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La de aquí no es Evita

Eva Duarte de Perón (Evita), una jovencita que llegó a Buenos Aires en 1935, sola, desde una provincia desfavorecida. Llegó a buscar fortuna con su carácter independiente, ambicioso y decidido; obligada a emigrar hacia la capital por la crisis económica de esos tiempos y antes de la Segunda Guerra. Ir a Buenos Aires entonces era como viajar a Suiza o Inglaterra.

Lo vio todo con su viva inteligencia, viniendo de antecedentes muy humildes, y supo con quién aliarse como pareja después de dejar a un cantante de tango. Se fue con un militar de rango de apellido Perón, quien fuese ministro del Trabajo. Ella sabía lo que hacía. Sabía que los militares eran el poder en esa época, y que Perón podía ser el vehículo apto para sus ambiciones de representar a los suyos, por aquello de la simbiosis que desarrolló en favor de los desfavorecidos, al menos en apariencia. Perón venía igualmente de inmigrantes humildes sin tener arraigo en la sociedad de Buenos Aires.

Ambos apelaron al sindicalismo, sabiendo que la política económica del país había sido volcada hacia la sustitución de importaciones, creándose internamente una considerable fuerza laboral industrial influida por las corrientes ideológicas sindicales de origen italiano y español: el socialismo y el anarquismo. No se fueron al corporativismo fascista.

Evita falleció de cáncer en 1952, año de mi nacimiento, joven, bella, carismática y sin hijos, por lo que no reclamó algún interés dinástico. Fue embalsamada y reverenciada porque en sus discursos hablaba desde lo profundo, sin referencias cursis y cacofónicas a seres extraterrestres y a tonterías teosóficas desfasadas y sin sentido. Y jamás uniformó con camisetas a los que llegaban a la plaza, ni los obligó a llegar. Fue auténtica.

A Perón, aunque electo, le dieron el golpe de Estado los militares de rango después del fallecimiento de Evita por haber acumulado ambos demasiado poder sindical; y le tuvieron tanto temor al cuerpo embalsamado de la fallecida, que lo enviaron al exilio a Milán en Italia, donde fue inhumado bajo un nombre ficticio. Evita fue realmente reverenciada por el pueblo, y pienso que lo es todavía, por auténtica, por carismática, por joven, por bella, por no haber tenido hijos que colocar, y por no haber reprimido ni enviado a matar a persona alguna para mantener a su esposo en el poder, ni a ella misma.

Aquí en nuestro país estamos frente al golpe de Estado más largo de la historia de la humanidad según una pareja de lunáticos. Francamente me es incomprensible. O se da el golpe o no se da. Si no se da ¿qué sentido tiene seguir diciendo lo mismo?

La de aquí no es Evita. Cuando la de aquí se vaya con su marido, habrá júbilo en las calles, y yo estaré ahí.

El autor es doctor en Derecho.

Opinión Eva Duarte de Perón archivo
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