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Olvidemos ese asunto

Leonardo Lacayo Ocampo, autor de editoriales del diario somocista Novedades, sostenía que el verdadero significado de las siglas de la Organización de Estados Americanos (OEA) era “Olvidemos Ese Asunto”.

Transcurría el tiempo en aquella época sin que se ventilara la solución. El infortunio en el sistema de la arbitrariedad era causa de la incertidumbre. Se perdía la graduación. Solo era probable la concepción de los dos extremos: Ser y no ser. Dentro de esos parámetros poco asiento había para la esperanza. Pero había una: La OEA. Para Leonardo Lacayo Ocampo la institución era un manantial decorativo. Desmenuzaba las sesiones donde lo que imperaba era un festival de discursos. Actitudes más de forma que de fondo.

La OEA era concebida por los oradores como un ministerio de colonias dependientes de Estados Unidos. A los radicales de la zurda tampoco les importaba la legitimidad de la organización coincidiendo con las siglas olvidadizas. En el caso de Somoza ya en la parte final estas dejaron de ser inoperantes. Fueron un factor importante para derrocarlo con el apoyo de las guerrillas que incluso pusieron a un representante en la Asamblea General. A partir de ahí los somocistas dejaron de verla como un foro solo discursante.

Ahora vuelve y al parecer insinúa el mismo estilo oral de aquellos tiempos en los cuales se almacenaban las ponencias vibrantes y también incoloras. En ese capítulo estamos en la actualidad. Ahora se habla de la convocatoria a los cancilleres programada para el 26 de junio en Medellín, Colombia. Siendo ordinaria no es motivada para tratar el tema de Nicaragua, pero podría entrar como punto de agenda. Los dedos precipitan su velocidad sobre la superficie de la calculadora en el afán de sumar los 24 votos indispensables para aprobar la Carta Democrática.

En las dos épocas diametralmente opuestas en el origen, la realidad emite conflictos semejantes por supuesto con diferencias en la forma. La OEA era para los opositores a Somoza una fornida esperanza, ahora lo es para los opositores a Ortega. Pero el tiempo transcurre y las sesiones siguen dándole más trabajo a los embajadores. Está situada en “un punto y aparte” donde la dualidad de la diplomacia influye en la opacidad de la actitud sincera. Qué grado de preocupación podría concebirse en el temperamento de un autócrata como Almagro, enamorado de los bustos presupuestarios de raíz internacional. El mismo que vino aquí a tirarse carcajadas indisimuladas con Daniel

Ortega. Llegan los enviados especiales dejando un clima cuajado de secretos, de misteriosas evasivas. En la Asamblea General seguirán menudeando los discursos huérfanos de la capacidad resolutiva. En tanto las campanas insisten en doblar en la hora del crepúsculo. ¿Se olvidará ese asunto?
El autor es periodista

Opinión Daniel Ortega Estados Unidos OEA archivo
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