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Presidentes

Qué diferencia sería

¡Qué nostalgia! Qué diferente sería nuestro país si llegáramos a tener presidentes humildes, que actuaran como un ciudadano más

Mi madre me contó, de pequeño, una anécdota de nuestra vecina Costa Rica que siempre me impresionó: cómo su entonces presidente, Pepe Figueres, hacía fila con el resto de la gente para comprar sus boletos de entrada al cine. Era indudablemente un síntoma de un profundo civilismo que explica, en gran parte, por qué Costa Rica no ha sufrido la sucesión de tiranías y guerras que han plagado nuestra historia.

¡Qué nostalgia! Qué diferente sería nuestro país si llegáramos a tener presidentes humildes, que actuaran como un ciudadano más, y que no tuviesen necesidad de moverse protegidos de helicópteros artillados y centenares de hombres con AK-47; presidentes pacifistas, civilistas, cuyo gobierno descansase en el apoyo libre de los ciudadanos, y no en el uso de turbas violentas y miles de hombres armados hasta los dientes.

Qué diferente sería Nicaragua si tuviésemos presidentes que periódicamente compareciesen ante los medios de prensa, amigos y opositores, para contestar en vivo sus preguntas y dar cuenta de su gestión; presidentes que actuasen con total transparencia, sin ocultar sus operaciones tras el secretismo y la mentira.

Qué diferente sería si al tomar posesión de su cargo nuestros presidentes juraran solemnemente que nunca buscarán reelección y que al final de sus períodos se fuesen a sus casas, más pobres de como entraron, y sin pretender seguir manejando sus partidos con hilos sutiles o abiertos. Qué diferente si los diputados de sus partidos no fuesen electos por sus dedos sino directamente por el pueblo en sus respectivas circunscripciones; diputados independientes capaces de disentir y criticar al jefe de su partido.

Qué diferente sería si los presidentes no tuviesen influencia alguna sobre el poder judicial y tuviesen que acatar sus fallos por contrario que fuesen. Que diferente sería tener presidentes totalmente obedientes a la ley, que no exigiesen lealtad política ni contribuciones de los empleados públicos, presidentes cuyas manifestaciones partidarias fuesen totalmente espontáneas e integradas por gentes que acudieron por su propia voluntad y convicciones, sin el móvil de sanciones o prebendas.

Qué diferencia haría tener presidentes que se debieran a la nación antes que su partido, cuya única bandera fuera la azul y blanco, movidos por el deseo genuino de servir a todos sus ciudadanos, sin distingos de ideología, raza o clase social; presidentes, además, que tuviesen un lugar especial en su corazón para servir a los más pobres y desamparados; deseosos de promover sus oportunidades de educación y trabajo; presidentes listos a renunciar, antes que someter a sus pueblos a sufrimientos sin cuento.

Qué diferente sería tener; presidentes que amaran a Nicaragua más que a ellos mismos. ¿Los tendremos alguna vez? Ese en nuestro reto y la oportunidad que tendremos después del orteguismo.

Se puede.

El autor es sociólogo. Fue ministro de Educación.

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