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De la ética organizacional

El problema surge de una dicotomía actual, en un mundo que se mueve a la velocidad de la luz, en donde el impacto reputacional que puede afectar a una empresa es cada vez más formidable, pero a la vez, esto pareciera ser que no ha servido como disuasivo

Una de las temáticas de estudio contemporáneas en las universidades más competitivas de EE. UU y Europa, son los fiascos éticos organizacionales. De estas fallas se aprende mucho más que de los buenos ejemplos, ya que estos, lamentablemente, siempre se mueven más lento que aquellos eventos complejos que dejan expuesta la verdadera ética de una organización.

El problema surge de una dicotomía actual, en un mundo que se mueve a la velocidad de la luz, en donde el impacto reputacional que puede afectar a una empresa es cada vez más formidable, pero a la vez, esto pareciera ser que no ha servido como disuasivo, en vista de los sonados escándalos tales como las invasiones de privacidad que abusivamente efectúan algunas redes sociales, los macro engaños de nivel global sobre las emisiones de sus vehículos realizados por la alta dirección de Volkswagen, sin dejar de mencionar el reciente caso de The Boeing Company, que en 2018 experimentó la caída de dos de sus más recientes aeronaves 737 Max 8, comprobándose desde la primera catástrofe, que su alta dirección sabía perfectamente de la potencialidad y la inminencia de otra tragedia, debido a fallas de diseño en su sofisticado software de navegación.

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Incluso, casos personales tales como el sorprendente dopaje descubierto después de tantos años por parte de Lance Armstrong, quien en el mundo del ciclismo estaba en un nivel Dios, provoca a uno preguntarse que si la gestión ética —ya sea de una persona o de una empresa— es en realidad un concepto serio, o bien, solamente una sobredosis de relaciones públicas, un juego de espejos; algo que en realidad significa que hay libertad de engañar mientras no seas descubierto.

Uno de los libros más formidables sobre el tema es Ética para la empresa, de Fernando Savater, quien señala que el empresario, como legítimo héroe moderno, tiene como características identificables la audacia, la capacidad de discernimiento sobre el bien común, la prudencia, la responsabilidad, la eficacia, y la confianza —conceptos y conductas que son virtudes en sí mismas— pero ciertamente también valoraciones ingenuas para analizar el caso complejo de estas gigantes corporaciones modernas, cuyos yerros auto provocados les han causado costos monetarios y reputacionales tan enormes, que han destituido a sus cabezas, tal como el banco Wells Fargo, entre otros análogos casos, que al parecer el grupo gerencial dominante no valoró suficientemente los riesgos de incurrir en conductas tan moralmente torcidas, que muchos fueron a dar a prisión y les fueron impuestos otros onerosos castigos.

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Al parecer, y espero no errar, hoy existe toda una industria de asesoría y consultoría light encargada de desarrollar frívolamente estos conceptos de Misión, Visión, Valores Empresariales, Imperativos de Negocios, que con frecuencia son evidentemente inspiraciones muy heroicas; en otros casos, legítimos delirios de grandeza, pero en algunas instancias, legítimos platos de babas y mentiras mayúsculas.

No es mi interés en forma alguna aquí molestar o fustigar injustamente a organizaciones que sí cumplen a cabalidad con los mandamientos éticos —socialmente correctos— de sus propietarios o de su alta dirección. No. Existen muchas como ejemplo, y hay que celebrarlas, porque conozco personalmente de algunas.

Los casos que sí sorprenden —al menos a mí— es el cinismo educado de aquellos que tienen empapeladas las oficinas con estas rimbombantes declaraciones, pero en realidad, son un insulto a la inteligencia, atribuyéndose la encarnación de conductas y valores que en sus propias actuaciones empresariales están lejos de siquiera conocer.

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Las gerencias deben ver hacia su interno sobre cómo se están manejando ciertas variables, por ejemplo, cuando surgen costos no atribuibles al productoservicio o ineficiencias netas propias, pero que son externalizados hacia los clientes como un costo más.

El nivel de servicio que se le brinda a los clientes, la calidad del personal que se contrata para atenderles, que, en ciertos casos, son más bien la antítesis humana de un agente de servicio. La gestión de reclamos y garantías son, con frecuencia, laberintos diseñados y carreras de resistencia para desmotivar a lo clientes, que, si acaso las sobrevivan, verán igualmente la muerte súbita de sus peticiones; las graves manipulaciones a los proveedores como son los plazos de pago extendidos, entre otras imposiciones.
Entonces, ¿de qué ética estamos hablando?

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