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La ley del garrote

Andrés Manuel López Obrador —AMLO— experimenta una extraña contradicción. Es amigo del ruido, el gesto, las tomas colectivas, los paros y confrontaciones, solo parece sentirse cómodo en tranquilos ambientes mexicanos. Claro que eso no sería poco decir, pues siendo segunda potencia latinoamericana, la gran nación azteca tiene influencia y presencia planetarias.

Uno de los líderes de la revolución mexicana de los más hábiles e inteligentes fue Venustiano Carranza. Sin el temple de Obregón, Villa y Zapata ganó la simpatía estudiantil sin prodigarse en frases antimperialistas. A mi modo de ver, Obregón lo superó por su comprensión de la necesidad de institucionalizar la revolución y dotarla de un partido político.

—¿Por qué no condena usted a los gringos? —Le increpa el universitario Jesús Silva Herzog, futuro intelectual de izquierda.

—¿Usted quiere que esta guerra dure uno o cuatro años? —Devuelve Carranza.

Para terminar la encarnizada revolución era preciso ampliar amistades, no enemistades. No doy fe de la exactitud de tal diálogo, que leí hace cinco décadas, pero supongo que con parecidas palabras calmaría exaltaciones juveniles.

AMLO es popular y tiene sentido de la oportunidad, pero necesita ampliar su visión. Semejante impresión es o fue también la de mi amigo —fraterno amigo— Enrique Krauze. ¿Cómo incidiría el modesto conocimiento internacional en su desempeño presidencial? Según sus críticos, AMLO quiere aplicar la ley del garrote a fin de castigar a quienes le apliquen a él los métodos empleados por él para alcanzar la Presidencia. ¿Sus anunciadas expropiaciones serán objeto de arreglos a costa de los ingresos fiscales? ¿El mismo musiú con diferente cachimbo? ¿Otra vez el ímprobo estatismo?

Orientaciones no fácilmente explicables requerirían un diestro manejo de las corrientes de opinión, que son decisivas en cualquier batalla. Pero de nuevo podría afectarlo su probable impericia internacional si fuera arrastrado hacia un trance similar al que hiciera estallar la estremecedora crisis venezolana. Especialmente si repitiera las provocaciones, altisonancia y garrulería que profundizaron la tragedia humanitaria de Venezuela.

AMLO está comenzando. Tiene un mundo de experiencias a la vista. Cada vez más países se reorientan hacia la democracia, la libertad y la prosperidad. El viraje uruguayo ha sido fundamental. Venezuela, antes emporio de progreso, se ha convertido en el caso más despiadado de retroceso en todos los órdenes. El pomposo socialismo siglo XXI se acerca a un punto crucial. No es lo que proclame Maduro de sí mismo.

—A los hombres no puede juzgárseles —dijera Maquiavelo— por sus declaraciones de virtud.

—Ni tampoco —me permito acotar— por su jactancia guerrera o postiza musculatura.

Demasiadas transformaciones se han experimentado en el planeta desde la demolición del sistema soviético como para seguir sobreponiendo rotundidades carentes de base a la coherente y serena fuerza de la democracia, cuando de veras es puesta en movimiento. En Noruega y Barbados se acumulan factores que presionan una salida negociada, pacífica y electoral para el cambio democrático en Venezuela. Esa presión sigue ganando terreno entre otras cosas porque ha prendido en muchos el temor a las consecuencias de guerras de procedencia foránea. En Noruega y Barbados hay escenarios de diálogo dispuestos para la organización de elecciones transparentes, CNE paritario, temprana supervisión y presencia vigilante de organizaciones civiles o partidistas y de medios universales.

Aun así hay demasiada radiación en el ambiente. En la frontera colombo-venezolana FARC disidente, ELN, Colectivos, son protegidos por el oficialismo. Demasiados detonantes. Un ejercicio sin candidez —por Guaidó —AN— de la política de paz democrática, de la libertad y prosperidad, configuraría una noble causa que merezca ser defendida con fuerza y sabiduría. [©FIRMAS PRESS]

El autor es abogado, escritor y político venezolano.

@AmericoMartin

Opinión AMLO ley del garrote México archivo
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