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El mar se traga las casas de un barrio de Corinto y nada parece detenerlo

Algunos abandonan sus casas con llave pegada “para que la use quien quiera”. Otros ven con tristeza pegar las olas contra las paredes de su vivienda. Y muchos esperan un milagro y que el mar se contenga o se retire

La noche del 21 de junio doña Rosa Virginia Quintana, de 75 años, tomó sus pocas pertenencias y salió de la casa donde había vivido los últimos 20 años. La noche estaba sin estrellas y el mar más bravo que de costumbre. Por las dos puertas principales de su casa comenzaba a entrar lenta pero constantemente agua salada y arena.

“Los tumbos no dejaban de dar contra las ballenas”, recuerda doña Rosa, quien tuvo que ir a pasar la noche y el resto del mes a la casa de una de sus hijas fuera de Corinto.

“Las ballenas” a las que se refiere doña Rosa son unos enormes “geocontenedores de polipropileno de alta densidad”, que son grandes bolsas alargadas y resistentes llenas de arena y fueron puestas frente al mar para que detengan el impacto de las olas. De largo por su color oscuro se asemejan al cuerpo de una ballena varada en la arena.

La agonía de San Martín

De frente a lo que antes eran las costas del puerto Corinto, está ubicado el barrio San Martín, uno de los tantos barrios frente al mar. Pero este barrio, que tiene más de 40 años de existir, es uno de los más golpeados por las embestidas de las olas.

Más de 80 familias se están viendo seriamente amenazadas y temen que en cualquier momento las olas atraviesen definitivamente nuevas “ballenas” que fueron puestas de emergencia a solo 10 metros de las casas.

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Denis Castillo Estrada, de 66 años, ha visto como sus vecinos poco a poco han tenido que salir de sus casas y buscar refugio en otras zonas del puerto o tienen que buscar vida fuera de Corinto.

Castillo llegó al barrio San Martín en septiembre de 1985, en ese entonces trabajaba para una compañía bananera estadounidense, como responsable de operaciones, manejo y embarque de las frutas. Cuenta que cuando llegó al barrio habían más de tres cuadras de costa sobre las que estaban construidas “casas de dos pisos, grandes y bonitas”.

Se invirtieron más de 53 millones de córdobas en la instalación de las “ballenas”, pero no han parado el avance del mar. LA PRENSA/Oscar Navarrete

“En los años 80 se hizo un dique de arena como de 100 metros de ancho y 5 kilómetros de largo, pero poco a poco se lo ha llevado el mar. En años posteriores durante el gobierno de Alemán de nuevo rellenaron el dique”, recuerda Castillo.

En los años siguientes se siguieron realizando trabajos de dragado para ensanchar el canal por donde entran los barcos al puerto, pero la arena que era sacada de las profundidades no fue utilizada para rellenar las costas como se hizo en años anteriores.

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“El último año de gobierno de Bolaños recuerdo que vino una draga belga, pero no tiraron aquí donde nosotros”, dice Castillo en tono de reclamo. Acepta que ya está haciendo preparativos para irse del San Martín antes que las olas entren definitivamente al barrio.

Este extrabajador de las bananeras tiene la suerte de contar con un pequeño terreno en Chinandega donde planea construir una vivienda. Pero la mayoría de habitantes de este barrio no tiene a dónde ir.

Un fenómeno global

Según Abdel García, coordinador del área de Cambio Climático del Centro Humboldt, en Nicaragua no hay información para responsabilizar totalmente al cambio climático de las afectaciones costeras.

García no niega el avance del mar en las costas nicaragüenses. “Hay un oleaje inusual, asociado a fenómenos de mar de fondo como el fenómeno de El Niño, la circulación de los vientos y la atmósfera como interactúa, sumado al aumento de las temperaturas”, explica García.

Los vecinos han comenzado a dejar sus propiedades abandonadas, muchos de ellos se han trasladado a vivir fuera del puerto. La PRENSA/Oscar Navarrete

Los últimos registros a los que pudo acceder el Centro Humboldt hace más de dos años, revelan que por mes en puerto Corinto se perdían más de 43 metros cúbicos de playas, esto según los datos de las fuerzas navales.

Según el Centro Humboldt en el Caribe nicaragüense igualmente están observando un fenómeno similar en las costas, y ya hay islas en los Cayos Miskitos que están perdiendo territorio por la acción del mar.

“Mi casa está perdida”

Doña Rosa acostumbrada a vivir en su pequeña casa frente al mar no resistió mucho tiempo fuera de ella. Al volver a su propiedad se encontró con las verjas de metal oxidadas y carcomidas por la sal, el techo de zinc con agujeros, la madera del techo húmeda, las puertas abiertas y una gruesa capa de arena dentro de toda la casa.

