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Atisbando el futuro

En el mundo político y social nicaragüense ha prevalecido el paradigma político ideológico del odio. Que, según el filósofo político costarricense Fernando Araya, es un fenómeno constante en la historia de la humanidad. Para Araya, en la sociedad existen grupos económicos, raciales, religiosos, culturales y políticos que se consideran portadores de las habilidades y conocimientos necesarios para dirigir la vida económica, política y social de un país. Estos grupos creen ser los únicos capaces de proporcionar felicidad y amor a los demás. Desde esa perspectiva, es fácil llegar a la conclusión que todo aquel que no comparta su visión es ignorante e inferior, por tanto, molesto y dañino para la sociedad.

En la historia de nuestro país, el odio y el resentimiento han sido sentimientos muy fuertes que han convocado a la movilización social, que muchas veces ha sido una búsqueda de venganza de personas o grupos que sienten que han permanecido excluidos. La gran pregunta, para el futuro inmediato, es: ¿cómo acercar posiciones y crear sinergia entre grupos que sostienen y defienden interés tan disímiles?

Muchos sostienen que los problemas de Nicaragua se resuelven con democracia y estado de derecho. En otras palabras, si podemos votar en libertad y hacer que se cumpla la ley, el problema de Nicaragua está resuelto. Siento decirlo, pero esa afirmación, desgraciadamente, es incompleta. Los problemas del desarrollo son más complejos. Por ejemplo, nunca hemos podido sostener la democracia por un período de tiempo sostenido. El último experimento duró apenas 16 años, con ataques muy serios a la democracia, desde el pacto político del 2000. Igualmente, es muy fácilmente instaurar un estado de derecho donde sean los mismos grupos los que siempre ganen como ha sido en los pocos episodios de crecimiento económico en la historia económica del país.

En otras palabras, las dos recetas son insuficientes, aunque son una precondición, para lograr de forma acelerada el crecimiento económico que genere desarrollo, reduzca la pobreza y la exclusión de casi un 70 por ciento de la población. El modelo de desarrollo impulsado en el mundo, y Nicaragua no es la excepción en las últimas décadas, ha generado rápido crecimiento pero con una inmensa desigualdad. En nuestro país, el modelo ha producido una mayor desigualdad que a su vez, según Christine Lagarde, produce la desigualdad que “…daña el crecimiento, erosiona la confianza y alimenta tensiones políticas…”

En otras palabras, la democracia y el estado de derecho propuestos, con tanto fervor, para resolver los problemas de Nicaragua es insuficiente para cambiar la historia del país. Precisamente, al no abordarse la desigualdad es muy difícil enrumbar al país por otro derrotero histórico. Es la desigualdad la que genera el odio movilizador que impide una reconciliación verdadera. Las vías para superar el odio y la intolerancia política sin una confrontación de clase que ha demostrado ser improductiva podrían ser: educar en derechos humanos, brindar herramientas productivas a los más pobres (educación tecnología), impulsar políticas públicas que amplíen la clase media, solidaridad del Estado con los pobres extremos, promover una cultura emprendedora, impulsar la cultura del conocimiento, promover la industrialización de la producción agrícola, construir un banco nacional de desarrollo, etc. Todo esto debe ser impulsado sin dogmatismos de mercado o estatismo misionero y salvador.

Finalmente, los países exitosos han demostrado que para que haya progreso económico y social se necesita que a la gente se le valore por su talento, no por su origen social o su color de piel. O como dijo Anton Ego, en la bella película infantil Ratotouille: “No cualquiera puede convertirse en un gran artista, pero un gran artista puede provenir de cualquier lado”.

El autor es politólogo.

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