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Los libertadores y la inmigración

Los antecedentes históricos diagramados por el pincel crudo de la realidad, suministran argumentos para comprobar que los libertadores tienen “un doble standard”. Extensas son las biografías de Simón Bolívar y de Francisco de Miranda. Ambos tienen a sus historiadores favoritos. Otros los miden con la verosimilitud cotidiana del reloj. Otros con el expediente mitológico de la novela. He leído las dos versiones sobre los movimientos de liberación de estas célebres figuras. Prefiero a Francisco de Miranda. (1750-1816), protagonista este de tres grandes revoluciones. Su nombre permanece grabado en el arco del triunfo de París.

Más intrépido que Miranda en la epopeya en la batalla guerrera Bolívar este no tuvo el humanismo que lució aquel. El diario de Miranda está saturado del coraje integral en favor de la redención. La Constitución escrita por Bolívar (1783-1830) erigía a un Presidente vitalicio y a un Vicepresidente hereditario. El fondo íntimo de su corazón sentía afectos por la dinastía azul. Las elecciones —escribió— son el azote de las repúblicas. Agotado por la vejez manifestó en 1830: “He mandado por veinte años y de ellos solo he sacado más que pocos resultados ciertos”. Salido de su pluma. Concluyó con que América Latina era ingobernable. Lo único que podía hacer es emigrar. Eludir el seno de la procedencia era lo más indicado. La realidad sentida en la “carne propia” del dolor —emigrar— está reconocida por los venezolanos de hoy que se van de sus tierras porque el sistema operativo de Maduro es ingobernable, calificado así desde antes por Bolívar cuyo nombre aparece como un símbolo de la revolución.

La tragedia viviente de la emigración me invitó a leer cuál es el legado que dejó el personaje, quién con su receta se convirtió efectivamente en un visionario, pero desde el ángulo negativo, porque desde aquellos tiempos a estos la gente sigue escapando acosada por la latente ingobernabilidad. El consejo confeso fue el fruto de la frustración que él mismo sintió. La opción está tristemente vigente en esta era de Donald Trump. Una gota de agua en el océano según los cálculos de Newton le basta a los racistas para disparar con armas de asalto. El discurso del Presidente tiene su más rencoroso enfoque en los hispanos residentes en Estados Unidos. La sangre adquiere virulencia epidémica. El drama rompe los lazos sagrados de la familia. Pertenece a la extroversión lacrimosa de la inocencia. La ley autoriza la comercialización de los instrumentos mortales en complicidad con la neurosis verbal del radicalismo.

La gente huye de sus lares exponiéndose a lo peor en la búsqueda del paraíso. El antiguo consejo del libertador está siendo obedecido “al pie de la letra”.

El autor es periodista.

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