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La palabra en las campañas

Si algo carece de consistencia es la improvisación de la palabra. Dentro de ese privilegio no cuenta con el atributo de la firmeza. La palabra puede volar sobre las altas cumbres del cielo pero paralela con el relámpago se disuelve hasta el extremo de desplomarse. Por tener crisis de firmeza no puede sostenerse sobre las columnas de cristal. De ahí que “los animales políticos”, así definidos por los analistas, la usen a menudo seguros de que no van a cumplir con el deber ético de sostenerla. Es tan fácil mover la lengua, bailar con ella hasta el tope de las nubes. Lo cierto es que la palabra aun con el énfasis celestial de los obispos no es prenda segura para la estabilidad.

He seguido el discurso del político en las diversas circunstancias en que se desenvuelve. Uno de ellos el ejemplo más visible es el de Luis Almagro, el mismo que figuró como rebelde en el movimiento de los Tupamaros de Uruguay.

Probablemente esas escaleras figurativas las puso en práctica para llegar a ser el personaje de la OEA, el mismo que desbordó carcajadas frente a Daniel Ortega, el mismo que personalmente mostró preocupación por la crisis política de Nicaragua en una posición ambivalente donde su palabra no ha tenido consistencia, estabilidad alguna hasta el extremo de considerar al gobierno de Nicaragua exento de ser una dictadura porque solamente Cuba y Venezuela tienen esa definición. Y eso porque en la coyuntura electoral tanto la conciencia como los principios valen “un pepino”. Tiene más valor la palabra que suma votos en la representación de cada uno de los países inscritos en la OEA.

Almagro y Trump son compadres en las circunstancias electorales. Almagro quiere repetir. Trump es el aspirante a seguir ocupando el trono ejecutivo de Estados Unidos, valiéndose del dolor de los inmigrantes. En esos casos la palabra en campaña obedece a la estrategia del favoritismo personal y del círculo que lo rodea. La ambigüedad de Almagro está puesta en el retrato movible que cualquiera puede ver. No ha calificado la dictadura en Nicaragua de una manera categórica, pero en el baile del son tampoco ha reconocido la calificación de ser una democracia. Una vez más la OEA reincide en administrar mal el tesoro del tiempo al usar el sobrante superfluo del “bla bla”.

Recientemente Rosadilla hizo honor al color del diminutivo al mezclar las rosas con la realidad. Y por ese rumbo anduvo Almagro. Es pues la palabra cuando se está en campaña una estratagema para provocar expectativas implícitas en los intereses políticos incluso hasta en la nimiedad de una sonrisa protocolaria o la de satisfacer la meta de un hueso.

El autor es periodista.

Opinión Daniel Ortega Luis Almagro OEA archivo
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