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Poeta Gioconda Belli, incorporada como Miembro de Número a la Academia Nicaragüense de la Lengua. LA PRENSA.Roberto Fonseca

La obra literaria de Gioconda se alza más allá de los géneros

Es parte esencial de nuestro patrimonio literario, y del patrimonio de la lengua. Es como ve sus libros alguien que, como yo, ha sido su lector desde el principio, desde el estallido de "Sobre la grama"

(Palabras de contestación de Sergio Ramírez, en el acto de incorporación de Gioconda Belli como Miembro de Número a la Academia Nicaragüense de la Lengua)


La literatura nicaragüense fue hasta la mitad del siglo veinte principalmente masculina. Los ejemplos de mujeres escritoras son muy escasos: María Selva, que escribía poemas bajo el seudónimo de Aura Rostand;María Teresa Sánchez, poeta y narradora,y también editora y promotora cultural; Mariana Sansón, poeta de intuición sensorial; y Claribel Alegría, repartida entre El Salvador y Nicaragua, y quien hizo su carrera literaria fuera de nuestra fronteras. Bajo el magisterio de Juan Ramón Jiménez publicó en México en 1948 su primer libro de poemas, Anillo de silencio.

Pero este fenómeno de ausencias no es anecdótico nada más, ni casual. Dentro de los estrechos límites de la sociedad patriarcal, escribir se convertía en un acto de desafío que significaba toda una ruptura.Apartaba a la mujer del papel tradicional que tenía asignado, sin voz política ni voz social, ni siquiera derecho a ejercer el voto, y menos, autorizada a tener una voz individual, creativa, porque se convertía en un acto de trasgresión. Nunca podremos hacer la lista de las mujeres que escribieron de manera clandestina, y nunca pudieron a dar a luz sus libros.

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El escritor Sergio Ramírez contesta el discurso a la poeta Gioconda Belli, quien fue incorporada como Miembro de Número a la Academia Nicaragüense de la Lengua. LA PRENSA.Roberto Fonseca

Para una mujer, escribir, y peor publicar lo escrito, no era sino un grave atrevimiento. La sombra del pecado se cernía sobre las cabezas de aquellas que ponían en entredicho los deberes de la vida doméstica y los buenos modales femeninos, entre ellos el deber del silencio, hijo de la obediencia. Y peor, si exponían su propia intimidad y lo que la sexualidad representaba en sus vidas.

No es algo que sólo se diera a Nicaragua, sin embargo, sino en toda América; salvo por Uruguay, donde surge desde principios del siglo la pléya de admirable de poetas que forman Juana de Ibarbouru, Alfonsina Storni, Delmira Agustini, María Eugenia Vaz Ferreira. Pero se trataba desde entonces de un país dueño de una honda cultura laica y republicana, el primero en conquistar en América Latina el voto femenino.

En Costa Rica, se atrevieron a desafiar esa regla de silencio Yolanda Oreamuno y Eunice Odio, y lo pagaron muy caro, con el ostracismo, y la muerte en el exilio, pues al escritura conllevaba también una actitud contestaría que irritaba y llamaba a poner la casa en orden.

Los años sesenta son un parte aguas para la literatura nicaragüense, porque en esa década comienzan a aparecer de manera constantelas voces de las mujeres, que habrían de volverse relevantes y quedarse para siempre. Es cuando ganamos nuestra primera novelista, Rosario Aguilar, quien, con “Primavera sonámbula”,sacude la modorra del medio provinciano, yabre una formidable, y dilatada, carrera literaria.

La mayoría de ellas serán poetas: Ana Ilce Gómez, Vidaluz Meneses, Michéle Najlis;y luego Daisy Zamora, Gloria Gabuardi, Blanca Castellón,Yolanda Blanco, Carola Brantome, Milagros Terán, Marta Leonor González, Marianela Corriols, Isolda Hurtado. Y Gioconda Belli, a quien tenemos la honra y la alegría de recibir esta tarde en nuestra Academia Nicaragüense de la Lengua como miembro de número.

En una tierra sísmica como la nuestra, la publicación en 1972 de su primer libro de poemas “Sobre la grama”, que ganó el premio Mariano Fiallos Gil, otorgado por la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, representó un verdadero terremoto. Los sentimientos y sensaciones de la mujer, la escritura en la piel desnuda como un tatuaje indeleble, se integraban sin disimulos ni simulaciones en una visión lírica que a muchos escandalizaba y desconcertaba. Pero detrás estaba el sólido y entusiasta respaldo de los grandes maestros, José Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra, Carlos Martínez Rivas, que recibieron con entusiasmo su aparición.

