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Entre la soberbia y la humildad

Decía San Agustín “que la soberbia nos había herido y la humildad nos ha salvado”. Estas palabras sabias siguen siendo una realidad en nuestro mundo de hoy.

Hoy día creemos que la riqueza y grandeza de una persona está en lo que se ve, en el vestido que se pone, en el poder que tiene o en los primeros puestos que ocupa ante la sociedad, o en la chequera. Hay personas que viven de pura apariencia, con doble cara y con intereses que le conducen a cualquier cosa con tal de tener; el que busca el poder para su beneficio personal, aunque aplaste a los otros y a cualquiera. El que busca estar por encima de los demás y hace de este mundo un gran negocio a través del robo, de la avaricia o de la usura, o el que busca en el dinero mal habido y felicidad y que se cuelga muchas condecoraciones sin merecerse alguna.

Las personas orgullosas son como los globos que cuanto más suben, más chiquitos se ven y, como dicen los Proverbios: “Detrás de todo orgullo está la deshonra” (Prov. 11,2). “Los orgullosos serán humillados” (Lc. 14-11). Para Dios los grandes son aquellos cuyo nombre nunca viene en las noticias y que siempre están dispuestos a dar bondad, acogida, ternura y compasión a los demás.

Aquellos que nunca son condecorados por los poderes de este mundo, pero pasan por esta tierra sirviendo y ayudando a los demás y a quienes no les importa la fachada porque su único orgullo es ser honrados consigo mismos y con los demás.

Ese inmenso número de madres que hacen también de padres y se las ven duro, solas, para sacar a sus hijos a flote. Aquellos padres de familia, desconocidos de la sociedad, pero muy conocidos por sus hijos a quienes les dan su tiempo, su educación, sus valores, lo mejor de su vida. Tantos y tantos jóvenes, desconocidos por todos, pero muy conocidos por aquellos que les ven cómo luchan por superarse, por enriquecerse de los valores que otros muchos desprecian, y que hacen lo posible para que sus vidas estén al servicio de un mundo distinto al que tenemos en el que la mentira y la pantalla son lo importante. Tantas personas buenas, creyentes que hacen de su vida, de su servicio, de su oración y de su entrega un verdadero testimonio de creer en un Dios vivo, compasivo y misericordioso. Todos aquellos que saben ofrecer sus vidas en servicio a los demás sin pedir nada a cambio, porque saben que la gratuidad da más satisfacciones que el interés. Como dice el libro de los Proverbios: “En la humildad está la sabiduría” (Prov. 11, 2).

La verdad es que el orgulloso por todos es odiado y despreciado, mientras que el humilde por todos es admirado y querido. Y esto es lo que nos dice Jesús: “Todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será enaltecido” (Lc. 14, 11). Los hombres grandes son sencillos, los mediocres orgullosos.

Opinión humildad soberbia archivo
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