrapado in fraganti. Su estrategia es simple: borrar lo que se pueda del crimen y, lo que no se pueda, echarle la culpa a los otros.

Pueblo feliz

“En la noche, después del toque de queda, derribaban puertas a culatazos, sacaban a los sospechosos de sus camas y se los llevaban a un viaje sin regreso. Era todavía la búsqueda y el exterminio de los malhechores, asesinos, incendiarios y revoltosos del Decreto Número Cuatro, pero los militares lo negaban a los propios parientes de sus víctimas, que desbordaban la oficina de los comandantes en busca de noticias. “Seguro que fue un sueño —insistían los oficiales—. En Macondo no ha pasado nada, ni está pasando ni pasará nunca. Este es un pueblo feliz”. Nuevamente aclaro: es otro fragmento de Cien años de Soledad.

Centroamérica Cuenta

No sé, tal vez sea más torpeza que maldad. Tal vez se equivocaron de evento. Si de presentar una novela se trataba, tal vez buscaban el festival Centroamerica Cuenta que se desarrolla ahora mismo en San José, Costa Rica, y por equivocación fueron a parar al Examen Periódico Universal de la ONU, en Ginebra, Suiza. Tal vez.

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