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Sísifo

En 1979 caía una dictadura dinástica. Se abría la posibilidad de construir un país en libertad, democracia y justicia social. El terror de los aparatos represivos se disipó con el régimen. Se supuso que la crueldad emanada del poder era asunto del pasado. Sin embargo, muy pronto surgía otra dictadura y la guerra civil bañaba de sangre los campos nicaragüenses.

La Revolución se impuso con una ideología que rápidamente se apagó y la vanguardia “iluminada” terminó gobernando con el peso de las armas incapaz de ver el otro.

Llegamos a 1990; la paz entró a los hogares nicaragüenses, pero el germen de la polarización estuvo siempre presente y los viejos vicios de la cultura nicaragüense hicieron fiesta de las peores prácticas políticas que carcomían los esfuerzo del fortalecimiento institucional. Los caudillos se repartían los poderes sin que los de a pie alcanzaran entre los invitados.

La economía crecía en favor de las élites, pero los costos recaían en las mayorías. Surgieron grandes capitales, mientras Nicaragua permanecía en el sótano de la pobreza del continente. A las élites políticas y económicas pocos les preocupaba definir un proyecto de nación, cada una se centraba en sus beneficios.

Esa situación de exclusión fue el caldo para que el populismo con su discurso demagógico, con una fuerza organizada y una coyuntura internacional favorable, penetrara en los corredores del poder, hasta tomárselo por asalto. A diferencia de los 80 del siglo pasado, la élite económica fue invitada al festín, a cambio dejó que destruyeran la frágil institucionalidad mientras el dictador concentraba poder, riqueza y ahora crímenes de lesa humanidad.

En algún momento rodará esta dictadura. Sin embargo, mientras no se tomen en cuenta las lecciones de la historia, no cambie la cultura política y las costumbres patriarcales, no se desmitifiquen las “epopeyas”, no se forje ciudadanía y la élite empresarial no asuma un compromiso real por la democracia junto a los otros sectores en la construcción de un proyecto nacional cuya base sea los intereses en común, cediendo la parte que le corresponde a cada quien y respetando las diferencias, el fantasma de una guerra fratricida y de otra dictadura post Ortega Murillo, podría volver a emerger.

Ninguna ideología, partido ni clase puede estar por encima de los intereses de la nación, los líderes tienen que suprimir sus egos y asumir que el poder y la política son instrumentos al servicio de la patria para forjar el entendimiento entre las partes que la conforman. En términos de género, generacional y sector social hay mutuamente mucho que aprender y también que aportar, bastaría ponerse en el lugar del otro. Si no hay un cambio de actitud, la historia podría repetirse a como el mito de Sísifo.

El autor es sociólogo

Opinión democracia dictadura Nicaragua archivo
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