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el niño del Baldío, asesinos

Quién es el hombre que rescató al niño del Baldío

Pero en estos días, cuando escucho y veo a asesinos que encubren sus crímenes bajo un relato falsamente heroico, pienso que llegará un día que verá nuestras manos entrelazándose

Cada uno tiene su mejor historia en la memoria y el corazón. Y la mía es El baldío, de Roa Bastos.

La historia es muy breve y el autor no da demasiados detalles. Es una escena contada con una extraordinaria economía de recursos. Se sitúa simbólicamente en un baldío, que sirve de basurero. Allí llega un hombre que arrastra a otro. No sabemos quiénes son. Solo que uno está muerto y el otro tira de él. Probablemente el primero es su asesino. El cuerpo inerte se engancha a ratos en los arbustos. Es de noche, así que los dos parecen sombras. Pasa un vehículo con focos amarillos y el vivo se tumba junto al muerto. Los dos a cubierto. Visto desde arriba no se sabría cuál de ellos es el que está vivo.

Si la noche no hubiera sido tan cerrada, los dos, con las manos entrelazadas, podrían haber parecido que se salvaban mutuamente.

Al final, el hombre deja el cadáver del otro en el baldío, no sin antes taparlo con hojas y papeles, con cuidado.

Ya se iba a ir de allí, cuando, de pronto, oye un sonido, una especie de vagido. Busca entre los desechos y, bajo unos papeles, descubre a un bebé. Siente el instinto de huir; llega a fantasear con la posibilidad de que el muerto haya vuelto a nacer. Pero no. Es el cuerpo de una criatura que había sido abandonada allí también. Lo que sucede a continuación es de esos momentos en que la literatura le permite a un escritor arañar el alma, como tocar el tejido vivo, la primera célula que nos hermana:

El hombre la tomó en sus brazos. Su gesto fue torpe y desmemoriado, el gesto de alguien que no sabe lo que hace pero que de todos modos no puede dejar de hacerlo. Se incorporó lentamente, como asqueado de una repentina ternura semejante al más extremo desamparo, y quitándose el saco arropó con él a la criatura húmeda y lloriqueante.

Cada vez más rápido, corriendo casi, se alejó del yuyal con el vagido y desapareció en la oscuridad.

Quién es ese hombre del baldío que arrastra a un muerto y salva a un recién nacido. En quién pensaba Roa Bastos. No lo sabremos. Pero en estos días, cuando escucho y veo a asesinos que encubren sus crímenes bajo un relato falsamente heroico, pienso que llegará un día que verá nuestras manos entrelazándose. No sabremos la sangre que causaron las manos de los otros. Pero nos tendremos que salvar mutuamente, por mucho asco u odio que nos tengamos. Y juntos, posiblemente desapareceremos en la oscuridad. Pero antes nos habremos devuelto la ternura, como si estuviéramos naciendo.

El autor es periodista.
@jsanchomas

Columna del día asesinos niño del Baldío Roa Bastos archivo

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