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En Letra Pequeña, Silvio Báez

Presos políticos inmunes al “Síndrome Boitano”

No he conocido un solo caso tipo Boitano entre los más de 600 presos políticos. Al contrario. Ahora salen enojados, desafiando a sus carceleros.

Síndrome Boitano

¿Se acuerdan de Boitano? El coronel retirado Víctor Boitano. Tras su salida del Ejército se convirtió en uno de los más ácidos críticos de Daniel Ortega y su camarilla. Lo acusó de cuanto crimen pudo. Incluso, de narcotráfico. Se metió a político de la mano de Enrique Quiñonez y un mal día, el 10 de agosto de 2011, se armó un bochinche en la tarima donde esperaban la pasada de Santo Domingo. Hubo disparos y heridos. Dos meses después lo echaron preso acusado de lesiones, tenencia ilegal de armas de fuego y hasta de ¡intento de secuestro de la hija de Ortega! A los 23 días, sin embargo, salió de la cárcel bajo el régimen de convivencia familiar. Ya era otro Boitano. Solo hablaba bellezas de Daniel Ortega y pedía cárcel para todos los que quisieran desestabilizar su buen gobierno.

Epidemia

No es mi intención hacer chacota de ese pobre hombre. Si los traigo a colación es para hacer notar que Ortega ya perdió esa capacidad mágica de convertir a rebeldes. Porque no solo fue Boitano. Es que aquello parecía epidemia. Un día estaban en las protestas, duros entre los más duros, y al otro estaban en las tarimas enfloradas alzándoles la mano al “comandante” y a la “compañera”. El caso más célebre fue el del cardenal Miguel Obando y Bravo (Q.E.P.D). Pero hubo más. Muchos más.

Vuelta de tortilla

La tortilla ahora se dio vuelta. Los presos ya no salen lloricosos, pidiendo perdón y agradeciendo al comandante y la compañera por su libertad. No he conocido un solo caso tipo Boitano entre los más de 600 presos políticos. Estoy seguro que muchos han recibido ofertas de libertad, e incluso de prebendas, a cambio de esas conversiones repentinas a las que el régimen estaba acostumbrado. Al contrario. Ahora salen enojados, desafiando a sus carceleros. Gritan consignas y prometen no descansar hasta que se vaya Ortega del poder.

Miedos

El miedo ha sido una de las armas más efectivas de la dictadura Ortega Murillo. Ortega ganaba simpatizantes o paralizaba adversarios inyectándoles miedo. Miedo a perder el trabajo. O a dejar de recibir prebendas. Miedo al acoso. Estatal o judicial. Miedo a perder la libertad. A la agresión física. A la tortura. Y finalmente, el miedo a morir. Todos esos miedos estaban en el cajón de herramientas de Ortega, pero a partir del 18 de abril del 2018 muchos miedos se vencieron. Cada vez tiene que recurrir a dosis extremas de terror ante un cuerpo que se está volviendo inmune a sus miedos.

Medir fuerzas

El miedo más bien parece haberse alojado al otro lado. Ni siquiera se atreven a medir quiénes son más. Si no tuviesen miedo, aceptarían elecciones adelantadas para conseguir la legitimidad que les está haciendo falta. Eran especialistas en concentraciones y marchas y de repente dejaron de hacerlas. Tienen miedo a parecer muy pocos ya. E impiden con violencia que los otros se concentren o marchen para que no se vea lo mucho que son. Si fuesen mayoría no les importaría un llamado al paro. Lo dejarían en ridículo con todos los suyos abriendo sus negocios. Pero como saben que quedarían en evidencia, lo que les queda es intimidar con represalias a los que cierren.

También la cárcel perdió su capacidad descalificadora. Ningún preso político regresa a casa con el estigma de un delincuente. Avergonzado. Todo lo contrario. Son recibidos como héroes. Los hijos sienten orgullo de sus padres vestidos de azul. Y, digámoslos con todas sus letras: los presos políticos se han convertido en la reserva moral y ética de este país.

Ganar o perder

Esto no es una lucha entre partidos políticos. Ni siquiera entre grupos por el poder. Este es un enfrentamiento entre dos sistemas diametralmente opuestos. Entre dictadura y democracia. Libertad y opresión. Entre ciudadanos y abusadores. Y la prueba de quién va ganando y quién va perdiendo está en esos detalles que no siempre medimos. Desde hace más de un año no veo a nadie dejando este lado, por duras que sean las consecuencias que ello tenga, para pasarse al lado de Ortega. Y, al contrario, he visto a mucho que estaban con Ortega pegando el salto para el otro lado antes que el barco se hunda.

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