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el niño del Baldío, asesinos

Cuando el problema sos vos

Y aún te leo y te escucho, porque necesito saber lo que piensan, responderme a la pregunta de si acaso estoy, o estamos equivocados

Quisiera, esta tarde, que tuviéramos la oportunidad de sentarnos y mirarnos a la cara. Quisiera ir con vos a las casas, en los barrios de donde salieron los muchachos muertos, los presos y exiliados.

Yo te confieso que ya no escucho los discursos de Daniel ni de Rosario. No me da el alma para ello. Ya es casi medio siglo de Daniel moviendo los hilos del poder, con más de 20 años de gobierno directo. Y sus dos periodos han acabado con un país ahogado en sangre. Si hubo una versión buena de Daniel esa fue la del discurso de aceptación de la derrota en 1990. Hasta sus detractores lo afirman. El problema, claro, es él. Pero entonces hablás vos.

Y aún te leo y te escucho, porque necesito saber lo que piensan, responderme a la pregunta de si acaso estoy, o estamos equivocados. Creo que nos leemos y escuchamos. Las mujeres y hombres de micrófono y papel, de pantalla y redes. Nos asomamos a las palabras de los otros como si ya no nos conociéramos.

Vayamos, hermano de palabras, a encontrarnos frente a las casas vacías. Lavémonos la cara y la boca, apaguemos el encono. Alguna vez escuché tus críticas a lo interno. Esta tarde podremos ser más sinceros.

Podés creer aún en eso que llaman la “mística sandinista” y bajo la que se justifican las tropas de “místicos encapuchados” que acabaron con cientos de vidas, jóvenes la mayoría, y niños incluidos.

Muchos caídos vivían en esos barrios donde me gustaría que nos viéramos esta tarde.

Sentémonos al aire fresco, pegaditos a la puerta de una casa en la que se gritan ausencias. Callémonos los dos. Tratemos de oírlas. Dejémonos taladrar el alma. Porque más allá de colores y banderas, tenemos las palabras. Y este silencio.

Sabes, hermano, que hay otros silencios. Se pueden comprender los de aquellos que no quieren mirar la realidad incómoda. Cada uno es dueño de sus propios miedos. Pero me cuesta más entender a quien quiere intelectualizar, o dotar de relato la violencia impuesta. Ruido sobre ruido.

Vayámonos, hermano de palabras de otras tardes más dignas. Que ya oscurece. Te pido perdón si hablé demasiado. Pero también te pido que busques tus palabras en el fondo del silencio de esta casa vacía que se ha roto. Nadie, ni vos mismo, quisiste nunca llegar a esto. Mirá, nos está ganando la noche.

Pero quién soy yo, al fin y al cabo, para decir que nos callemos, o que callés. Vos mismo sabés cuando vos también sos el problema. Quizá sea el silencio tu última y posible contribución patriótica.

El silencio por los tuyos, que deje pasar un nuevo aire que no duela al respirar.

El autor es periodista.
@jsanchomas

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