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Gioconda Belli, autora de más de 20 libros, y traducida a numerosos idiomas, y por ser ella quien es, un nombre nuestro que brilla más allá de nuestros fronteras. LA PRENSA/Archivo /Jader Flores

Gioconda tenía 22 años entonces, y aquel sería el primero de sus numerosos premios literarios, al que sumarían, más tarde, el Premio Ana Segers por su primera novela “La mujer habitada”; el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral en 2008, por la novela “El infinito en la palma de la mano”, novela que mereció también el premio Sor Juan Inés de la Cruz, que se concede en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

Su carrera como poeta y como novelista apenas despuntaba en 1972, pero era ya desde entonces, como el personaje de su primera novela,una mujer habitada por dos mundos: el de la poesía, al que entró primero, como si se tratara de una íntima vibración de su propio ser, un cúmulo de sensaciones a las que despertaba con la palabra, y en las que se reconocía; y luego al de la narración.

La poesía fue para ella, a la temprana edad que tenía entonces, un estado de gracia. Una epifanía, el encuentro con el milagro, esa sensación luminosa de hallarse poseída por sentimientos y percepciones que buscan el cauce de las palabras. Y allí, en ese encuentro con el milagro, surge, sin embargo, esa lucha sin fin con las palabras mismas, que es la misma de Jacob con el Ángel, y en la que es de vida o muerte vencer, aunque el combate dure hasta el amanecer.

La palabra que calza como anillo al dedo. La pieza adecuada, el tornillo, la biela, colocados en el lugar preciso de la máquina para que pueda andar con armonía, sin notas desafinadas ni ruidos molestos, más allá de la espontaneidad del primer encuentro.

“Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo”, dice Rubén en un soneto en que late esta ansiedad por la búsqueda de la exactitud verbal. Perseguir sin tregua la forma, sólo para lamentarse adelante: “Y no hallo sino la palabra que huye…”.“¡Inteligencia, dame/el nombre exacto de las cosas!/, dice su discípulo Juan Ramón Jiménez en el poema “Eternidades”.

Puede haber en la poesía, no obstante, versos, estrofas felices, que ya nunca necesitarán los desvelos de la corrección, porque la gracia, hija de eso que para nombrarlo de alguna manera llamamos inspiración,  puede salir íntegra e íngrima de la cabeza, como Palas Atenea de la cabeza de su padre Zeus armada de una vez para el combate con casco, peto, escudo y lanza.

Sospecho, y eso lo sabe mejor Gioconda, que la espontaneidad natural de las palabras que brotan sin tropiezos,para no volver después sobre ellas, es obra siempre de la inocencia con que se afronta la poesía, como visitación mágica, en los primeros tiempos, como Eva, personaje del Génesis, y de “El infinito en la palma de su mano”. Después, va imponiéndose la reflexión, los borrones, la tachadura. El arte de escribir es el arte de suprimir, decía Kafka.

Y es cuando vuelvo al segundo oficio de Gioconda, el de novelista. La poesía es un rayo. Cae o no cae, y consume el instante en un fragor de incendio. Es esa huella incandescente del rayo la que luego habrá que ajustar al modelo tan preciso de las palabras.

Pero en la narración, lo que se cuenta página tras página son historias que deben seducir no sólo por la sagacidad de la trama, sino por el lenguaje. La literatura, al fin y al cabo, está hecha de palabras. Y hay que cerrar esa brecha que hay siempre entre lo imaginado, y las palabras necesarias para representar las imágenes, páginas tras página, en un oficio que, más allá de la felicidad de la invención, conlleva el padecimiento de corregir.

Vladimir Nabokov explica la complejidad de este desajuste entre palabra e idea en la novela “La verdadera vida de Sebastián Knight”: Hay que “cruzar ese abismo que se abre entre la expresión y el pensamiento”, dice; “el sentimiento enloquecedor de que las palabras correctas, las únicas, te esperan en la orilla opuesta en la brumosa distancia, y el temblor del pensamiento que aún desnudo clama por ellas de este lado …ninguna idea real puede decirse que exista sin las palabras hechas a su medida…”

Las palabras tienen que acercarse a lo más posible a la idea narrativa, a las imágenes desplegadas en la mente, a su propia medida, o hemos logrado poco. El oficio consiste en convertir pensamientos en palabras. Le mot juste, dice Flaubert. La palabra exacta.“Todo el talento de escribir no consiste, después de todo,más que en la escogencia de las palabras” escribe en una carta a Louise Colet.

