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El plan de Ortega

Todas las decisiones políticas adoptadas por Ortega de 2011 a esta parte indican una constante torpeza. Aunque de 2013 en adelante la torpeza se acentúa y, a partir de 2016, se ha profundizado al punto de socavar la estabilidad de su propio régimen, por exceso de confianza en el carácter caprichoso e impune del absolutismo.

A Ortega le parece que su absolutismo tiene un origen sobrenatural, mezcla de influencia astral, de cábala irracional basada en el misterio, y de intervención divina, sesgada y antojadiza, a su favor, de manera, que puede perder de vista la realidad y desplegar su capricho sin responsabilidad. Hasta el punto de acometer la mayor violación de derechos humanos de nuestra historia en tiempos de paz. Es decir, de atentar contra la vida humana con una subjetividad enfermiza, sin que políticamente fuese necesaria esa represión del 18 de abril que escandaliza por su brutalidad gratuita. La comunidad internacional ha debido intervenir ante sus delitos de lesa humanidad.

En consecuencia, una vez saciados sus instintos punitivos, Ortega cree que puede restablecer el orden anterior a voluntad, por medio de decretos de estabilidad. Indicándole a la realidad cómo ajustarse a su voluntad victoriosa. Porque piensa que libra batallas bíblicas cuando masacra gente desarmada, y cuando tortura a prisioneros que le adversan, a quienes llama “sacrílegos”.

Alguien que vive fuera de la realidad, que cree comandarla, es, por fuerza, irracional. Y actúa, necesariamente, de forma incoherente. No porque sea obligadamente delirante, sino, por fanatismo extremo respecto a su rol mesiánico. La verdad se genera espontáneamente por su boca, de modo, que miente con cierta convicción verídica. Cualquier compromiso suyo lo interpreta subjetivamente, a su conveniencia, dado que su voluntad errática no puede estar sometida a sus propios compromisos.

Se diría que quienes negocian con Ortega también son irracionales, por creer en Ortega. Y que los testigos se irrespetan a sí mismos, al testificar el curso de una negociación incongruente inspirada en los salmos.

A Ortega debió interesarle un acuerdo que trasladara la contradicción al terreno de una disputa electoral, antes que la oposición pudiera organizarse. Un acuerdo nacional le sacaría del aislamiento. Pero pateó la mesa de negociación insultando a sus adversarios para que hicieran un llamado conjunto por el cese de las sanciones económicas. Así, aislándose nuevamente, presenta un plan unilateral de democratización-dictatorial, después de negociar consigo mismo.

Su plan democratizador es gobernar dictatorialmente, sin sobresaltos ni quejas. Cada ciudadano firmará con la policía, y con el CPC de su barrio, un compromiso de acatar lo que la dictadura disponga. Y podrán retornar los exiliados, y salir libres los encarcelados, comprometiéndose a no protestar jamás. Dicho lo cual, las sanciones internacionales deberán cesar. ¡Ese es su plan… irracional!

El autor es ingeniero eléctrico.

Opinión Crisis en Nicaragua Daniel Ortega archivo
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