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EE.UU., aliado fundamental

Ortega-Murillo no están dispuestos a renunciar al poder, dinero y propiedades mal habidas, ni rendir cuentas por crímenes e ilegalidades. Para eso se requiere, acompañando resistencia ciudadana, la contundencia de la fuerza política de Estados Unidos (EE. UU).

El diálogo, iniciado en febrero 2019, nació tras visita de enviados norteamericanos y presión de banqueros a dictadores. Se deduce la negociación ha sido con EE. UU., el gran capital como bisagra, Vaticano y OEA, de amigables componedores, y Alianza Cívica para denuncias.

Preguntas importantes, luego de excarcelación de presos políticos, son: ¿apoyará la potencia del norte continuidad de conversaciones?, ¿creen que los nicaragüenses realmente no quieren más sandinismo?, ¿el silencio de funcionarios estadounidenses es porque preparan fuertes sanciones o porque han llegado a acuerdos con el sandinismo? En cuanto a opciones para salir de la crisis, grupos opositores locales difieren. Unos aspiran a elecciones anticipadas, vigiladas tras reformas electorales, en las que un nuevo gobierno tendría la misión de sanear la nación y construir el estado de derecho.

No obstante, comicios adelantados con los dictadores en el país serían medias tintas. Aunque su partido perdiera, lo legitimaría como oposición regresando Nicaragua a 1990, con lunáticos ahora multimillonarios “gobernando desde abajo”, acompañados de hordas armadas, policías y paramilitares. Lo cierto es que la impunidad es inadmisible y el FSLN debería ser proscrito. Por órdenes de su dirigencia, la militancia asesina, secuestra, tortura, viola, roba, acosa. Eso no es partido político y no se le debería tratar como tal.

Otros, en cambio, preferirían un masivo levantamiento ciudadano que obligue al régimen abandonar el poder y huir, pero no reparan en la brutalidad represora contra civiles, no garantiza resultados e incluiría un gobierno provisional con la supuesta venia del Ejército.

No haya solución fácil. Sin embargo, es imperativo comprender que de no acabar pronto esta pesadilla, el sentido común indica que habrá quienes querrán ponerle fin de cualquier manera. Ante la muerte, vejámenes e indefensión, y asomos de arreglos, los nobles llamados a resistencia pacífica tienden a devaluarse cada día.

Para continuar su poder, Ortega-Murillo parece esgrimir la vieja amenaza de desestabilizar Centroamérica con socios e infiltrados transfronterizos. En su cosmovisión ochentera, cree poseer la alucinante misión de contribuir al imaginario derrumbe del país más poderoso del planeta. Es mentalidad fanática, compartida con los Castro, Chávez, Maduro y grupos terroristas internacionales.

Por lo sabido, la administración de Donald Trump conoce la naturaleza, origen, historial, nexos y peligros que presenta el régimen a los nicaragüenses y países vecinos. Independientemente de acontecimientos a corto plazo, continúo creyendo que, además de sanciones, va por ellos paso a paso para que encaren la justicia. Tienen cuentas, viejas y nuevas, pendientes de saldar con EE. UU., que no las olvida.

El autor es periodista.

Opinión Crisis en Nicaragua EE.UU. archivo
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