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Carlos Flores Romano, autor. LAPRENSA/CORTESÍA

Infierno en Filadelfia

Esta planta de Philadelphia Energy Solutions procesaba diariamente 335 mil barriles de crudo. El dantesco incendio que se originó en un tanque de propano-butano podía ser visto, nítidamente, desde cualquier ángulo geográfico

Milton Potosme, inmigrante nicaragüense cuyo trabajo consiste en jardinería móvil casa por casa, recuerda que eran alrededor de las 4.00 a.m. del viernes 21 de junio, en que como de costumbre en ese día, podía levantarse un poco más tarde para tomar fuerzas y terminar su 966, a como él le llamaba a la jornada de 9 a.m. a 6 p.m., 6 días a la semana, para completar la magra remesa semanal que él enviaría puntualmente a su familia.

Estaba por efectuar su habitual rutina de ejercicios para oxigenarse, consistente en un trote enérgico de 40 minutos, y a continuación, zumbar fierros, que era una sesión de pesas de igual duración.

Repasaba en su mente la jornada que haría hoy: los previos, los pendientes, la secuencia del recorrido, los detalles de los clientes difíciles, así como la compra de suministros, cuando de repente, sintió que el diminuto cuarto donde vivía —su cambuche, según lo denominaba— se remeció con un movimiento verdaderamente apocalíptico.

En primera instancia, pensó que había sido una bomba en los bajos del edificio, por la vívida sensación de que la estructura entera volaba y luego aterrizó. En un microsegundo se levantó de la cama presto a tomar acción de autoconservación —un puro instinto reptiliano de su amígdala cerebral—, subió a una escalera de construcción que allí tenía a guisa de atalaya, o más bien, de un periscopio por su reducido tamaño, pero que le permitía ver hacia la lontananza en el sentido de la explosión, hacia el aeropuerto, no lejos del río Schuylkill.

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Entonces Milton quedó maravillado: le pareció como que, en dos segundos fugaces, había ya amanecido, y que como en una alucinación, o más bien una pesadilla de vigilia, eran ya las 12 de medio día, por la fuerza con que la radiante luz amarilla-naranja entraba a empujones por ese dintel. Metió la cabeza en el exiguo tragante para correr el vidrio, y entonces pudo discernir el horror de lo que veía: una mega explosión en la cercana refinería, notando cómo enormes fragmentos metálicos eran proyectados hacia los alrededores, como si fueran meteoritos en caída.

Esta planta de Philadelphia Energy Solutions procesaba diariamente 335 mil barriles de crudo. El dantesco incendio que se originó en un tanque de propano-butano podía ser visto, nítidamente, desde cualquier ángulo geográfico de donde vivían un millón y medio de habitantes.

El 10 de junio, la misma planta había tenido un fuego no menor, pero que sí fue controlado; pero ahora, la explosión y posterior fuego no dejaron margen de maniobra. A día y medio del inicio del percance, debido a la enorme radiación calórica, los bomberos (120 efectivos y 51 unidades de equipos) estaban aún imposibilitados de cerrar la válvula de esta mezcla de gases que alimentaba el enorme incendio, enfrentándose estos con una arriesgada dicotomía: extinguir el fuego sin antes de cerrar la válvula de alimentación, implicaba un riesgo grave y real de que el producto se fuera a la atmósfera, y con los vientos prevalecientes, hacia los nutridos residenciales de los alrededores, originando una grave contaminación de impensables consecuencias.

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El desastre tuvo su inmediato impacto en el incremento de 3.7 % en los precios de la gasolina en Nueva York, implicando ya problemas de suministro en la región.

Voceros de la refinería dijeron que hubo tres explosiones que afectaron una unidad de alkylación, utilizada para producir un componente de alto octanaje el cual potencia a la gasolina. Añadieron que no tenían claras aún las causas de la explosión, pero la noticia promete tomar ribetes de un verdadero thriller, puesto que la corporación propietaria estaba enfrentando graves problemas financieros, lo que había llevado a que su flujo de caja prácticamente se haya agotado en los seis meses recientes, debido al arrastre de deudas por $755 millones.

Hace poco la refinería había reemplazado su equipo gerencial, eliminó los bonos y regalías a empleados, reprogramó hasta 2020 las compensaciones por retiro de personal. ¿Hubo alguien molesto con estas medidas? ¿Impactó el recorte de gastos el mantenimiento predictivo/preventivo? Lo sabremos.

No es casualidad que además de OSHA (Agencia de Seguridad y Salud Ocupacional), el ATF (Bureau of Alcohol, Tobacco, Firearms and Explosives), estén conduciendo la investigación.
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