Con mucho esfuerzo y la ayuda de sus vecinos logró sacar la arena y limpiar la casa. Pero poco duró el resultado.

“En menos de una hora el mar se volvió a meter”, cuenta con la voz entrecortada y viendo como dentro de su casa de nuevo hay arena, trozos de madera, conchas y basura marina.

Doña Rosa Quintana, en el interior de su casa llena de arena y basura marina. Ella se resiste a dejar su vivienda. LA PRENSA/Oscar Navarrete

Matilde Cano Rivas, de 28 años, es una de las vecinas de doña Rosa. Su casa es más frágil ya que es toda de madera, pero está construida sobre un tramo más alto de arena, por lo que todavía el mar no se ha metido.

En la rústica vivienda habitan todavía siete personas, cuatro de ellas son las hijas de Matilde. Su casita es la última en pie al final del barrio. Los hermanos de Matilde han colocado una barrera improvisada de llantas rellenas con arena para proteger de las olas la vivienda.

Cano ha visto como sus vecinos también se han tenido que ir por la inclemencia del mar.

“A veces las noches las pasamos en vela porque tenemos miedo de que el mar se nos meta. No podemos dormir con esta situación y en cualquier momento esas llantas van a caer”, dice Matilde, quien denuncia que las autoridades no han llegado a hacer nada ante esta situación.

La casa de los Cano se mantiene gracias al trabajo de dos de los hermanos de Matilde. Uno de ellos trabaja con un triciclo transportando personas y carga, mientras que el otro trabaja “en lo que le salga en León y Chinandega”.

“No tengo dónde irme”, admite la joven madre soltera. Su situación se repite en la mayoría de los casos.

Inversión millonaria

Para la elaboración de este reportaje se intentó entrevistar a las autoridades municipales, pero estas no accedieron. Una de las personas que trabajó de cerca con el proyecto de la colocación de los “geocontenedores” accedió a conversar con Domingo, bajo la condición de anonimato.

Según esta fuente, desde la Alcaldía sandinista están “contentos y satisfechos con los resultados del proyecto”. Todo lo contrario a lo que dicen los habitantes del barrio San Martín.

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En este proyecto que inició en 2015 y finalizó en 2017, se invirtieron un total de 53 millones 568 mil córdobas, que salieron del Gobierno central y gracias a un hermanamiento con la ciudad alemana de Colonia.

Se logró abarcar un total de tres kilómetros de costa, de los cinco que se pretendía cubrir. Cada uno de estos “geocontenedores” pesa unas 190 toneladas y en su interior pueden alcanzar hasta 126 metros cúbicos de arena.

Según la fuente que trabajó de cerca en la instalación de estas unidades, para capacitar a los obreros se trajo a un especialista de México.

“Tardábamos en poner un solo textil entre ocho y doce horas, dependiente de la marea podíamos tardar hasta 24 horas”, aseguró el ingeniero. En total fueron colocados 143 “geocontenedores”, todos de fabricación taiwanesa.

Pero cuando la marea sube el agua sobrepasa las ballenas y sigue avanzando hasta llegar a las casas. Los geocontenedores están a más de 30 metros de las viviendas y quedan sumergidos cuando el oleaje es fuerte. Según la fuente, el fabricante de estos textiles les dijo que cada uno de estos sacos gigantes tiene una vida útil de más de 20 años.

El mar no se detiene

La abogada Darlin Fabiola Pérez abandonó su casa hace un año. En el interior de la vivienda solo hay muebles, un televisor y una refrigeradora que no le pertenecen. Son de su vecina que le pidió guardara sus pertenencias mientras encontraba dónde ir a vivir.

Pérez decidió irse del barrio San Martín luego que una noche el fuerte oleaje provocara que la pared trasera de su patio colapsara y casi matara a su hija Dayana, de 15 años.

La abogada Darlin Fabiola Pérez observa la zona de su casa donde antes estaba su cuarto y el de su hija. Ya no queda nada. LA PRENSA/Oscar Navarrete

“Ahora prácticamente el mar es el patio de lo que queda de mi casa”, dice Pérez mientras abre la puerta trasera de la pequeña vivienda y se observa como a unos pocos metros las olas revientan y bañan la vieja pared de ladrillos que resiste el agua salada.

Doña Rosa Quintana se resiste a dejar su casa, una de las vecinas ya se fue del barrio y le dejó las llaves para que viva ahí “mientras pueda”.

“Al final voy a terminar pidiendo limosnas y posando de casa en casa parece”, dice Quintana, quien todos los días sale con una escoba y una pala para barrer el mar que poco a poco está devorando su vivienda.

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