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Que no le avergüence comer una hamburguesa

“Coma menos carne” es el titular típico de un nuevo informe especial sobre el cambio climático, publicado el jueves 7 de agosto por las Naciones Unidas. El informe señala correctamente la necesidad de mejorar los sistemas alimentarios mundiales, pero los expertos se están concentrando en la supuesta necesidad de que las personas en los países ricos cambien radicalmente sus hábitos alimenticios. Esta es una respuesta política ineficaz e inalcanzable.

Junto con el informe, el panel de cambio climático de la ONU publicó 20 “puntos principales” para los encargados de formular políticas. Solo uno estima el efecto de las respuestas dietéticas. Se basa en un documento de 2016, que sostiene que si el mundo entero cambiara a una dieta vegana —lo que el IPCC llama el “escenario más extremo”— las emisiones de gases de efecto invernadero relacionadas con los alimentos podrían reducirse hasta en un 70 por ciento. Esto parece más impactante de lo que es: solo una séptima parte de todas las emisiones están relacionadas con los alimentos. Además, la estimación también presupone que “las personas consumen solo las calorías necesarias para mantener un peso corporal saludable”. Esto parece poco probable. A pesar de décadas de campañas de alimentación saludable, 1,900 millones de adultos en todo el mundo tienen sobrepeso. Soy vegetariano por razones éticas, pero seamos honestos: el vegetarianismo no es la solución ambiental que se vende.

En realidad, hacerse vegetariano es bastante difícil: una macroencuesta realizada en EE.UU. en 2014 desveló que el 84 por ciento de los nuevos vegetarianos abandonan la dieta en menos de un año. Una reseña literaria de 2015 revelaba que el cambio efectivo al vegetarianismo reduce las emisiones de carbono individuales en el equivalente a 540 kilogramos de dióxido de carbono por año.

Eso es solo el 4.3 por ciento de las emisiones de una persona promedio en un país desarrollado. También hay un “efecto rebote”. El dinero ahorrado en comida vegetariana probablemente se gastará en bienes y servicios, causando emisiones adicionales. Teniendo en cuenta eso, otro estudio de 2015 descubrió que volverse vegetariano en realidad solo reduce las emisiones individuales en aproximadamente un 2%. De hecho, el informe del IPCC cita estudios que muestran que la restricción de carne reduce las emisiones en solo un 2%, y un impuesto sustancial al carbono reduciría las emisiones en solo un 0.41 por ciento.

En lugar de falsas esperanzas sobre el cambio en la dieta, la atención debería centrarse en mejorar las prácticas agrícolas. Primero, los orgánicos son malos para la sostenibilidad. Un artículo de 2017 reveló que la agricultura orgánica requiere un 70 por ciento más de tierra, de media, para producir la misma cantidad de productos que los métodos convencionales. Hacer que la producción agrícola de EE.UU. sea completamente orgánica requeriría convertir un área más grande que California y Texas en tierras de cultivo. Además, las explotaciones agrícolas deben aumentar su productividad. La Revolución Verde de la década de 1970 extendió el uso de fertilizantes y las prácticas modernas, marcando una gran diferencia hasta el día de hoy en Asia y América del Sur. Se necesita una segunda Revolución Verde para que la agricultura sea aún más eficiente.

Esto implica más gasto en investigación y desarrollo agrícola, desde la cría convencional hasta la modificación genética e incluso la carne artificial, lo que hace que el vegetarianismo sea una opción más plausible. La investigación de Copenhagen Consensus estima que elevar el gasto en investigación en 8 mil millones de dólares al año aumentaría el rendimiento de los cultivos en un 0.4 por ciento anual. Aunque puede sonar modesto, esto mejoraría la seguridad alimentaria, reduciría los precios y alcanzaría un beneficio social de más de $30 por cada dólar invertido. Centrarse solo en el vegetarianismo tiene más que ver con la virtud moral que con la mejora del sistema alimentario. En lugar de avergonzar a las personas por comer hamburguesas, aumentemos el gasto en I+D agrícola.

El autor es director del Copenhagen Consensus Center y autor de los bestsellers El Ecologista escéptico y Cool It. Considerado una de las 100 personas más influyentes del mundo por la revista Time y una de las 50 personas capaces de salvar el planeta por el periódico The Guardian. Además, es profesor visitante de la Copenhagen Business School.

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