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Papito querido

Según el concepto que tengamos de Dios, así será nuestra relación y oración con Él. Efectivamente, la forma de hablar con una persona nos dice el concepto que de esa persona tenemos. Por eso, la oración de Jesús fue totalmente nueva porque nuevo era su concepto de Dios.

Para Jesús, Dios era su “Abba”, su “Papito” querido. Por eso, toda la vida de Jesús fue envuelta en un contacto permanente con su Padre Dios.

Todo hijo conversa con su padre y Jesús, por supuesto, hablaba con Él. Y como la visión que Él tenía de Dios era nueva, su forma de orar tenía que ser también, en cierto sentido, nueva. La forma que Jesús oró, dependió en su relación y en su experiencia de Dios y así nos pasa a todos. A través de toda su vida Jesús fue enseñando a los suyos la oración que debían hacer como consecuencia lógica de su nueva visión de Dios. Camino a Jerusalén, uno de sus discípulos le dice a Jesús: “Señor, enséñanos a orar” (Lc. 11, 1) y Jesús, entonces les dijo a todos: “Cuando oren digan: Padre nuestro…” (Lc. 11, 2).

Jesús, a la hora de ofrecernos el último y más profundo resumen de su pensamiento, lo hizo con una oración. La verdad es que Jesús, a través de su vida fue enseñando a sus discípulos, a los hombres y mujeres de hoy y mañana, a tener a Dios como nuestro Abba, nuestro “Papito” querido. No necesitamos que alguien nos enseñe a hablar con Él; un buen hijo sabe hablar con su padre.

Para Jesús orar es hablar con Dios con toda naturalidad, como un hijo habla con su “Papito” querido: pidiendo el pan de cada día y perdonando. (Lc. 11, 3-4).

Orar es hablar con plena confianza con nuestro Padre pues, al ser Dios el Abba, el Papito bueno siempre está en actitud de escucha con sus hijos. Cuando le hablamos: “Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca halla; y al que llama, le abrirá” (Lc. 11, 9-10).

Orar es hablar con Dios, nuestro Abba, nuestro “Papito”, convencidos de que debemos, como buenos hijos suyos, estar siempre abiertos a su voluntad, que no es otra que construir su Reino: “Hágase tu voluntad… Venga tu Reino” (Mt. 6, 10; Lc. 11, 2).

Orar es hablar con Dios, llenos de un gran amor a los hermanos, amor que nos lleva a perdonar como nosotros queremos ser perdonados: “Perdónanos como nosotros también perdonamos” (Lc. 11, 4). Orar es muchas veces callar, dejar que nuestro Abba nos hable y oír lo que Él quiere decirnos, como dijo Elí a Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1 Sam. 3, 10).

La oración del Padre nuestro es todo un resumen del mensaje de Jesús. Tal como ayer, hoy los discípulos, necesitamos decirle a Jesús: “Enséñanos a orar” (Lc. 11, 1), que es lo mismo que decirle: “Enséñanos quién es tu Dios para que oremos siempre como Tú oras.

Cuando sentimos a Dios como nuestro Abba, nuestro “Papito” querido, la oración es algo que sale del corazón, como le ocurría a Jesús.

El autor es sacerdote católico.

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