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Este próximo 23 de junio la familia Velázquez Molina será llevada a corte para la revisión de solicitud del asilo político. LA PRENSA/CORTESÍA

El relato de la familia diriambina que viajaba en la caravana migrante y logró llegar a EE.UU.  

Los Velásquez Molina huyeron de Nicaragua porque el régimen orteguista ofrecía una recompensa por su captura. Además, paramilitares les allanaron su casa tres veces y a Idania Molina la violaron

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Lo lograron. Después de meses huyendo, de dormir en las calles, de comer de lo que les regalaban, la familia Velásquez Molina, originaria de Diriamba, llegó a Estados Unidos.

Lesther Javier Velázquez González, su esposa Idania Molina Rocha y sus dos hijos, Alexa de 13 años y Axel de 15 años, salieron de Nicaragua el pasado agosto. Huían de la represión del régimen orteguista tras haber participado en las manifestaciones en contra de la dictadura. Los orteguistas ofrecían recompensas por su captura. En octubre se unieron a la caravana migrante para llegar al norte.

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LA PRENSA logró hablar vía telefónica con Ivania Molina quien relata las vicisitudes que les ha tocado vivir. Habla desde Estados Unidos, y pide no precisar en qué estado se encuentra porque teme por su vida y por la de su familia.

Las penurias que pasaron hasta llegar a EE.UU.

El 29 de agosto, después de haber permanecido varios días en Managua, en casas de seguridad, se fueron en bus a la frontera de Peñas Blancas. Buscaban exiliarse en Costa Rica, pero era tan fuerte el resguardo militar que vieron que decidieron volver a Managua y cambiar de planes. Se irían a Guatemala. Atravesaron Honduras, luego El Salvador. Vivieron de lo que la gente les regalaba y dormían donde les agarraban la noche.

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“Salimos de Nicaragua con 380 dólares y a veces dormíamos en las terminales. En Guatemala el director de migración se portó súper bien, le contamos la verdad y le pedimos asilo político, pero nos dijo que era válido solo por tres meses, era poco tiempo, por eso decimos movernos a México”, cuenta Molina.

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La familia Velásquez Molina denunció ante organismos de derechos humanos la persecución de la que eran víctimas. LA PRENSA/R. Fonseca

Chiapas, fue el primer estado de México que pisaron los diriambinos. “Ahí dormimos como tres o cuatro días en las calles, pedíamos dinero con la bandera de Nicaragua y la gente se conmovía mucho al ver a mi hijo en el estado en el que estaba. Nos regalaban comida y nos tocó dormir en cartones en el parque de Chiapas, frente a la iglesia San Agustín”, recuerda.

Al cuarto día de andar deambulando por las calles, se dieron cuenta que se aproximaba la caravana de migrantes centroamericanos que tenía como destino Estados Unidos y ellos decidieron unirse al viaje.

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Caminaron mucho, nunca habían caminado tanto. Desde Chiapas hasta Ciudad de México, casi 1,000 kilómetros. El viaje, dice, fue cansado, duró casi 15 días. “Nadie nos daba raid y dormíamos en las carreteras. Memin de noche no dormía, porque él nos cuidaba y en el día, cuando nos quedábamos en algún lugar, ahí él si lograba descansar”.

“A veces nos agarraba la lluvia a media noche caminado, salíamos a las tres de la mañana y se nos daba la cinco de la tarde e íbamos caminando.  Una vez la niña le dijo a su papá que el zapato se le iba despegando, él pensó que era algún chicle, pero lo caliente de la carretera, le derritió la suela”, dice.

De hambre, dice, no padecieron. La gente se solidarizó y les regalaban comida. En Ciudad de México, unos estadounidenses de una iglesia evangélica llegaron a regalar comida a los indocumentados. Fueron unos ángeles, dice Molina. Ahí, su hijo, Alex, recibió tratamiento médico. En julio, durante la Operación Limpieza a manos de policías y paramilitares, su hijo Axel recibió un charnelazo de escopeta en su pierna derecha.  “Ellos nos ofrecieron ayuda y nos dijeron, hasta aquí llegaron en la caravana y vamos a moverlos. Yo tenía un poco de miedo, pero ya no aguantaba de tanto caminar, tampoco mis hijos”, afirma.

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En Ciudad de México, su hijo tuvo la primera intervención quirúrgica y toda la familia fue hospedada en hoteles de lujo. El Gobierno Mexicano contribuyó en la tramitación de documentos para que los nicaragüenses el 4 de enero se movilizaran en avión hasta el puente de Matamoros en el estado de Tamaulipas, frontera con Estados Unidos y tres días después entre tantos inmigrantes, las autoridades estadounidenses priorizaron a la familia nicaragüense como solicitante de asilo.

