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Luis Estrada Pérez, alias Cubita, muy pronto viajará al extranjero a capacitarse en temas de cortes e imagen. LA PRENSA/Cortesía/Heydi Salazar

“La barbería me sacó de la calle”. La historia de un pandillero de Chinandega que pasó de las drogas y el alcohol al emprendimiento y el éxito

Pandillas, drogas y alcohol fueron la antesala para que Luis Estrada Pérez, alias Cubita, descubriera su camino al éxito

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En el barrio Roberto González, ubicado en la zona central de Chinandega, todos conocen la historia de Luis Estrada Pérez, alias Cubita, el hombre que ha experimentado todo lo bueno y lo malo de la vida. Que ha pasado del terrible mundo de las pandillas, las drogas y el alcohol al emprendimiento, el éxito y la paz interior.

Cubita supo de rebeldías desde la infancia. Su madre, Gloria Pérez, trabajaba todo el día como maestra de matemáticas en varios colegios públicos de la zona para hacerle frente a las necesidades del hogar, por eso dejaba a sus dos hijos al cuido de la abuela.

Eran tiempos violentos en Chinandega, cada barrio estaba gobernado por un duro y su pandilla, entre ellos cuidaban su terreno con uñas, dientes y todo lo que tuvieran al alcance de la mano; mas si alguien se oponía dentro del mismo sector, era considerado un enemigo. “Por eso en mi mente mal yo pensé que unirme a ellos me mantendría intocable, era bien chiquito, tenía apenas nueve años”.

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Las calles se convirtieron en el hogar del pequeño Luis, se ganó la confianza de los líderes siendo leal. Si había pleito con las pandillas de La Florida, La Libertad, El Galope, él salía a “guerrear” con los suyos: “era defendernos con piedras, palos, morteros, machetes, armas hechizas, con todo lo que se pudiera”.

La barbería permitió que Cubita saliera de los vicios y se concentrara meramente en trabajar por su familia. LA PRENSA/Cortesía: Heydi Salazar

Cuenta que cuando entró a la secundaria y ya se había ganado el respeto entre sus amigos, inició un calvario en el mundo de las drogas y el alcoholismo. “Yo fumé marihuana, consumí cocaína y me dañé el organismo con un guaro que vendían antes en bolsita, llamado Lija, eran tanques de lija que bebía, me perdí en los vicios”.

Cubita lamenta todo el tiempo que desperdició de su juventud y le entristece saber que el peor de los daños se lo hizo a su madre. Recuerda que cuando se metía a problemas corría a su casa a ocultarse y su madre cerraba las puertas, las sostenía con ambas manos para que las pandillas no lo mataran.

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“Cuántas veces no llegaron a apedrearme la casa, a lanzarle morteros. Una vez casi me matan, me apuñalaron. También caí preso por pleitos”, precisa Cubita.

Barbería de la mano

Pandillas, drogas y alcohol fueron la antesala para que Cubita descubriera su camino al éxito: la barbería. Su mentor German Montes, un joven que desconfiaba de él, resolvió compartirle sus conocimientos. “Él me abrió los ojos, estoy agradecido porque si no me hubiese enseñado barbería, yo ya estaría muerto seguramente”.

El Barbero acostumbra llevar alimento a los más necesitados, ayuda a los niños de la calle, jóvenes sumidos en vicios y ancianos desvalidos. LA PRENSA/Cortesía: Heydi Salazar

La práctica lo convirtió en maestro. Cubita empezó a trabajar en su casa con una navaja y un espejo, su mano rasuró a sus amigos de la pandilla, pero poco a poco fue ganando popularidad e iniciaron a llegar personas de otros barrios, incluso sus enemigos.

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“La barbería me ayudó a librarme de este mundo. Con mi trabajo yo hice más amistades. Llegué a ser amigo de todas las pandillas, eso me permitía moverme donde quería y conseguir más clientela, yo soy del tiempo en que una rasurada costaba cinco córdobas, así inicié”, refiere.

Pese a que había aprendido un oficio y limado asperezas con las pandillas vecinas, Cubita todavía seguía sumido en las drogas y el alcohol. Su lucha por mejorar parecía perdida, hasta que aceptó sus debilidades y formó parte de una casa de alcohólicos anónimos.

“Ahí estuve tres años, de la mano con mi negocio que iba creciendo. Un día rasuré a un muchacho cristiano que me invitó a la iglesia, ya en esos días yo cantaba rap cristiano con un amigo, fui con mi esposa y mi vida cambió”.

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Cubita hoy día es un hombre renovado, tiene su propio salón, uno de los más elegantes de Chinandega: Cuba Barbershop. Sus instalaciones son de lujo, con las mejores máquinas del mercado, oasis para agua caliente, internet para los clientes, excelentes sillas y ambiente relajado.

El barbero aclara que muchas de las sanguinarias historias que se han dicho de él no le corresponden, puesto que cuando ya estaba dedicado a la barbería, surgió otro pandillero que también se hacía llamar Cuba, un joven bastante conflictivo.

“La gente a la fecha, incluso mis clientes, creen que se trata de mí. Yo les explico que no. Yo soy Cuba el barbero, Cuba porque tenía un amigo cubano al que rasuraba igual que a mí y caminaba con él. A mí nadie me puede decir que maté o robé, era un vago buena onda digamos”, detalla.

Gran prueba

Hace cuatro años Luis Estrada Pérez tuvo que enfrentar una gran prueba. A su esposa, durante los primeros días de gestación le dio zika, lo que ocasionó que su bebé naciera con hidranencefalia (condición en la cual los hemisferios cerebrales están ausentes y son sustituidos por sacos llenos de líquido cerebroespinal).

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“Mi bebé me acercó más a Dios. Me aferré a la oración. Los médicos me dijeron que le daban algunos días de vida. Ya van cuatro años . Que sea la voluntad de Dios”, expresa.

El barbero se ha ganado la admiración de quienes le conocen, porque en la actualidad está enfocado en apoyar al prójimo. En compañía de amigos y clientes que visitan su salón, promueve actividades para recaudar fondos y ayudar a niños de la calle, familias necesitadas y ancianos. “De alguna manera yo quiero reparar los daños que hice, quiero honrar a Dios con mis actos”, finaliza.

Adrenalina

Cubita también es amante de la adrenalina, comparte que durante su época en la calle él siempre quiso tener una moto. “Soñaba con una. Con mi esfuerzo la compré. Ahora practico motociclismo en duro… hacemos giras a los volcanes, a las lagunas, los ríos, a los cañales, visitamos comunidades… llevamos el mensaje que es mejor el camino de Dios, el deporte, el estudio, el trabajo, que la calle”, concluye.

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