Robert Graves dice en su biografía de juventud “Adiós a todo eso”, que nunca olvidó el consejo del director de la escuela secundaria que dejaba en 1914 para irse las trincheras francesas al empezar la primera guerra mundial: “recuerda esto, tu mejor amigo es el cesto de papeles”. Era el consejo para el escritor en ciernes, no para el recluta.

Gioconda ha cumplido ese largo y azaroso viaje desde la juventud a la madurez, que no es sino un largo y constante aprendizaje. Madura el entendimiento del mundo, maduran las palabras. Sus novelas abarcan una diversidad de temas, cada una de ellas una aventura propia, y explora en ellas una amplia variedad de registros de la  condición humana, que es donde una historia contada se encuentra con los lectores, y es cuando esos lectores se identifican con esa historia y la hacen suya.

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“En el mundo editorial, existe la tendencia de encasillar a los escritores en un género” nos ha advertido Gioconda en su discurso:“autor de novelas históricas, dicen, o de novela negra o de romance o novelas femeninas. Cuando uno se sale del marco, sobre todo si una es mujer, las editoriales se desconciertan. Por haber escrito desde la perspectiva de mujeres protagonistas e incluir temas del universo femenino, yo ahora sufro de ese marco estrecho”.

Las complejidades del mundo editorial, y sobre todo de las grandes editoriales, es complejo. El Grupo Planeta, que publica a Gioconda, es uno de los mayores de la lengua española. También es una realidad que el mayor porcentaje de consumidoras de libros en ese mercado es de mujeres, y esto viene ocurriendo desde que el libro se volvió un producto de la sociedad industrial, a finales del siglo dieciocho. Dominaban las lectoras mujeres. Los hombres no leían novelas.

Pero una novela de verdad, entonces y ahora, rompe esas barreras, deja atrás esas casillas, y se impone como escritura, más allá del género.La diferencia está entre lo hondo y lo superficial, que establece la diferencia entre los perecedero y lo imperecedero.

No hay novela femenina, ni masculina. Hay novelas buenas, mediocres y malas. Hay novelas que descubren mundos, nos ayudan a tener percepciones diferentes de la vida, nos meten dentro de las pasiones de sus personajes, nos seducen, nos arrastran, nos hacen emprender un viaje, y completarlo. Nos vuelven diferentes, de modo que al terminar su lectura ya nunca más seremos los mismos.

George Eliot, la gran novelista inglesa del siglo diecinueve, tuvo que adoptar un nombre de hombre para llegar a los mercados, es cierto; pero hoy, siglo y medio después de su muerte, ella es al mundo rural y provinciano de Inglaterra lo que fue Dickens para el mundo urbano. ¿Y Virginia Wolf? Su poder de innovación en la narrativa no fue menos importante que el de James Joyce, aunque su reclamo de “un cuarto propio”, un espacio para la mujer en la literatura y en la vida, siga vibrando en nuestros oídos.

La obra literaria de Gioconda se alza más allá de los géneros, y es parte esencial de nuestro patrimonio literario, y del patrimonio de la lengua. Es como ve sus libros alguien que, como yo, ha sido su lector desde el principio, desde el estallido de “Sobre la grama”.

Una mujer siempre contemporánea, llena de la pasión por la literatura, y también por la utopía de un nuevo país que quiso hacer posible incorporándose a la lucha revolucionaria, memoria de lo cual dejó en su libro “El país bajo mi piel”; contemporánea por la defensa de la igualdad de la mujer y de los derechos humanos, la libertad, la democracia, tarea que cumple en sus artículos y entrevistas, en sus declaraciones siempre valientes y fieles a sus principios, y desde la presidencia del Pen Nicaragua.

Le damos la bienvenida a esta corporación, la recibimos entre nosotros, con admiración y gratitud por su obra literaria, autora de más de 20 libros, y traducida a numerosos idiomas, y por ser ella quien es, un nombre nuestro que brilla más allá de nuestros fronteras.

Y con ella, celebramos el esplendor de la literatura nicaragüense, que su obra ha hecho más imperecedero.

(Managua, Instituto Nicaragüense de Cultura Hispánica, 20 de agosto 2019)

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