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Diálogo interno

La cancelación unilateral de las negociaciones con la Alianza Cívica, ejecutada por la dictadura, paradójicamente es ganancia neta para la oposición. En primer lugar, porque la dictadura se quitó la careta y quedó al descubierto su fraude a la comunidad internacional, confirmando lo que siempre señalamos los nicaragüenses: que el dictador estaba ganando tiempo. En segundo lugar, porque eran negociaciones estériles ya que Ortega nunca cumpliría sus promesas a Nicaragua ni a los extranjeros. Negociar con Ortega, resultó como dicen en México, “gastar pólvora en zopilotes”. Por último, porque si la comunidad internacional quiere aplicar sanciones, ahora ya no hay ningún impedimento. Ortega les hizo el favor de quitar las restricciones.

Hay que reconocer, a pesar de críticas y errores, el servicio prestado al país de parte de los negociadores. No solo lograron bajarle los humos de la cabeza a la dictadura, obligándola a enfrentarse cara a cara, sino que mantener ese diálogo bajo presión, justificó las sanciones impuestas por Estados Unidos y Canadá. De no haber diálogo, Ortega hubiese evadido las sanciones, argumentando que tenía la mejor voluntad para negociar y que los irresponsables eran los opositores. El segundo logro fue el compromiso que tuvo que firmar el régimen para sacar una parte de los presos políticos que todavía estarían padeciendo torturas y maltratos si el equipo negociador y la comunidad internacional no le hubiesen doblado el brazo al dictador. Fue una victoria a medias, pero eso no dependió de los negociadores sino de la naturaleza criminal del régimen. La tercera consecuencia es que dejó el camino libre para negociar entre nosotros mismos.

El horizonte está despejado para el diálogo y la negociación de los propios nicaragüenses. Está más claro que nunca, que la solución de nuestra crisis no va a venir de afuera, sino que tiene que pasar necesariamente por confrontar ideas, acciones, actitudes y programas. Ninguno puede eludir compromisos ni subestimar a nadie. Los grandes o pequeños grupos económicos, políticos y de la sociedad civil organizados, estamos obligados a vernos las caras, negociar y buscar una solución consensuada, que empiece por un esfuerzo colectivo para salir de la dictadura.

Hay otras cosas que se deben tomar en cuenta desde ahora: ¿Cuál es la Nicaragua que objetivamente podemos construir? ¿Qué papel deben jugar los grupos poderosos o los acreditados internacionalmente, con los demás grupos minoritarios que han participado marginalmente, dada la represión? ¿Cómo incorporar a los exiliados al debate, tomando en cuenta las limitadas condiciones en que se desenvuelven? ¿Cuál es el papel y como quedan el capital, las víctimas, los grupos políticos dispersos y la sociedad civil? Definitivamente son grandes desafíos y nadie los va a resolver al margen de nosotros mismos.

El autor es economista, profesor e investigador.

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