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Encapuchados con armas de guerra a bordo de vehículos Hilux se desplegaron por todo el municipio de Diriamba. LA PRENSA/AFP

Paramilitares abusaron de Idania Molina

Lesther Velásquez participó en el tranque que estaba cerca del Instituto La Inmaculada, en Diriamba y desde el 8 de julio tras la Operación Limpieza decidió huir de su casa por temor a ser asesinado. Su hijo, Axel, cargaba agua en una mochila para darle a su papá y a otros autoconvocados.

Después de la masacre del domingo 8 de julio de 2018 en las barricadas, la casa donde vivía la familia Velásquez Molina, fue allanada en tres ocasiones por paramilitares.

El primer allanamiento, ocurrió el 9 de julio. Ahí estaba Idania Molina. Los paramilitares y policías orteguistas preguntaban por armas, también por su esposo y su hijo. Varias camionetas Hilux rodearon la vivienda y los civiles armados, tumbaron la puerta a patadas, pero antes de ingresar, realizaron dos disparos a las persianas.  “Eran muchos hombres encapuchados, entraron como si buscaban a un narcotraficante y preguntaban por mi esposo y mi hijo”, cuenta.

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“Los hombres pasaron como unos cuarenta minutos dentro de la casa y cuando se fueron, yo estaba nerviosa, cerré la puerta y temblaba del miedo, no me dio hambre y decidí quedarme, porque pensé que ya no regresarían”, recuerda.

Hubo un segundo allanamiento, la tarde del 16 de julio. “Yo estaba haciendo almuerzo, ahí llegaron tres camionetas Hilux, varias motocicletas y una patrulla de la Policía de Jinotepe”, relata.  Ese día, con barras y palas, me zanjearon el patio y baño, porque pensaban que Memín y yo, habíamos enterrados armas con los chavalos”.

El tercer allanamiento ocurrió el 19 de julio. “Esa vez fue de mañanita, yo estaba dormida y agarraron la puerta a golpes y patadas, hasta que la derribaron”, recuerda. Fue una pesadilla, asegura.

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Con la voz entrecortada y lágrimas, cuenta que los paramilitares quisieron abusar sexualmente de su hija de 17 años y que ella de rodillas les imploró que no le hicieran. Cinco hombres violaron a Molina en presencia de sus dos hijas. “Mis hijas presenciaron todo, ellas estaban sentadas en un sillón y las tenían amenazadas apuntándoles con AK, yo les decía que cerraran los ojos, pero ellos siempre estaban diciéndoles que vieran”, cuenta.

Molina asegura que estuvo mal de salud y que no había hablado de la violación porque le daba vergüenza. “Ahora yo estoy en tratamiento psicológico, ya lo denuncié en medios internacionales y no me importa contar paso a paso todo lo que esos hijueputas me hicieron”.

Ese día, cuando sus agresores se marcharon, cuenta que quedó tendida en el piso encima de un charco de sangre “pero mi niña cerró la puerta y me puso una sábana encima, porque había quedado totalmente desnuda. Me temblaba todo, quedé como en otro mundo y eso no se me borra de mi mente. Llorando a como pude me levanté y un familiar luego me dijo que tenía que ir a denunciar lo que había pasado”, relata.

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Entre los hombres que la abusaron asegura que habían extranjeros y que los detectó por la diferencia del acento. “Yo reconocí voces de Diriamba, pero también andaban cubanos, porque el acento es inconfundible”.

Una de las víctimas de la represión paramilitar en Diriamba. LA PRENSA/Mynor García

Nueva vida

Los Velásquez Molina intentan comenzar de cero. Idania Molina trabaja como empacadora de dulces en una empresa y Lesther Velásquez se dedica a pintar edificios. Sus hijos ya están estudiando. Axel en Nicaragua cursaba cuarto año de secundaria y su hermana Alexa, sexto de primaria. Para el próximo 23 de julio tienen que ir a corte y ahí esperan tener una respuesta positiva sobre su solicitud de asilo.

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Todo lo que le ha tocado vivir, dice Molina, le ha causado un daño irreparable. Hay días que no logra conciliar el sueño y que sufre de constantes pesadillas. “Para mí todo es temor, siento que esos hombres están cerca de mí. Ya para mí la verdad nada es igual”, asegura.

Los Velásquez Molina aseguran que esperan algún día regresar a Nicaragua, cuando cambie el Gobierno , dicen, porque solo así sabrán que sus vidas no corren peligro.

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