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Dolorosa transición de la OEA

De cara a la 49 Asamblea General de la OEA, los pueblos de América observamos complacidos el distanciamiento entre líderes verdaderamente democráticos y un grupo cada vez más pequeño que se aferra a las armas, violencia y dominación como instrumentos de poder político.

La mayoría de países han asumido la solución pacífica de controversias, priorizando los derechos humanos como estandarte dentro del sistema democráticos interamericano. Sin embargo, ese mismo pacifismo expone a los pueblos subyugados por dictaduras a emprender una lucha desigual, sangrienta y letal contra sus opresores, quienes se atrincheran en las bondades de “negociaciones internacionales”.

A mediados del siglo pasado, era común que una dictadura genocida de izquierda o derecha, enfrentara insurrecciones apoyadas por políticos y gobiernos extranjeros. Actualmente, las posibilidades de facilitar una defensa armada contra las dictaduras, son rechazadas por todo el espectro democrático, incluyendo los mismos pueblos tiranizados. Sin embargo, la comunidad interamericana todavía no remedia eficazmente la indefensión en que quedamos los ciudadanos. Tampoco impulsa medidas preventivas para evitar futuros conflictos.

La búsqueda y construcción de un continente pacífico debe cerrar su círculo, para lo cual, un elemento fundamental es la no impunidad. Tan dañina es la impunidad para un país como para el continente. Nos alegramos cuando sabemos que personajes de El Salvador o del cono sur son capturados, juzgados y condenados por crímenes contra la humanidad. Pero son una ínfima parte comparada con el resto de políticos y militares criminales de diferentes países que nunca serán condenados o están negociando su impunidad actualmente.

Pasa en todo el mundo, pero nada nos impide tomar la iniciativa en esta misión justa y humanitaria.

Otro elemento para cerrar el círculo es la prevención. Las llaves para transformar nuestros países son la institucionalidad, el respeto a elecciones libres, limpias y representativas de la voluntad popular, y de nuevo, la no impunidad de quienes violan las leyes, incluyendo la criminalidad política, militar o empresarial. La responsabilidad de velar y cuidar este marco de valores sociales, debe trascender las fronteras de cada país. Es inaceptable que el feudalismo de la edad media ahora se enmascara en feudos de países, donde señores feudales con nuevo título (presidentes-dictadores), tienen derecho de vida y muerte sobre sus siervos.

La diplomacia y el liderazgo americano están en deuda con los pueblos, pues ninguno está libre de este mal en el futuro.

La fiscalización electoral y la justicia universal deben brillar hasta en el último rincón oscuro de la región.

Debemos unirnos para aligerar esta dolorosa transición continental hacia un panamericanismo fuerte, próspero, democrático y en libertad.

El autor es administrador de empresas.

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