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Los verdaderos revolucionarios

Estos son días para hablar de revolución. Oficialmente se cumple este 19 de julio el 40 aniversario de la revolución sandinista, de la cual la dictadura de Daniel Ortega es su consecuencia natural e ineludible, a pesar de que los sandinistas que no son orteguistas se resisten a aceptarlo.

Pero la revolución nunca ha sido algo ideal, no es una repartición de bondades y felicidad como algunos la imaginan. La revolución es un terremoto político, económico y social aplastante; así fue la revolución sandinista de 1979 y así es su segunda parte, desde 2007 hasta hoy.

Para los revolucionarios la revolución es un ideal hermoso mientras luchan por el poder, pero lo que resulta después que asumen el control absoluto del Estado es totalmente opuesto a lo que ellos creían y dijeron. A partir de que toman el poder dejan de ser revolucionarios, se convierten en defensores feroces del poder conquistado y para conservarlo hacen lo que sea, inclusive lo peor, como lo declaró un prominente líder de la revolución sandinista ya desaparecido.

En Nicaragua los revolucionarios lucharon valerosamente y muchos dieron la vida para derrocar a una dictadura sanguinaria, como la somocista, pero después que la derrotaron impusieron otra dictadura peor.

Franklin Caldera, en un escrito publicado en la sección Cultura de LA PRENSA el 10 de mayo de 2018, al hacer una semblanza literaria del célebre cineasta francés Jean-Luc Godard, escribió que “los idearios revolucionarios como la doctrina cristiana son imposibles de llevar a la práctica. Los verdaderos cristianos son los religiosos (monjas, sacerdotes, misioneros de todas las denominaciones) que dedican su vida a atender a los desamparados en todos los rincones del mundo”. Y asegura Caldera con contundencia que “los verdaderos revolucionarios son los que mueren en combate. De lo contrario, corren el riesgo (con altos niveles de probabilidad) de convertirse en aquello contra lo que lucharon en su juventud”.

Es cierto. La experiencia de la revolución sandinista de Nicaragua demostró y sigue demostrando que Caldera tiene razón.

No se discute, sino que se reconoce, que todos o casi todos los sandinistas que dieron su vida en la lucha armada contra la dictadura somocista, creían fielmente en los ideales revolucionarios que los motivaban. Pensaban que alcanzar el poder sería como tomar el cielo por asalto —frase de Carlos Marx en sus escritos sobre la Comuna de París— y que con la revolución establecerían un paraíso terrenal.

Carlos Fonseca, Silvio Mayorga, Germán Pomares, Oscar Turcios, Ricardo Morales Avilés, Julio Buitrago, Arlen Siu, Claudia Chamorro y tantos otros sandinistas que murieron en la lucha armada contra el somocismo, eran verdaderos revolucionarios. Pero los que tomaron el poder en julio de 1979, con las debidas excepciones, desde ese momento dejaron de ser revolucionarios. Los terribles hechos históricos de entonces, y los actuales, lo demuestran de manera irrefutable.

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